Durante los últimos años en Argentina el debate acerca de las transformaciones en las relaciones sexo-afectivas se ha instalado visiblemente, sobre todo a partir del fortalecimiento de los feminismos y las problemáticas que abarca. El fenómeno es novedoso y coincide con la crisis general de ciertas instituciones y discursos de autoridad que ya no son representativos. Mientras que las estadísticas muestran una disminución en el número de matrimonios, el aumento de los divorcios, y el crecimiento de los hogares monoparentales, surgen nuevos modelos de afectividad, sexualidad y conyugalidad que ya no están atados a dispositivos burocráticos de control social, sino al valor de la experiencia y la práctica del deseo que coloca al cuerpo y a las emociones en el centro de la escena.
Así como Gilles Lipovetsky señaló que el siglo XX nació con la famosa frase de Nietzsche “Dios ha muerto”, podemos decir que el nuevo milenio emerge con “el Fin del amor” tal como lo conocíamos. No se trata del amor como sentimiento, sino como construcción socio cultural, moldeada por usos y costumbres sociales. En un mundo dispuesto a desnaturalizar cualquier pretensión de instituir una regla, el campo de la cultura es una constante lucha simbólica contra paradigmas y tradiciones que ya no tienen el mismo sentido. En ese marco la caída del paradigma del amor romántico o la media naranja ha dado lugar al nacimiento de una multiplicidad de experiencias que, lejos del espíritu trasgresor de los 60’s, se presentan como un abanico de propuestas no monogámicas que estimulan los deseos personales y el desarrollo ilimitado del yo. “Parejas abiertas”, “ “Relaciones libres”, “Anarquía relacional”, “Poliamor”, son algunas de las formas que pueden adquieren estos vínculos. El periodista y científico Franklin Veaux, autor del libro “Más allá de la pareja. Una guía para el poliamor ético (La pasión de Mary Read)” armó en 2018 el “mapa de la no monogamia” donde identifica 50 diferentes tipos de relaciones para todos los gustos.
“Poliamor” es una de estas posibilidades y esta semana fue tendencia en Twitter. Al mismo tiempo , la noción de “Micro-cheating” se filtró en la red social y rápidamente escaló a Trending topic. Ambos conceptos de alguna manera representan la lucha simbólica que condensa la época. En términos generales Poliamor hace referencia a la posibilidad de amar a varias personas al mismo tiempo y forjar relaciones estables simultáneas. El tema en nuestro país generó muchísimo impacto cuando se le puso cara al modo de vida a partir del relato de algunas parejas famosas como Florencia Peña y Ramiro Ponce de León, o Elena Roger y Mariano Torre. A nivel internacional se puede hacer referencia a Will Smith y Jada Pinkett Smith, o Megan Fox y Brian Austin Green. No se trata aquí de personalizar, sino de hacer un análisis de tendencias sociales.
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Con respecto al “Micro-cheating”, el término hizo su ingreso a las redes a partir de un video encabezado por la periodista Valeria Schapira publicado por Infobae. “¿Encontraste a tu pareja dándole like a otra persona y te volviste loco, o te volviste loca?”, arranca diciendo la locución. Según la escritora el micro cheating, cuya traducción al castellano es micro engaño, son “esos likes, esos corazoncitos. Esas acciones incesantes de observar al otro que si estás en pareja, no son otra cosa que un engaño”. En su intervención agrega: “quizás, estés siendo víctima de eso, quizás no, lo importante es averiguarlo y no estar todo el tiempo pensando que va a suceder. Porque vas a provocar la profecía auto cumplida”. Según la nota del mismo medio que acompaña el video “se trata de esas pequeñas acciones que indican que una persona pone su atención emocional o física en alguien que está por fuera de su relación. La línea divisoria entre el micro-cheating y la infidelidad es muy fina”. Al imperativo social, que aún persiste, de tener pareja, ser feliz y mostrarla en las redes sociales, parece que se suma entonces el control de los likes para evitar el engaño.
El mensaje parte de un modelo único vincular hétero normativo y monógamo, sostenido sobre las bases de la fidelidad como el valor o atributo que lo garantiza. Esta mirada está moldeada por preceptos religiosos, éticos e incluso jurídicos, que tienden a definir relaciones jerárquicas, dogmáticas y patriarcales. Ni hablar de que la denominación todavía vigente de adulterio lo señala como un pecado grave que transgrede la ley natural y la ley divina. Por su puesto que la fidelidad aplica de forma diferente según el género ya que los hombres siempre fueron libres de gestionar sus necesidades sexo afectivas por fuera del contrato matrimonial, mientras que en el caso de las mujeres aún al día de hoy, a pesar del empoderamiento femenino, la infidelidad constituye un verdadero tabú. Según un estudio denominado Observatorio Europeo de la Infidelidad, del instituto de estudios de opinión francés IFOP, el 77% de los encuestados aún cree que la infidelidad femenina está peor vista socialmente que la masculina.
Además Schapiro subraya la urgencia de “averiguar” ante la posibilidad de “ser víctima” de infidelidad. Este comportamiento ya ni siquiera se trata de una práctica monogámica, sino intrusiva, violenta e infantilizante. Justamente los nuevos modelos afectivos y vinculares parten del cuestionamiento al amor “romántico”, sin negar la existencia del monoamor o la posibilidad de mantener vínculos sexo afectivos con una sola persona, pero sí desde la necesidad de desnaturalizar los celos, la idea de posesión del otro y sobre todo la premisa de la persecución y el control como acción legítima. Plantear un escenario persecutorio es en este sentido dañino, y hablar de víctima y victimario pone el foco sobre la culpa en vez de la responsabilidad.
Desaprender lo que hemos naturalizado y discernir lo que es deseo de mandato es tarea difícil. La sexualidad es un aspecto central del ser humano y se expresa en todo lo que sentimos, pensamos y hacemos. Por eso es primordial que se aplique de forma transversal el Programa Nacional de Educación Sexual Integral y se capacite a los docentes para la promoción de una pedagogía del cuidado personal y colectivo, desde y con las nuevas generaciones. Uno de los ejes que aborda la ESI es justamente el de Valorar la Afectividad. Con esta política pública se hace énfasis en la educación emocional, para contribuir al desarrollo de capacidades afectivas como la empatía, la solidaridad y el respeto. En este punto en particular se trabaja por ejemplo la cuestión de los celos o cualquier manifestación coercitiva en las relaciones de pareja.
En nuestras experiencias se cruzan todo tipo de imposiciones sociales y preferencias que no son azarosas. En el libro “El Fin del Amor”, Tamara Tenembaum define muy bien el clima de época en lo que respecta a vínculos: “ya no hay significados sociales compartidos en torno a cuáles son las condiciones necesarias y suficientes para un compromiso, y ni siquiera se presupone que todos estemos buscando formar pareja o una relación comprometida de cualquier tipo en algún momento de la vida”. Sin embargo el concepto de Responsabilidad Afectiva, enérgicamente acuñado por la teoría feminista, puede servir como faro posible ya que representa un modelo vincular basado en la libertad de elegir, el consentimiento, y las emociones, y no en normas externas. De esa manera impulsa la práctica de relaciones más equitativas, honestas y menos coercitivas, donde se respeten los deseos propios y ajenos, y las acciones sean consensuadas a través del diálogo.