En la misma semana, Alberto Fernández dio dos señales claras en dirección de fortalecer su papel de referente del progresismo en la región. Primero, al anunciar la salida argentina del Grupo de Lima, apuntando a desarmar los organizaciones continentales pergeñadas durante los años del predominio de los gobiernos de derecha, que parecen estar llegando a su fin. Ayer, con la réplica al presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, marcándole los puntos acerca de los límites que comprende la pertenencia al Mercosur. Luego de las recientes declaraciones del secretario general de la OEA, el también uruguayo Luis Almagro, sobre la situación en Bolivia, en el gobierno argentino confirmaron la intención de convertir a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), donde no participan ni Estados Unidos ni Canadá, en el organismo de referencia política de la región.
Pese a que el canciller Felipe Solá le aclaró al Departamento de Estado de Estados Unidos que la salida del Grupo de Lima no representaba ninguna modificación en la posición argentina respecto a Venezuela -de hecho, Argentina no firmó ninguna de las declaraciones de Grupo desde la asunción de Fernández-, sí apuntó a dar una señal hacia la política regional. "Se terminó la época de los organismos del neoliberalismo lanzados con el aval de Trump con el Grupo de Lima o el Prosur", marcaban en la Cancillería. Justamente, la derrota de Trump representó un fuerte traspié a estas iniciativas y a sus impulsores sudamericanos: el brasileño Jair Bolsonaro, el chileno Sebastián Piñera y el colombiano Iván Duque. De acuerdo a las encuestas, los tres muestran grandes dificultades para mantener la presidencia en las elecciones pautadas para este año y el próximo. La derrota de la derecha en esos países -en particular, el posible retorno triunfal de Lula en Brasil- cambiaría de un plumazo el panorama regional. Fernández se va posicionando como líder emergente de esa nueva región.
En el bosquejo original, la cumbre por los 30 años del Mercosur se pensó como plataforma para ese posicionamiento. Fernández fue decisivo para el triunfo del MAS en Bolivia al darle asilo a Evo Morales y a otros ex funcionarios. Luego jugó un papel en el proceso electoral en Ecuador, que todo indica concluirá con un triunfo de Andrés Aráuz, el candidato del correísmo, en dos semanas. También consideraron exitosos sus viajes a México y a Chile. Por eso en la Cancillería insistieron para que la cumbre se hiciera en Buenos Aires, aunque luego por razones sanitarias quedó en formato virtual. Fernández buscó darle su impronta a la reunión con la creación de tres observatorios -de defensa de la democracia, de género y de ambiente- que probablemente a los otros presidentes del bloque no se les hubiera ocurrido promover. En su mensaje de apertura, buscó destacar los logros del Mercosur en sus tres décadas pero le dio un sesgo productivo a la integración.
Como suele suceder en estas cumbres, algunas cuestiones se habían negociado previamente. Cuestión de no empañar el aniversario, se acordó que las diferencias en torno al arancel externo común y los acuerdos de libre comercio se conversarían en los encuentros que los cancilleres tienen previstos en los próximos días. Bolsonaro cumplió y estuvo contenido. En cambio, Lacalle Pou habló de "lastre" y de "corset", y terminó generando la réplica de Fernández en el cierre. Está claro que no hay feeling entre ellos.
"La influencia de Alberto viene creciendo en América Latina", analizaba un funcionario de rango diplomático. Sumaba en el haber de Fernández los fallos judiciales recientes a favor de Lula en Brasil que volvieron a colocarlo en camino a la presidencia, en la misma medida que complicaron aún más la posición de Bolsonaro. Con todo, ese paulatino cambio regional en el que Fernández aparece como uno de sus líderes, todavía no tiene fuerza suficiente como reactivar la Unasur, como se había esperanzado el mandatario argentino luego del triunfo de Luis Arce en Bolivia. En Cancillería veían mucho más a mano la posibilidad de potenciar la CELAC, cuya presidencia pro témpore está en manos de México. Especialmente, luego de las últimas posiciones adoptadas por la OEA, que increíblemente sigue bajo la conducción de Almagro ese a todos sus desaguisados. La semana pasada, la OEA -organización con sede en Washington pero que supuestamente representa a todos los países del continente- emitió un comunicado condenando "el abuso de mecanismos judiciales" en Bolivia luego de la detención de la ex presidenta de facto Jeanine Añez. La OEA, que en 2019 avaló la ilegalidad del golpe, ahora condena el accionar legal contra sus perpetradores.
Precisamente ayer, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y el boliviano Arce -los dos presidentes de la región más afines a Fernández- mantuvieron un encuentro en la capital mexicana donde exigieron que la OEA deje de entrometerse en los asuntos internos de los países. Además, acordaron promover la CELAC de manera que no sea sólo un foro de discusión política sino que también asuma también actividades más concretas, por ejemplo, coordinando medidas en el combate contra la pandemia. Sintonía fina con los deseos argentinos.