El populismo, contracara del fascismo

A pesar de los esfuerzos teóricos por pensar el populismo cada vez es más frecuente la banalización y el uso de este término para agraviar al kirchnerismo. La diferencia entre fascismo y populismo.

03 de noviembre, 2022 | 00.05

A pesar de los esfuerzos de Ernesto Laclau por devolverle dignidad al populismo, categoría denostada históricamente por ignorancias, dogmatismos de izquierda y fobias antipopulares de derecha, la hostilidad no disminuyó. Por el contrario, en los tiempos que corren constatamos un importante aumento en la descalificación del término, usándolo como agravio hacia el kirchnerismo en su conjunto: su lideresa, dirigentes, periodistas y militantes que integran el movimiento. 

El uso injurioso del término en general va de la mano con el argumento de que se opone a la república, apuntando a su homologación con el fascismo. La pretendida equivalencia entre los términos populismo y fascismo no es inocente sino malintencionada, antipolítica y concordante con el actual incremento de los discursos de odio. 

En el libro Populismo y psicoanálisis (2014) –mi trabajo de tesis bajo la tutoría de Laclau– diferencio y opongo la construcción populista y la fascista. Dicho de otra manera, el pueblo no es la masa, que es propia del fascismo, y, en versión local, el peronismo no equivale al fascismo. 

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En la última teoría del populismo desarrollada por Laclau, en La razón populista (2008), queda definido como una práctica política discursiva –militante, agregamos– que construye un sujeto político: el pueblo y un/a líder. Esa afirmación presenta al menos dos consecuencias: la primera es que se produce un nuevo sujeto cada vez, y la segunda que se trata de un efecto, el sujeto pueblo nunca está definido de entrada.

Acerca del debate planteado entre los teóricos interesados por el populismo sobre si es de izquierda o de derecha, nuestro punto de vista coincidente con el de Laclau es que el pueblo no es ni un movimiento ni una ideología, sino una matriz. Esto significa que el populismo puede no ser de izquierda, pero es imposible que sea fascista o antidemocrático. 

El fascismo, neo fascismo o, como se dice actualmente, la derecha derechizada, reemplaza la política plural, el conflicto y los antagonismos sustituyéndolos por el odio y la construcción del enemigo interno. Plantea una “democracia” unívoca, liberal y sin pueblo; no quiere saber nada con la lucha por nuevos derechos y mantiene los privilegios de clase como si fueran naturales. 

El populismo no es cualquier práctica política, sino una matriz caracterizada por la articulación de diferencias: las demandas populistas. Estas demandas consisten en una insatisfacción colectiva que se va organizando, que toma la forma de pedidos a las instituciones, se articulan alrededor de un significante vacío y la construcción de una frontera que marca el conflicto político entre el pueblo y el poder. 

La heterogeneidad, a partir de la barrera antagónica, deviene equivalente, afirmándose una nueva identidad entre las diferencias, siempre precaria y provisoria. Por el contrario, el fascismo consiste en un intento totalizador que busca la homogeneidad y la construcción de la masa libre de antagonismos y fisuras. Es la misma inercia del neoliberalismo, cuya lógica consensualista niega la dimensión antagonista y conflictual de lo político, trayendo como efecto más corrosivo la despolitización de lo social.

En repetidos trabajos venimos sosteniendo que el neoliberalismo en su cara actual de hiperconcentración es el retorno del fascismo por una nueva vía, que implica la producción de determinada subjetividad caracterizada por el servilismo más extremo, el exterminio y el autosacrificio. Allí donde impera el dominio del mercado, el máximo individualismo, la fascinación hipnótica del consumidor consumido, hace su aparición la subjetividad económica y el individuo odiador que se autopercibe libre.  

La hegemonía neoliberal está atravesando una crisis. Tanto en Latinoamérica como a nivel global se vislumbran dos caminos: el fascismo, vigorizado por la increencia en la política que dejó el neoliberalismo, o una recuperación radical de la democracia, reinventada en el sentido de la soberanía, lo nacional y popular. 

Las recientes elecciones en Brasil confirman el avance de la derecha, pero el triunfo de Lula demuestra que el campo popular supo resistir a pesar del impeachment a Dilma, el lawfare y la cárcel sufrida por su líder. El poder no es democrático, ya que está atravesado por prácticas fascistas, pero tampoco es omnipotente: quedó demostrado que la política juega. 

El fascismo existe y seguirá existiendo en la política y en la sociedad, y con él tendrán que lidiar los gobiernos populistas que surgen en esta nueva ola. El populismo ofrece una vía de lucha contra el neoliberalismo y el fascismo, una alternativa para dar esa batalla que apuesta a una vida más justa e igualitaria.