Los datos preliminares que se manejan en las áreas económicas del gobierno muestran que la inflación de enero podría ser dramáticamente superior al 4 por ciento de diciembre. Es literalmente un desastre. Más allá de los absurdos festejos militantes porque el 36 por ciento de la inflación de 2020 fue menor al 53,8 del último año del macrismo, el dato duro, cierto, es que la economía local volvió a entrar de lleno en un régimen de alta inflación que, con recesión y retraso salarial acumulado, la coloca en el peor de los escenarios.
En concreto: los números del rebote estadístico de la actividad y de algún transitorio auge sectorial no opacarán el mal humor que la escalada de precios provocará en la mayoría de la población en un año electoral. Si el gobierno no logra frenar la disparada quedará completamente expuesto al cachetazo cotidiano de la oposición, es decir a tiro fácil del desgaste erosivo de los medios de comunicación hegemónicos. Su único activo será el espanto por la memoria del desastre macrista, lo que quizá no alcance para su consolidación electoral.
En los últimos dos artículos de este mismo espacio se habló primero del salto de los precios internacionales de las commodities agropecuarias (Lockout agropecuario y los precios de los alimentos | El Destape (eldestapeweb.com)), lo que se tradujo en la “inflación importada” que impacta de lleno en el precio de los alimentos. Luego, en un segundo artículo, se detallaron las causas reales de la inflación (Mentiras y verdades sobre la inflación | El Destape (eldestapeweb.com)), que son las variaciones de los precios básicos; salarios, dólar y tarifas. En el texto se intentó también destacar cuáles “no eran” estas causas: la inflación no es monetaria ni es oligopólica.
Estos señalamientos no estuvieron destinados a debatir con la irrecuperable posición lobista de los economistas profesionales y sus explicaciones de utilería sobre los principales fenómenos económicos, sino que apuntaban a la permanencia y reproducción de estas visiones al interior del heterogéneo Frente de Todos. La mejor manera de entenderlo es con algunos pocos ejemplos.
En el Ministerio de Economía creen efectivamente que la inflación es un fenómeno monetario y, consecuentemente, de origen fiscal. Por eso festejaron que el déficit de las cuentas públicas fuera en 2020 menor al proyectado, poco más de 6 puntos contra 8 y que ello permitirá acordar un déficit de 4,5 puntos para 2021 con el FMI. También esperan que ese déficit “se financie” con endeudamiento interno. Con esta visión monetaria de la inflación la tarea para conjurarla ya habría sido hecha, ya está. El problema aquí es que Martín Guzmán es la figura empoderada por Alberto Fernández, es decir, la voz dominante sobre qué hacer en economía.
El otro compartimento que se ocupa del problema, el Banco Central, también está encerrado en su propia visión y objetivos. Tener excelentes técnicos de línea y un blog en el que se detallan las verdaderas causas de la inflación no parece ser suficiente. Como está muy bien que suceda, la principal preocupación de Miguel Pesce son las reservas internacionales. Pero su diagnóstico, bien erróneo, es que las mismas se cuidan devaluando. En 2020, contra una inflación de 36 puntos, el BCRA aumentó el tipo de cambio 40 puntos. Devaluar siguiendo siempre la inflación “endogeiniza” y retroalimenta el problema. Luego, como el propio blog del Banco Central explica, el precio del dólar es uno de los tres precios básicos y, en consecuencia, la disparada de la inflación de los últimos meses, incluida la que se registrará en enero, responde en buena medida a la política devaluatoria del BCRA.
Una tercera interpretación errónea al interior de la coalición es que la inflación es oligopólica. Según esta visión maniquea del comportamiento de los actores en la economía argentina habría oligopolios más malos y voraces que en el resto de las economías del planeta y, en consecuencia, los cañones se apuntan contra la presunta inacción de la Secretaría de Comercio que conduce Paula Español, quien ya estaría anotada entre los “funcionarios que no funcionan”. Está lejos de la voluntad de este espacio defender a funcionario alguno, pero acusar a Español de lo que en realidad es consecuencia de la falta de coordinación macroeconómica de todo el gobierno parece al menos injusto. Para saber por dónde pasa en realidad el problema quizá baste recordar cómo le fue con el control de precios al inefable Guillermo Moreno, pero la memoria de alguna militancia es corta. Como lo demostró la buena gestión posterior de Augusto Costa, una Secretaría de Comercio que funciona puede acompañar, pero no define los imperativos que bajan de la macroeconomía.
El cuarto factor es que por razones de política no se está atacando el problema de “la inflación importada”. Si los precios de los productos agropecuarios se disparan el 60 por ciento en apenas un trimestre los funcionarios no pueden quedarse mirando las pantallas. Deben buscar de manera urgente los mecanismos de desacople. Aquí no hay mucho para inventar, el único mecanismo efectivo es aumentar retenciones de manera inteligente. Se trata de una medida que inevitablemente llevará a un enfrentamiento con la dirigencia ya opositora del agro pampeano y su representación mediática, pero el gobierno debe optar entre ello y el ingreso de las mayorías. No hay medias tintas ni magia posible. Es una cosa o la otra. Quizá se pueda negociar al interior del sector, por ejemplo aumentar retenciones a granos y oleaginosas, pero no a las carnes y la industria alimenticia, cadenas con las que se podría negociar dado que las retenciones bajarán sus costos. Quizá no esté demás recordar la gestión ministerial de Jorge Remes Lenicov después de la crisis de 2001 y sus retenciones segmentadas por la inversa de la agregación de valor. Devaluar por arriba de la inflación en un contexto de aumento de los precios internacionales y quedarse mirando sólo da como resultado la caída efectiva de los salarios. En materia de política económica hacer la plancha nunca es neutral.
Las conclusiones preliminares son principalmente dos. La primera y más importante es que en el gobierno siguen funcionando los compartimentos estancos y existe una alarmante falta de coordinación macroeconómica para atacar el problema de los precios básicos. Si se sueltan el dólar y algunas tarifas y no se hace nada con la inflación importada sólo queda retrasar el precio básico restante, el salario, elemento que resulta completamente incompatible con las declaraciones del área económica de la jefatura de Gabinete de aumentar los ingresos de los trabajadores en 4 puntos por encima de la inflación en 2021. Luego, si no se consigue este objetivo de recomponer ingresos para reactivar la demanda agregada no se podrá salir de la recesión. Sólo habrá un rebote estadístico que no alcanzará para conjurar el malestar de las mayorías. La segunda conclusión es que más temprano que tarde deberán aumentarse las retenciones y que sería mejor no demorarlo, mal que le pese al Ministerio de Agricultura, siempre ansioso de paz sectorial. Finalmente, el aumento de retenciones por sí solo no alcanza si no se combina con la coordinación macroeconómica para anclar los precios del dólar y las tarifas y aumentar efectivamente salarios. De estos factores dependerá la evolución de la economía en 2021, es decir el resultado de las elecciones intermedias.
Se impone un golpe de timón para frenar los precios
Los datos preliminares que se manejan en las áreas económicas del gobierno muestran que la inflación de enero podría ser dramáticamente superior al 4 por ciento de diciembre.
23 de enero, 2021 | 19.00
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Claudio Scaletta
Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017).
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