En lo que va del gobierno de La Libertad Avanza se registró un dato agregado, negativo y esperable, pero del cual el gobierno se jacta: el “mayor ajuste de la historia” en el marco de la búsqueda acelerada del superávit fiscal. El resultado más palpable para las mayorías fue el derrumbe del consumo popular, muy evidente por el lado del consumo masivo, determinado fundamentalmente por la caída de ingresos producto de la menor actividad económica y el deterioro de los salarios reales, incluidas las jubilaciones, un proceso consecuencia de la voluntad política, el shock inflacionario inicial y la persistencia de una inflación mensual elevada clavada en torno al 4 por ciento.
En este escenario y siguiendo el camino de no pocos gobiernos del pasado, la administración libertaria le tomó el gustito a la potencia estabilizadora de la revaluación del tipo de cambio. Los analistas de distintas tendencias coinciden en destacar la insustentabilidad de este esquema que, siguiendo con la lógica eterna de la economía local, es altamente dependiente del ingreso de divisas. No obstante, una hipótesis que gana consenso es que, con algo de muñeca, el gobierno podría atravesar sin mayores sobresaltos lo que resta del año y la primera| parte del próximo recurriendo a tres instrumentos: continuar “negativizando” las reservas, el blanqueo de capitales y el inicio de las grandes inversiones.
Por supuesto que, dados los vencimientos de deuda hasta 2025 inclusive, unos 16 mil millones de dólares sin contar organismos, estas herramientas no serán suficientes. Sin embargo, si el oficialismo consigue sostener su rumbo político podría comenzar a reaparecer lentamente la “confianza de los mercados”, lo que no es metafísica, sino la posibilidad cierta de que los mercados internacionales se abran para el refinanciamiento de deuda. Bien mirado, este debería ser el curso normal de los acontecimientos por una razón práctica, al grueso de las multinacionales que operan en el país, las que conducen el día a día de la producción local, están encantadas con el proceso económico mileísta. La afinidad ideológica con el gobierno es total. Y un dato adicional, de la tríada clásica del neoliberalismo --apertura, desregulación y privatizaciones-- al gobierno todavía le resta jugar la tercera carta, la de las privatizaciones, las que si bien no alcanzan para resolver todas las demandas de divisas, sí podrían funcionar como puente para la transición.
Un primer balance preliminar es que el gobierno de Javier Milei está reconfigurando la economía mediante un ajuste regresivo que no solo no encuentra mayor resistencia social, sino que conserva casi intacto el consenso de partida. Según las consultoras de opinión, la sociedad se encuentra, puntos más, puntos menos, dividida en mitades entre quienes apoyan y rechazan al gobierno y a la bizarra figura del presidente. La “grieta” es absoluta, pero el punto central es el alto consenso que conserva el gobierno a pesar del dolor que el ajuste provoca en una porción significativa de la población.
El segundo balance es que la sociedad dejó de ser como la describe el discurso opositor. Si así no fuese no reinaría cierta calma con represión focalizada, sino que se estaría al borde del estallido, mientras que la realidad es que el apoyo al gobierno no decae. En este contexto, que aparezca la ex presidenta-vicepresidenta afirmando que Milei no entiende nada de economía y que ella puede enseñarle a gobernar retroalimenta la polarización. Probablemente le sume a ambos personajes de la contienda, pero es un magro aporte para la necesaria reconstrucción de la oposición, que sigue tan grogui como el día después de la derrota electoral. Algunos se escudan en el “tiempismo”, en el viejo desensillar hasta que aclare, pero es probable que solo se trate de desconcierto.
A favor de la ex Presidenta vale reconocer que al menos intenta explicar y revisar conceptos y, dentro de los límites del lugar que ocupa, haciendo alguna introspección. Nunca está de más reconocer la retroalimentación de lo que ella llama “bimonetarismo” por la persistencia de las tasas reales negativas, así como la relación entre quedarse sin divisas e inflación, monedas corrientes de su segundo mandato. No haber resuelto a tiempo este problema fue lo que condujo a las restricciones cambiarias, que efectivamente son una estrategia transitoria para no devaluar. Lo que en cambio persiste incólume en su discurso es el basualdismo que se plasma en la incomprensión de que la “Formación de Activos Externos” es producto del bimonetarismo y no al revés y que ninguna economía es un caso único. También persiste la visión de estudiantina sobre el poder real que se tiene en la relación con el FMI, la que le sirve de excusa para separarse de sus responsabilidades sobre el gobierno precedente. En lo que en cambio no se equivoca es en que la tarea de reconstruir la moneda deberá ser el punto de partida de cualquier plan económico futuro.
El macrismo fue una verdadera desgracia que agravó todos los problemas estructurales de la economía y la endeudó por generaciones, pero no nació de un repollo, no fue una casualidad histórica. Lo mismo corre para el mileísmo. Quizá sea hora de salir de la simplificación dicotómica y maniquea para hacer una verdadera introspección y comprender las transformaciones sociales, especialmente las del mundo del trabajo, a las que las fuerzas nacional populares no supieron contener y dar respuestas. Quizá más que el auge de la ultraderecha, para la pequeña y la gran burguesía local el mileísmo solo represente un intento de restauración capitalista frente al fracaso de un Estado que dejó de cumplir con algunas de sus funciones esenciales, desde tener moneda hasta el orden y la seguridad en las calles, pasando por la provisión eficiente de bienes públicos como la salud y la educación. Seguramente La Libertad Avanza no será la solución para estos problemas, pero asumir las responsabilidades propias en su llegada al poder, sobre todo cuando en 2019-23 no se volvió mejores, es el punto de partida para comenzar a pensar el post mileísmo