El peronismo es el cubo mágico de la política argentina. Como el fascinante invento de Emo Rubik, sus posibles combinaciones son casi infinitas. Siempre que se dice “esto es el peronismo”, en realidad lo que se está viendo es una de sus caras completada, que va a volver a desordenarse en cualquier momento producto de su innata desmesura.
Hay bastante peronismo en el pasado. Se conocen sus hitos, sus símbolos y los main character de su drama político. Opera del suburbio en constante ejecución, sin embargo, se ignora cómo será el peronismo futuro. Eso es un misterio, cuya resolución depende de muchas variables.
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En primera instancia, de su genética convulsionada. ¿Cuánto va a tener de la lealtad de Evita y cuánto de la helada traición de un Vandor? ¿Cuánto de la campera de cuero de Saúl Ubaldini y cuánto de las patillas de Carlos Saúl Menem? ¿Cuánto de Lopecito y cuánto de Azucena Villaflor? ¿Cuánto de los Kirchner y cuánto de un Cooke?
Lo más seguro es que tenga un poco de cada cosa. Pero según el peso específico de los ingredientes dominantes en la mezcla, la gente que vive de su trabajo podrá aspirar a una participación más alta en el reparto de la renta nacional o a una más baja, o bajísima. Será más o menos feliz, en definitiva.
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El sábado 21 en Mendoza, convocados por una mujer, Anabel Fernández Sagasti, un grupo de dirigentes se reunió para imaginar la silueta del peronismo futuro. Además de Wado de Pedro, que llamó a dejar atrás el país unitario y a crear “un Estado que genere felicidad” para que “reine en el pueblo el amor y la igualdad”, estuvieron Lucía Corpacci, Raúl Mayans, Hugo Yasky, Adolfo Rodríguez Saá, Juan Manuel Urtubey, Sergio Uñac y por zoom Axel Kicillof, Gabriel Katopodis y Sergio Massa, entre otros 3500 participantes.
Lo heterogéneo de la concurrencia despertó curiosidad. El marco unitario ante una escena oficialista tensa y con divisiones a la vista, relanzó la lógica originaria del Frente de Todos, que hablaba de convivir en la diversidad bajo el lema “todos somos el sapo del otro”. Hubo kirchneristas, albertistas y hasta peronistas de esos que están a 5 minutos de irse con Juan Schiaretti, Guillermo Seita y la CNN a inventar el agujero del mate.
El dato político es que optaron por Mendoza, en un acto donde descollaron fieles a CFK y un camporista como Wado tuvo el discurso de cierre, nada menos, pero que se pareció bastante al lanzamiento de un centro político, justo en el medio de la mesura de Alberto Fernández y la radicalidad de Máximo Kirchner, como eje ordenador del ecosistema peronista de cara a la elección del año próximo.
Evento donde se habló del mundo que viene con inusual energía, de la importancia de la salida al Pacífico ahora que China pasa a ser la primera potencia económica del planeta y del desarrollo de distintos polos productivos para que no todo esté predestinado a morir en CABA. No se habló de candidaturas, aunque es una obviedad que varios de los presentes van a postularse en algún momento. Todo va a depender de lo que decida CFK, mirando lo que ocurra con Lula en Brasil.
Fue un rato ganado a la ferocidad de la interna, aunque los diarios que ya sabemos trataron de instalar lo contrario, espacio de reflexión el que preparó la anfitriona Fernández Sagasti -figura interfase entre la vice, La Cámpora y el peronismo conservador de las provincias-, donde se delimitó geográficamente al adversario a vencer en 2023, en la compleja tarea de construir un país federal, asunto urgente porque el peronismo sin tarea importante, sin misión trascendental, es capaz de volverse contra sí mismo y consumirse en peleas fraticidas, que no paran a la primera sangre.
Ahí no hay esgrima, ni reglamento: se desenvaina y el que sobrevive siempre es el que tiene la razón, no importa cuál sea.