Movilizaciones populares, lo que nos dan y nos dejan

Un análisis sobre algunos aspectos ligados a esa fuerza movilizadora que representa el volcarse masivamente a las calles con objetivos, sueños y motivaciones compartidas.

09 de enero, 2023 | 00.05

Las muchedumbres transitando calles y plazas de las ciudades, con especial visibilización en la de Buenos Aires como es costumbre, a raíz de la Copa del Mundo, fue descripto como un fenómeno sin precedentes. La pura literalidad de esa opinión fundada básicamente en el número de personas movilizadas, pareciera responder a un exceso discursivo de comentaristas deportivos, que admitida sin más obtura otras dimensiones que revela ese fenómeno.     

Un Pueblo siempre movilizado y movilizante

El año que pasó ha dejado un sinnúmero de episodios, experiencias y especulaciones sobre el futuro de las más disímiles, coronado a nivel popular y nacional por el triunfo de la Selección Argentina de Fútbol.

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Más serenos los ánimos, con una mayor perspectiva que brinda el tiempo trascurrido y sin un diciembre caótico que algunos pronosticaban como inexorable, es oportuno analizar algunos aspectos ligados a esa tremenda fuerza movilizadora que representa el volcarse masivamente a las calles con objetivos, sueños y motivaciones compartidas.

Lejos de una idealización simplificadora, inclinada a transpolar mecánicamente esa ebullición popular a cualquier ámbito con una pretensión totalizadora que supone dejar de lado las diferencias, las asimetrías y los antagonismos con las correlativas naturales conflictividades que les son inherentes, esos millones de personas que transitaron calles, rutas y caminos a lo largo y ancho del país brindan ciertos datos que merecen apreciarse.

Por una parte, que nuestro Pueblo posee una condición poco común, la de expresarse movilizado y organizado aún cuando no cuente con una organicidad previa que marque su rumbo, con capacidad de desbordar toda previsión en un fenómeno de masas descomunal.

Por otra, la posibilidad que todavía conserva de alcanzar homogeneidad en medio de una enorme heterogeneidad que concitan determinadas consignas en las que prevalecen lo común de una emoción, un sentimiento o una pertenencia que entrelaza los entusiasmos y las pasiones más allá de las divergencias o, incluso, sin perjuicio de ellas.

Las festivas jornadas vividas a medida que avanzaba el desenlace del Mundial, y particularmente alcanzada la victoria en un partido que nos dejó casi sin aliento hasta el último minuto, difícilmente pueda pensarse como una señal de que ese abrazo futbolero de todas y todos evidencie la posibilidad de una idílica unidad semejante en un proyecto de país sin “grietas”, sin “mezquinos intereses sectoriales” desentendidos de la suerte del conjunto, sin “antagonismos” lógicos en la diversidad o reprochables por la iniquidad.  

Sin embargo, sí hay algo que puede extraerse como un común denominador, como una manifestación sino absoluta ampliamente mayoritaria, el orgullo nacional de una argentinidad con frecuencia opacada por una tendencia a menoscabar lo propio.

Con ello no se apunta al desprecio o menosprecio de otras identidades nacionales, ni a un sentir supremacista, sino al reconocimiento y valoración de nuestra idiosincrasia, de nuestras costumbres, de nuestra cultura y de nuestra historicidad, sin que tampoco implique desconocer nuestras limitaciones, vicios y desviaciones como sociedad.

Es que el patrioterismo de sectores oligárquicos siempre dispuestos a entregar nuestro patrimonio nacional o a colocar el propio a buen resguardo en guaridas fiscales, tanto como la tilinguería del medio pelo aspiracional que encuentra nuestro origen descendiendo de los barcos y el futuro de sus hijos ascendiendo a aviones que los lleven al “centro del mundo” a cumplir sus sueños, machacan -con la amplificación de los medios afines- en que en “este país” -el suyo, mal que les pese- no hay futuro, sucede lo que no ocurre en ningún otro “país serio” y existe una “máquina de impedir” por más esfuerzo que se ponga.

Entonces, una ocasión para que aflore el nacionalismo imprescindible para todo logro colectivo que contenga pero vaya más allá de las ambiciones de cada ciudadano, inmersa en un aluvión popular que exalte lo mayoritario por sobre todo elitismo, constituye una buena razón para celebrar acontecimientos de ese tipo y brinda una dosis necesaria para albergar esperanzas de encontrar salidas a las múltiples encrucijadas que afronta la Argentina.

Ejemplos numerosos y de distinta índole

 Se ha destacado la ausencia de precedentes a la masividad de que dieran cuenta las movilizaciones mundialistas, quizás sea así en términos cuantitativos absolutos, aunque no sería tan categórica esa afirmación si lo medimos en términos relativos, por ejemplo, en proporción a la población actual comparada con la existente en otros sucesos de masas que registra nuestro país.

Menos certeza ofrece, y quizás esto sea más relevante, si hacemos hincapié en lo cualitativo más que en lo cuantitativo, o sea, si atendemos a fenómenos masivos que han puesto en evidencia una idea o propósito común como hilo conductor de movilizaciones populares.

El siglo XX nos permite un recorrido variado de manifestaciones multitudinarias, que reafirma esa condición singular que exhibe la Argentina, cuya sola enunciación insumiría un espacio que excede el asignado a esta nota.

De allí que sólo mencionaré algunas verificadas en esta ciudad y el Gran Buenos Aires, que el lector seguramente podrá completar a gusto o disgusto, incluso más allá de esos límites geográficos.

Las puebladas en 1919 que son recordadas como “la Semana Trágica”, originadas en la huelga metalúrgica en los Talleres Vasena; el aluvión impensado e imparable -estigmatizado como “zoológico”- que se apoderó de la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945; el Cabildo Abierto del 22 de agosto de 1951 (ligado al posterior renunciamiento de Evita a la candidatura como Vicepresidenta), los funerales de Yrigoyen (1933), de Evita (1952) y de Perón (1974); los millones que concurrieron a Ezeiza en los dos retornos al país de Perón (en 1972 y en 1973); las movilizaciones organizadas por los Organismos de DDHH entre 1980 y 1983; la huelga general y movilización del 30 de marzo de 1982 (liderada por la CGT Brasil) que selló el fin de la dictadura; la  marcha a Plaza de Mayo del 16 de diciembre de 1982 (convocada por la Multiparditaria); los cierres de campaña electoral en la Avenida 9 de Julio de la UCR y del Partido Justicialista (1983); los festejos por el retorno a la Democracia el 10 de diciembre de 1983; el respaldo popular callejero al gobierno de Alfonsín por el alzamiento de los militares “carapintadas” (Semana Santa de 1987).

También en el presente siglo hubo otras movilizaciones de alto impacto, dramáticas o festivas, tales como las del 19 y 20 de diciembre de 2001; las jornadas de celebración del Bicentenario de la Revolución de Mayo (2010), el funeral de Néstor Kirchner (2010); la manifestación contra el “2x1” que disponía un fallo de la Corte Suprema para el cómputo y reducción de las condenas en favor de los genocidas de la última dictadura (10 de mayo de 2017); las sucesivas marchas bajo el lema “Ni Una Menos”, por la despenalización del aborto y por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE).

La Política y el clamor popular

Este año se cumplirán 40 años de institucionalidad democrática ininterrumpida, todo un récord en el país y en nuestro Subcontinente tan vapuleados por golpes militares -auspiciados por civiles- y de Mercado; cuyas peores consecuencias, en vidas y destinos sociales como personales, siempre han pesado sobre las mayorías -con efectos especialmente perniciosos en los más humildes- y los beneficios han sido sólo para las elites al servicio de intereses antinacionales que, en lugar de recibir las correlativas condenas, suelen luego aprovechar ventajas que deparan los procesos constitucionales de reconstrucción de los daños ocasionados y, a pesar de ello, vuelven en cuanto pueden a desestabilizar a los gobiernos populares.

Cuatro décadas que muestran disparidades, defecciones, inconformismos y realizaciones, sin que quepa atribuir univocidad en cuanto a esas calificaciones con respecto a los ciclos comprendidos. Sin embargo, la continuidad democrática -con todos sus claroscuros- constituye un valor en sí mismo en tanto dota de una herramienta, la Política, para dar el debate y definir proyectos que sustente la mayoría ciudadana.

La caracterización republicana que se le reconoce a la Democracia importa un juego de pesos y contrapesos entre los Poderes del Estado, cuyo funcionalismo está sujeto a reglas básicas que efectivamente permitan equilibrios que aseguren tanto la vigencia de la Constitución como el respeto a la voluntad popular y a los derechos -en particular sociales, económicos y culturales- que garantiza un Estado de Derecho.

En la actualidad asistimos a un peligroso quiebre del Sistema mismo, toda vez que se verifican procederes mafiosos que representan la peor expresión de la “antipolítica”, con enorme capacidad de daño institucional y sin excepción alguna ya que su accionar predatorio, aunque tenga destinatarios prioritarios, no guarda ningún reparo y expone a todos a ser víctimas de su operatoria.

A los desvíos inconcebibles de una parte relevante del Poder Judicial y del Ministerio Público Fiscal, tolerados y amparados por el Máximo Tribunal, se vienen sumando -acciones y omisiones gravísimas- de la propia Corte Suprema conformada por cuatro ciudadanos que actúan como si no tuvieran que rendir cuenta a nadie, y creyéndose más que cortesanos, soberanos absolutistas y vitalicios con pretensiones gubernativas.

Claro que no están solos, ni gozan de real autonomía, sino que responden a los mandatos estrictos de los poderes fácticos y sirven sin pudor alguno a los propósitos de sus mandantes, y en ello nos va la vida, los bienes y el futuro a todo el resto, incluso a muchos de quienes creen formar parte o ser hinchas de ese exclusivo club de inversionistas apátridas.
De allí, que sea preciso tomar conciencia de lo que está en juego cualquiera sea la inclinación política de cada cuál y en tanto se precie de ser democrático, sumar voluntades y reclamar por una inmediata normalización institucional.

Celebrar, aprovechar la energía positiva y procurar transformaciones

El reencuentro fraternal de quienes habitamos la Argentina, la alegría y el afán celebratorio que nos ofreció ser “Campeones del Mundo” después de 36 años de que consiguiéramos ese mismo título, nos dio un respiro en medio de las múltiples complicaciones del diario vivir sin que con ello, mágicamente, los problemas que padecemos se hayan resuelto.

Pero esa hermandad de raigambre nacional y popular, esa ocasión de poder y saber compartir en paz el espacio público, ese protagonismo colectivo identitario, genera una energía que debemos poder direccionar en el mutuo y común provecho sin negar pensamientos diversos o incluso antagónicos, poniendo el eje en la importancia que posee y que como Pueblo reconozcamos a un sistema de convivencia que mucho costó recuperar, sostener y mantener.

La afinidad o encono que la figura de Cristina Fernández de Kirchner provoque no altera dos cuestiones innegables: una, que se trata de la principal referente política (con mayor liderazgo y  caudal de votos propios) en la actualidad, y dos, que su definición del dilema principal que hoy enfrenta la Patria (“Democracia o mafia”) constituye una síntesis de lo más ajustada a los graves acontecimientos que corroen la institucionalidad republicana.

Una vez más será el Pueblo movilizado el que ofrezca o allane los caminos para el triunfo de la Democracia, los precedentes históricos y un presente rico en manifestaciones legítimamente demandantes justifica una vigilia activa y esperanzada.

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.