Todo va muy rápido, vayamos rápido

28 de febrero, 2024 | 23.35

Empecemos por lo obvio: toda derrota es mala y, como tal, trae una etapa de confusión. Cuando esa derrota, además, es a manos de algo poco conocido o excéntrico la desorientación es más comprensible aún. Y así es que está, desorientada, la única oposición verdaderamente existente hasta este momento del flamante gobierno de Javier Milei: el peronismo.

Empecemos por reconocer lo positivo, que existe: a diferencia de 2015 las representaciones legislativas del peronismo se mantienen cohesionadas (incluso con algunas mínimas defecciones), el diálogo entre los dirigentes de los distintos sectores y provincias es relativamente fluido y constante, hubo diversos y fuertes pronunciamientos críticos del rumbo que tomó el país y las organizaciones sindicales asumieron con rapidez su rol de representación de sus afiliados (por supuesto que con los comprensibles matices propios de cada sector laboral).

Ahora bien: si esto es un dato concreto y real, ¿por qué la sensación imperante es “che, no pasa nada”? Trataremos de explorar en estas líneas algunas hipótesis al respecto.

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Está rota la cadena entre la dirigencia, la militancia y el pueblo. Este problema no surgió ahora, pero la derrota no hace más que ponerla dramáticamente en evidencia. Mientras los y las dirigentes procesan la etapa, la militancia está huérfana de sentido y, sobre todo, de un llamado a la acción, sea este el que fuere. Y un militante peronista sin conducción y sin una tarea clara se desespera. Porque no tiene las herramientas para intentar “conectar” con sus territorios de acción: el barrio, su lugar de trabajo, las universidades, las redes sociales o, simplemente, sus relaciones más cercanas. Surge, así, la impotencia.

La impotencia. Junto con el temor por las conquistas y los derechos que día a día se pierden o están en riesgo de perderse, la angustia de las carencias económicas y la desesperación por no atisbar la posibilidad de un futuro diferente, el sentimiento de impotencia engloba hoy a los laburantes, los vecinos de cada comunidad y los militantes que en ellas viven. No hay, ahí, diferencia de sentires. Tampoco, por cierto, es algo nuevo ni que nació con Milei. La Argentina viene de varios años de gobiernos que no estuvieron a la altura de lo que la sociedad demandaba. Pero, como cuando duele algo, la persistencia de ese dolor es cada día más intolerable. La impotencia de no saber qué hacer es la madre de la duda.

La duda. Surge porque no terminamos de entender qué es lo que pasa hoy en la cabeza y los corazones de nuestros compatriotas. Hay una sospecha en que “les perdimos el pulso” y sin dudas algo de eso es un hecho, en especial con los jóvenes. Cuando eso sucede también pasa que, lamentablemente, lo primero que surge es echarle la culpa a alguien o a algo. Considero que la mayoría de esos análisis pecan de dos defectos: son monocausales y practican lo que denominamos “la autocrítica del otro”. Las cosas, caramba, suelen ser más complejas y menos auto condescendientes. Pero además, y quizás esto sea el error táctico más profundo que estamos cometiendo los peronistas, nos rompemos demasiado la cabeza con las razones y poco y nada con las pasiones.

Las razones y las pasiones. Nadie vota por un solo motivo y mucho menos por cuestiones estrictamente racionales, ni siquiera el bien propio. Esto está comprobado por la sociología y la comunicación política hace décadas. Pero insistimos en dar batallas argumentales “basadas en evidencia”. Nos tiramos filminas por la cabeza y sobre todo se las tiramos a los nuestros y a la gente. Pareciera que así queremos reconquistar, a fuerza de datos, la adhesión popular que perdimos. Para colmo, nos enfrascamos en supuestos debates programáticos o de modelos pero como modo encubierto y por qué no un poco conservador de “resolver la interna”.

Resolver la interna. Sin dudas el campo popular atraviesa un tiempo bisagra y fértil para los debates ante un evidente estado global de incertidumbre. Pero esa interna no podrá resolverse con debates de superestructura y muchísimo menos a través de viejos enconos nunca resueltos, mirando “para adentro”. Bien por el contrario, la historia nos muestra que las internas las ganan aquellos dirigentes capaces de representar con fortaleza y convicción las demandas populares del momento y especialmente anticipándose a ellas, performándolas. La interna se gana “mirando para afuera”, porque hoy somos minoría y las mediaciones (partidos, sindicatos, colectivos, corrientes o expresiones sectoriales institucionalizadas) han perdido gran parte de su capacidad de “representar” a los suyos. Entonces: si tiene que haber internas, que las haya, pero no es la disputa hacia adentro la causa de nuestros problemas si no la consecuencia. Insisto: creo que la prioridad del campo popular es volver a conectar hacia afuera. Y se conecta poniendo en juego lo que somos. Y lo que somos es un conjunto de tradiciones y de valores.

Los valores. Las ultraderechas avanzan en países del primer mundo y del tercero, en países en crisis y no. Los vientos de la época soplan para ahí. Por ende, podemos y debemos mejorar la comprensión de los climas sociales. Sin dudas que podemos también mejorar nuestro mensaje y los modos comunicacionales para adaptarlos a estos tiempos. Pero esto no es el problema de fondo ni debe ser usado como excusa o causa de nuestra derrota electoral. Antes debemos asumir y partir de la base de que hoy somos minoría. Negarlo es tan necio como negar que la “guerra moral” que plantea Milei debiera ser para nosotros un motivo de orgullo y no de pesar. Efectivamente, asistimos a un choque de valores y debemos tomar el guante. Si Milei y los suyos son el hiperindividualismo y la maximización de beneficios personales, nosotros fuimos y debemos ser lo comunitario y el bienestar general. Si Milei es el anti estado, nosotros fuimos y debemos ser estatistas convencidos de su utilidad y de su pertinencia para una sociedad más justa. Si ellos son el poder del dinero monopolicamente concentrado, nosotros fuimos y debemos ser la producción y el trabajo puesto al servicio de la justicia social. Supongamos que estos valores que nos constituyen hoy “no miden”, ¿entonces los dejaremos de lado y los abandonaremos? No tengo ninguna duda que no. Nuestra historia es muy rica en conquistas y avances sociales, pero sobre todo, esos valores, y por ende quienes los compartimos, tenemos todavía todo por delante.

Por delante. Todo va muy rápido. La crisis. La expoliación. El desgobierno. La hiperconcentración de riquezas. La caída de imagen del Presidente. El hiperpresente ahoga con sobreinformación y paraliza. Todo va muy rápido, como el mundo de hoy. Vayamos rápido también.