Elecciones 2023: el riesgo de una nueva recaída neoliberal

06 de agosto, 2023 | 00.05

Pensar la economía es pensar todo el tiempo qué hacer con los problemas macroeconómicos. Existen distintas maneras de detallar este “qué hacer”. Los dos extremos de responsabilidad son hacerlo desde la tribuna para contentar al auditorio o hacerlo “como sí” se ocupase el lugar de quienes deben tomar las decisiones. No hace falta aclarar cuál de las opciones es la más sencilla. Luego, mirando más de cerca, pensar el “qué hacer” resulta inseparable del “quién” puede hacerlo, pregunta elemental a una semana de las elecciones primarias.

El punto de partida es que la situación económica actual, esa sobre la que se piensa el qué hacer, dista de ser lineal. Por un lado, desde la salida de la pandemia, el crecimiento del empleo privado nunca se detuvo, un correlato esperable de niveles altos de actividad. Por otro lado, se mantiene la altísima inflación, cuyo principal efecto es comerse los ingresos salariales. La combinación de altos niveles de actividad y bajo desempleo con alta inflación persistente es la que da lugar a una notable heterogeneidad de ingresos. La línea divisoria pasa entre quienes pueden y quienes no pueden defenderse de la inflación. Si el lector, por ejemplo, presta algún “servicio no transable” –tiene un comercio, un taller mecánico, una peluquería, arregla heladeras, instala aire acondicionados o diseña software– su ingreso es dependiente del nivel de actividad, si en cambio vive de un salario, la inflación le pega de lleno. Incluso si es un trabajador formal la recuperación vía paritarias siempre se produce a posteriori. Pero a pesar de estas diferencias de ingresos, la alta inflación tiene un factor común: enoja a todo el mundo. Para empezar, es la que posibilita instalar la idea falsa de que la economía atraviesa una grave crisis que contrasta con los restaurantes llenos, los hoteles a tope durante las vacaciones de invierno, las entradas agotadas a espectáculos de todo tipo, los niveles de consumo elevados y la ausencia de problemas de acceso al trabajo. Quienes hayan vivido cualquiera de las crisis del pasado, empezando por la de 2001, saben que “crisis” es otra cosa.

No obstante, para el peronismo gobernante, esta heterogeneidad de ingresos supone un problema adicional no lo suficientemente descripto: afecta fundamentalmente a su base electoral. Existe una correlación mayormente ineludible entre realidad material e ideología. Es esperable que un prestador de “servicios no transables”, por ejemplo, se sienta menos dependiente del Estado que un asalariado. También que se identifique más con los discursos del emprendedurismo y la aporofobia exaltados por la actual oposición. Dicho de otra manera, los más favorecidos por la actual distribución del ingreso son quienes “naturalmente” tienden a identificarse con el discurso opositor, en tanto los menos favorecidos son los votantes propios. No es el mejor escenario electoral para el oficialismo, menos aun cuando parte de la coalición continúa bombardeando a su propio gobierno.

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Primera recapitulación, la economía no está en una grave crisis. No tiene problemas de nivel de actividad ni de empleo, pero sí de alta inflación, la que a su vez es la principal fuente de descontento social y de inestabilidad política. A la vez, la alta inflación, que actualmente funciona como causa de los problemas de heterogeneidad de ingresos, es en realidad un efecto de un problema estructural: la escasez relativa de divisas, restricción que resultó potenciada por el elevado endeudamiento externo, es decir en divisas. Luego, fue este endeudamiento el que trajo de regreso, por la voluntad expresa del macrismo y sus apoyos, al FMI, lo que redujo los grados de libertad presentes de la política económica. La sequía que restó ingresos por 20 mil millones de dólares fue el golpe de gracia. Haber administrado la sequía de divisas sin caer en una recesión y haber seguido más o menos las recetas del FMI sin haber provocado un shock devaluatorio y en consecuencia inflacionario, fue realmente un logro. Y ello a pesar de que al Ministro de Economía, abogado al fin, se le complicó completar su equipo técnico.

Segunda recapitulación, si bien los problemas principales son la escasez de divisas para alcanzar estabilidad cambiaria y la alta inflación, problemas muy correlacionados, los actuales niveles de inflación ya no se resuelven solamente resolviendo la restricción externa. Se necesita un plan de estabilización consistente, lo que seguramente implicará una devaluación compensada (“compensada” es aquí la palabra clave), así como una nueva renegociación con los acreedores externos. Si esto se hace bien el país podrá comenzar lentamente a estabilizar su macroeconomía y reconstruir la moneda propia, condiciones sine qua non para aprovechar sus potencialidades, alcanzar una mayor estabilidad política y terminar con el péndulo entre modelos económicos antagónicos.

Un plan de estabilización es una tarea que deberá emprender cualquiera sea el gobernante que asuma el 10 de diciembre. Lo que se decidirá en estas elecciones, entonces, serán dos cosas, primero quién pagará los costos del ajuste que demanda cualquier estabilización y segundo que modelo económico quedará después. No es lo mismo, por ejemplo, que el ajuste se financie con retenciones y el pago de Ganancias de la casta judicial, que con una debacle salarial. El principal supuesto fuerte es que en los próximos años, gracias a la maduración de las inversiones en el desarrollo de recursos naturales, incluidos los hidrocarburos y la minería, pero también de la economía del conocimiento, la economía local superará su principal problema estructural, la escasez de divisas. El segundo supuesto, es que superar la restricción externa es sólo una condición necesaria, pero no suficiente. Si no se estabiliza la macro, se reconstruye la moneda y no se redistribuyen más equitativamente los frutos de la expansión, las exportaciones podrían triplicarse pero también transformarse solamente en salida de divisas. Lo mismo ocurriría si luego de un shock inicial se utilizase el mayor flujo de ingreso de divisas para mantener sobrevaluado el tipo de cambio y nada más.

A diferencia de 2015, la oposición cambiemita ya no camufla su programa. Sus referentes no proponen “la revolución de la alegría”, sino repetir una vez más las tradicionales recetas de ajuste a cargo de los salarios. Sin embargo, los shocks contra los ingresos y los derechos de los trabajadores y contra las funciones básicas del Estado, más la promesa de palos para quienes protesten, no resolverán ninguna de las dificultades actuales, sino que las agravarán. El piso alcanzado por los salarios lleva también a considerar que difícilmente un ajuste de estas características pueda sostenerse sin violencia y represión. Y más allá de lo que pueda suceder con la situación de los trabajadores, tanto las dirigencias de la sociedad civil como de la política deberían evaluar los costos de la potencial profundización de la inestabilidad social. El “orden” social no se declama ni se impone, se construye. Se necesitará de los votantes mucha templanza y sabiduría para evitar que el enojo transitorio con la alta inflación conduzca a una nueva recaída neoliberal. El riesgo está latente.