Dejamos en pausa el balance del primer año del gobierno de Javier Milei, pero adelantamos unos pocos datos. Luego del shock de la motosierra sobre el gasto y el alineamiento de expectativas con el poder económico, local y global, la recesión parece haber terminado. La caída del PIB y, en consecuencia, de los ingresos ya pegó la vuelta y la inflación, tras el shock de partida, sigue en baja. En el camino se ajustaron parcialmente los precios relativos. En particular las tarifas, que incluyen el precio de los combustibles, que son también uno de los precios básicos de la economía.
Las herramientas utilizadas por el gobierno para alcanzar la estabilización fueron fundamentalmente dos, la motosierra y el ancla cambiaria, lo que significa que la alineación de los precios básicos (dólar, salarios y tarifas) todavía no terminó. Pero como prevén absolutamente todas las bibliotecas, el freno de la inflación, dentro de la que destaca el mayor freno en alimentos, mejora por definición los indicadores sociales. No hace falta buscarle la quinta pata al gato. La pobreza, que se disparó durante el ajuste, ya regresó a los niveles heredados por el cuarto gobierno kirchnerista.
Una segunda cuestión desde la crítica es que, al momento de evaluar el ajuste, se acusa al oficialismo por la dureza de la motosierra. La respuesta típica de los economistas más prolijos es decir que ellos habrían hecho el ajuste de otra manera, “repartiendo mejor las cargas”. Pero debe recordarse, nobleza obliga, que el primer texto de la ley Bases incluía un reparto más equitativo del esfuerzo, por ejemplo, con más retenciones a las exportaciones de todos los rubros, no sólo del agro. Es decir, se proponía ajustar no solo por el lado del gasto, sino también de los ingresos y, como en tiempos de Remes Lenicov, que los privados compartan con el Estado los beneficios de la devaluación. Fueron los gobernadores, entre ellos alguno que representa la gran esperanza blanca de la derecha peronista, quienes se opusieron firmemente a que se reparta, vía retenciones, el efecto ingreso de la devaluación. Como la decisión presidencial era hacer el ajuste a como dé lugar, sobre la base del consenso construido con los gobernadores que firmaron al “pacto de mayo” en julio, se avanzó “sin piedad” solamente por el lado del gasto, con los jubilados como pato de la boda. De nuevo, Milei no es solo Milei y su por ahora minúsculo sello La Libertad Avanza, es una fuerza política e ideológica que lo trasciende, de allí la gobernabilidad que exhibe el nuevo modelo.
Un dato notable, por decirlo de alguna manera, es que cuando se describe la evolución del producto, la inflación y la pobreza se provoca el enojo de muchos opositores acérrimos, quienes creen ver en la simple descripción de los números una suerte de reivindicación. Para decirlo mal y pronto, se trata de una reacción “tonta”, con perdón, que demanda ser revisada. Lo tonto es enojarse con los datos, un enojo que tiene su raíz en la impotencia de una oposición que todo lo que tenía para ofrecer era esperar el fracaso de la experiencia libertaria. Como en el mientras tanto (y a la espera del cumplimiento de la “doctrina Asis”, según la cual antes o después en Argentina todo fracasa) el fracaso no ocurre, lo que queda en evidencia es el vacío analítico de la oposición, a quien solo le queda el recurso retórico de discutir metodologías de medición o hablar de “crueldades”.
En una segunda línea de análisis, que en el mientras tanto a Milei le vaya relativamente bien puede ser un antídoto contra la vagancia opositora, un desafío para pensar algo nuevo. Una oportunidad para abandonar la modorra de seguir repitiendo lo mismo a pesar de que los contextos local y global se transformaron radicalmente respecto del momento de surgimiento de la propia ideología. No se trata solamente de redescubrir que los equilibrios macroeconómicos importan y que la inflación irrita a la sociedad y hace perder elecciones, sino de pensar las transformaciones en el capitalismo global y cómo la economía local puede acoplarse al nuevo contexto maximizando el bienestar de la población.
A modo de ejemplo, los procesos de industrialización en América Latina se produjeron en esos momentos que la Cepal llamaba de “crisis en el centro”, como por ejemplo las guerras mundiales. Cuando las restricciones dejaron de existir y avanzó la globalización de la producción, con la profundización y extensión de las llamadas cadenas globales de valor, que básicamente significaron un profundo cambio de escala, la industrialización sustitutiva de importaciones llegó a su fin. Se trata de fenómenos que tendieron a pensarse solo localmente, algo así como “la desindustrialización fue producto de la última dictadura” sin considerar que fueron también la expresión local de fenómenos globales.
Hoy a escala planetaria la discusión es por los efectos que ejercerán en la producción y el trabajo dos profundas transformaciones tecnológicas, la inteligencia artificial y la biología sintética, la nueva capacidad de operar sobre el ADN para transformar y crear organismos vivos. El capitalismo tecnológico se encuentra en una profunda e impredecible aceleración evolutiva. No solo se globalizó la producción, sino también el trabajo. Las multinacionales controlan, todavía apoyándose en los Estados nacionales, la organización de la producción en todo el mundo. Y esa forma de producción es una sola, el capitalismo, con dos corrientes principales que disputan la carrera tecnológica, la estadounidense u occidental y la china. No hay dos sistemas, sino dos formas de capitalismo.
De lo que se trata desde la periferia es en pensar cómo acoplarse. Cuando se tiene un discurso antiexportador o se le llama “extractivismo” al aprovechamiento de los recursos naturales lo que se está imaginando es que es posible mejorar el bienestar económico desacoplándose de las tendencias globales, creyendo que en un mundo con libre movilidad de capitales es posible seguir pensando en economías semi cerradas. El camino es exactamente el contrario, tratar de encontrar y definir cuáles son las actividades, los mercados, en los que la economía local puede ser más competitiva. Y para ello una buena guía es observar los resultados sectoriales conseguidos hasta el presente. ¿En qué sectores ya se es competitivos? ¿Cuáles son las empresas exitosas? ¿Cuáles exportan? ¿Cuáles exportan con alto valor agregado? ¿Cuáles tienen potencial de crecimiento? ¿Cuáles, por el contrario, demandan la asistencia eterna del Estado? Las respuestas parecen evidentes. Más INVAP, más Bioceres, más Mercado Libre, más Toyota y menos Tierra del Fuego. Más agro, más agroindustria, más hidrocarburos y más minería. Finalmente, es necesario entender y asumir que la economía tiene reglas, que no es un subproducto de la voluntad política como se insistió desde 2003. La restricción presupuestaria existe y no es matemáticamente posible mejorar los ingresos de la población sin aumentar el PIB y las exportaciones.