Teherán fue el escenario de una cita histórica que confirmó lo que ya no puede negarse: el nuevo orden mundial, en marcha desde hace muchos años, es irreversible y desplaza a Estados Unidos del lugar de única potencia hegemónica global.
Del encuentro en Teherán participaron los presidentes de tres naciones claves en Eurasia: el iraní Ebrahim Raisi, el ruso Vladimir Putin y el turco Recep Tayyip Erdogan. Tres países que en el pasado fueron grandes imperios –persa, ruso y otomano- y que, en la actualidad, han sido fuertemente discriminados por Estados Unidos y Europa: Irán y Rusia, demonizados y castigados con severas sanciones y Turquíe, descalificado durante décadas por los europeos considerándolo no apto para ser parte de la Unión Europea.
(Breve aclaración: en mayo, Naciones Unidas aceptó el pedido del Gobierno turco para que el nombre del país, en todos los idiomas del mundo, sea Turquíe, un vocablo que, según Ankara, “representa mejor los valores, la civilización y la identidad turca”. Excede el objetivo de esta nota explicar lo profundo del cambio, pero, más allá de lo que significa el poder del nombre propio, uno de los motivos fue la connotación peyorativa que tenía el nombre en inglés. “Turquey” no sólo se refiere al “pavo” sino que, según el diccionario de Cambridge, alude a “una persona estúpida o tonta” o a “algo que falla gravemente”.)
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La prensa occidental minimizó tanto la reunión como los acuerdos alcanzados en la capital iraní. El cónclave tripartito, junto con la sesión anual de los BRICS, fue el punto más alto de todos los encuentros que hubo en los últimos dos meses, incluyendo la Cumbre de las Américas en Los Angeles, el G 7 en Baviera y la OTAN en Madrid. En ninguna de ellas se consiguió el propósito buscado e incluso, en algunas, ni siquiera hubo declaración final ni foto de conjunto. Sólo en la cumbre de los BRICS –donde se avanzó con el plan de la ampliación- y en Teherán hubo decisiones concretas y progresos significativos.
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Al fracaso de las cumbres de las potencias occidentales debe sumarse el fallido viaje del presidente estadounidense a Arabia Saudita. Como titularon varios medios “Joe Biden volvió con las manos vacías”, o sea, no pudo lograr su objetivo: que Riad produjera más petróleo para que bajara el precio en el mercado. Esto, lógicamente, fue leído como una disminución de la influencia de Estados Unidos en Oriente Medio.
El viaje de Putin a la capital iraní, el segundo al extranjero desde que inició lo que Rusia llama “operación especial en Ucrania”, permite, en este contexto, varias interpretaciones:
1) Putin no sólo no está enfermo, sino que se da el lujo de salir de Rusia cuando el país está en guerra. Verdadera o falsa, envía la señal de que está todo bajo control.
2) El Kremlin no está diplomáticamente aislado como machacan Washington y sus satélites. En paralelo con el viaje de Putin, el canciller ruso, Serguei Lavrov, emprendió, por Africa, una exitosa gira de negocios (instalación de centrales nucleares y ventas de hidrocarburos) y de respaldo a favor de Moscú.
3) Lejos de los planes de la Casa Blanca y más allá de las sanciones, se está fortaleciendo el polo regional que procura la desdolarización (o acuerdos en monedas nacionales) y la creación de nuevas alianzas de cooperación estratégica fuera de la órbita estadounidense.
Resumidamente, los resultados de la reunión en Teherán fueron muy buenos. Los acuerdos más importantes entre Rusia e Irán son: el intercambio comercial en rublos y riales; una multimillonaria inversión del gigante ruso Gazprom en la Petrolera Nacional de Irán para producir 100 millones de metros cúbicos más de gas por día (según Teherán “la mayor inversión extranjera en la historia” del país) y diversos contratos de cooperación científico-tecnológica y en el área de construcción. Irán, por su parte, acordó la venta a Rusia de drones de largo alcance.
Otro punto importante, es la firma de documentos entre la ONU, Turquíe y Ucrania, por un lado, y entre la ONU, Turquíe y Rusia, por el otro, para que Kiev desmine sus puertos y Moscú permita exportar trigo y girasol por el Mar Negro en dirección al estrecho turco del Bósforo y luego hacia el Mediterráneo y el mundo. Ankara y Moscú controlarán los buques de transporte. En Estambul se instalará el Centro de Coordinación para la exportación de granos por lo que Erdogan, no sólo quedó como árbitro del operativo, sino que consiguió un descuento del 25% para comprar trigo ruso. Rusia se beneficia claramente porque muchos países se verán obligados a derogar sus sanciones.
Finalmente, los tres países debatieron la futura pacificación y estabilidad de Siria en el marco del Proceso de Paz de Astaná, otra muestra palpable de la pérdida de liderazgo de Estados Unidos. Raisi, Putin y Erdogan se comprometieron a preservar la integridad territorial de los sirios y a combatir el “terrorismo”. Este punto es el más conflictivo ya que el gobierno turco incluye a los kurdos en ese grupo, mientras Moscú y Teherán, no.
La creciente fortaleza de Rusia y su hoja de ruta hacia un modelo alternativo vienen siendo expresadas por el presidente ruso en sus últimos discursos. En el primero, en el XXV Foro Económico de San Petersburgo, decretó el “fin del mundo unipolar” y el advenimiento de nuevos centros “con modelos e instituciones propias”. Sus dichos fueron duramente criticados por los medios de la anglósfera. “Putin arremete contra Occidente”, dijo la CNN en español y la BBC lo calificó como “un discurso combativo”.
En San Petersburgo, Putin alertó a Europa de su “pseudounidad” y de no tener “soberanía política”. “Los colegas occidentales tratan al resto del mundo como colonias de segunda categoría.” Y advirtió: “No hay nada eterno. Nuestros colegas no solo niegan la realidad, sino además intentan ignorar el curso de la historia, piensan en categorías del siglo pasado, están cautivos de sus propios conceptos erróneos".
La segunda disertación fue en el Foro de la Agencia de Iniciativas Estratégicas, a su regreso de Teherán. “Estamos en una nueva etapa en la historia del mundo”, aseguró. Según Putin, “Occidente ya no tiene una perspectiva de futuro para ofrecer porque el sistema unipolar, por su naturaleza, se está convirtiendo en un freno para el desarrollo de la civilización”. Por otro, aseguró, “se está elaborando una alternativa al sistema actual, es decir, los fundamentos y los principios de un orden mundial armonioso y más justo, socialmente orientado y seguro. Se inicia una nueva era donde solo los Estados soberanos podrán avanzar hacia el éxito”.
El encuentro en la capital iraní confirmó varias presunciones. Rusia no está acorralada diplomática ni económicamente. El futuro de Siria lo decide el Kremlin y no la Casa Blanca. La guerra en Ucrania ni debilitó la economía rusa ni produjo una insurrección popular para derrocar a Putin. Por el contrario, el ruso, que contaba con un apoyo del 70% en febrero ahora tiene el 79% de aprobación. Biden, en cambio, va descendiendo: en julio obtuvo un magro 30% de popularidad. Lo mismo puede decirse de los dirigentes del Grupo de los 7: en Italia renunció el primer ministro, el francés Emmanuel Macron está en declive y el alemán Olaf Scholz ya es blanco de reiteradas críticas.
Ya lo dijo el ex canciller de Estados Unidos, Henry Kissinger, en una entrevista con la agencia Bloomberg, hace algunos días: “A diferencia de líderes como el alemán Konrad Adenauer o el francés Charles de Gaulle, los dirigentes europeos de hoy no tienen sentido de la dirección ni de la misión”.
No hay dudas, otro equilibrio global está en marcha.