Un problema metodológico para el análisis aparece cuando las decisiones de política económica pierden racionalidad. Frente a ello, la primera reacción lógica del observador es intentar afinar el ojo. Pensar primero que la irracionalidad observada no está afuera, sino en que hay datos que al analista se le escapan. Hablamos del anuncio del ministro Luis Caputo de bajar el impuesto PAIS del 17,5 al 7,5 a partir del lunes 2 de septiembre.
Los efectos de esta medida son esencialmente dos, uno directo y otro indirecto. El directo es una importante caída de la recaudación. Su participación en el total de los ingresos presupuestarios superaba en julio el 6 por ciento del total y ahora pasarían a ser menos del 3. Agréguese, además, que los ingresos tributarios ya estaban en fuerte baja por la recesión.
Aunque para la ortodoxia local los equilibrios presupuestarios solo pueden alcanzarse reduciendo gastos, desde una perspectiva puramente contable también dependen de la mejora de los ingresos. Cabe preguntarse entonces si sólo se es “degenerado fiscal” cuando se busca evitar la caída de un gasto, pero no cuando se recortan ingresos. Pero más allá de la ideología, el resultado real será que, con la decisión de bajar la alícuota del impuesto PAIS el gobierno agravará voluntariamente su situación fiscal en un momento en que, encima, la recaudación global está en contracción.
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El efecto indirecto es que se abaratan las importaciones. Aquí residiría la racionalidad que el oficialismo le confiere a la medida. Se supone que en un contexto de sobrevaluación cambiaria importar más barato empuja los precios internos a la baja. En consecuencia, la medida buscaría contener la inflación. Sin embargo, ni la economía ni el proceso de formación de precios funcionan así. El efecto real será el contrario. Lo que sucederá es que el impulso importador presionará sobre el tipo de cambio en un momento en el que no hay dólares. Aunque no se devalúe inmediatamente, lo que sí sucederá es que aumentarán las expectativas de devaluación y aumentará la brecha, lo que siempre impacta sobre los precios. El efecto indirecto real, entonces, será el aumento de las presiones cambiarias.
Es importante considerar los dos efectos de la medida en contexto, porque precisamente este contexto está signado por los dos factores que la medida agravará, el presupuestario y el cambiario. Los cambios de dirección en los tours de compras y de los viajeros internacionales siempre son señales indirectas de sobrevaluación. El debate cambiario no es sólo ideológico. Uno de los problemas no deseados que genera la persistencia en el plan económico inicial es precisamente el encarecimiento en dólares de los precios internos. La causa fue haber mantenido la tablita devaluatoria mensual del dos por ciento para el dólar oficial mientras la inflación sigue volando muy por encima.
Parafraseando al economista Emmanuel Álvarez Agis, la sobrevaluación “es como la droga, al principio es rica” (Agis se refería a la toma de deuda, pero el razonamiento para la sobrevaluación es el mismo). Revaluar tiene efecto ingreso. Hoy los salarios están derrumbados, pero para quienes lo conservan aumentó su poder adquisitivo medido en dólares. A ello se agrega que mantener planchado el dólar funciona como ancla contra la inflación. Dicho de otra manera, sobrevaluar funciona, pero, como enseñó con dureza la experiencia de la convertibilidad, lo hace mientras haya ingreso de capitales. Por eso toda la apuesta del oficialismo es al ingreso de divisas, en el corto plazo por el blanqueo, en el mediano por el RIGI y en el largo porque ganará Trump o porque los mercados nos aman y nos prestarán miles de millones de dólares.
Más allá de los 100 pájaros volando, el mundo parece querer que la economía argentina se arregle sola. Los vientos no están a favor, aunque hay un dato positivo. La inflación estadounidense se frenó (malo para Trump) y se espera una baja de tasas de la Reserva Federal. Existe una regla práctica, cuando baja la tasa de la FED mejoran los precios de las commodities. Aunque las causas de la caída en el precio de la soja no responden a estos pequeños movimientos, es probable que el valor de la oleaginosa no siga cayendo, lo que significa que si bien los exportadores locales que no liquidaron hace dos meses perdieron, no seguirán perdiendo si no liquidan y esperan una probable devaluación.
Los mercados globales, en tanto, ya comenzaron a descontar una devaluación local. Esta misma semana el vicepresidente de la calificadora Moody's, Jaime Reusche, consideró que Argentina deberá reestructurar su deuda en 2025 porque no cuenta con los dólares para los vencimientos. Esta es la razón por la que el riesgo país se mantiene en 1500 puntos. Como es de forma, Reusche se congratuló por el súper ajuste libertario, pero se mostró “preocupado” por la demora en la “corrección cambiaria”.
Quizá aquí resida el componente de racionalidad que el observador no alcanza a ver y en septiembre la baja del impuesto PAIS se complemente con una devaluación proporcional, caso en el que no se trataría de otro error gubernamental no forzado, como hoy parece ser.