El martes pasado, el conductor de A24, Eduardo Feinmann, se indignó ante cámara cuando su compañero, Jonatan Viale, utilizó lenguaje inclusivo. Más allá de los -ya conocidos- argumentos que esgrimió citando a la Real Academia Española y de su insólito enojo al concebir la palabra “votes” escrita en inglés como si fuera una referencia inclusiva de “votos”, no deja de sorprender la irritación que produce en ciertas figuras públicas y en otros tantos ciudadanos comunes y corrientes, la práctica de un lenguaje que contempla la diversidad de género. Cada vez que el presidente Alberto Fernández habla para “todos, todas y todes” en un discurso, es tendencia en las redes y noticia en varios medios de comunicación que -acto seguido- acuden a especialistas de la lengua castellana para dirimir la polémica que instauró el mandatario. A esta altura pareciera que el debate ya no gira en torno a la deformación del lenguaje, sino más bien, en torno a una convicción ideológica y, por lo tanto, política.
Es imposible ahondar en este tema sin antes contextualizar el cambio de paradigma que resultó la irrupción del movimiento feminista en Argentina. Detrás de las banderas que alzaron las mujeres en cada marcha o acción hubo una serie de cambios culturales que lograron sacudir las esferas políticas, sociales y mediáticas. La multitudinaria campaña a favor del aborto legal, seguro y gratuito en 2018, fue ejemplo y reflejo nítido de una lucha que buscó y busca visibilizar las demandas de un colectivo que comprende a las mujeres y a las disidencias. Los feminismos, a lo largo de la historia, cuestionaron y cuestionan las normas que el sistema heteropatriarcal, binario y cisgénero logra imponer, y el lenguaje es una de ellas. Si bien la mayoría reconoce que la sociedad y la cultura son quienes crean y establecen nuestra forma de hablar, existe una amplia incomodidad, resistencia y hasta odio con respecto a su transformación.
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La televisión argentina y las figuras del espectáculo no son ajenas al lenguaje inclusivo. La semana pasada, en la Mesaza de Mirtha Legrand, Juana Viale -quien se encuentra reemplazando a su abuela en la conducción del ciclo- utilizó “todes” para saludar a su audiencia. Inmediatamente, la actriz y conductora se convirtió en tendencia en Twitter a partir de comentarios de los televidentes que se mostraron disgustados por sus dichos y reticentes a este tipo de expresiones. Otra que entró en la discusión fue la panelista de Los Ángeles de la Mañana, Yanina Latorre, quien en un vivo de Instagram, cruzó al influencer Lizardo Ponce por referirse a una persona como “amigue”: “Ahora se hace el ‘avanzado’ porque hay diez pelotudos que no se depilan el culo y salieron a hablar con la ‘e’. Uno no se puede sentir identificado con la ‘e’, si no hay nada concreto. ¿Qué es sentirte identificada con la ‘e’? Eso no existe”. Lejos de cualquier tipo de disgusto o simple oposición a la expresión de Lizardo, Yanina no solo denigra a quienes utilizan el lenguaje inclusivo, sino que también, invisibiliza a quienes no se sienten identificades ni con el género masculino ni con el femenino.
Esta discusión no solo se está librando en Argentina, en otros países de habla hispana, como Uruguay y España, el debate pisa fuerte en el ámbito político. A principios de julio, la Intendencia de Montevideo dictó un decreto que generó fuerte controversia dado que se declaraba obligatorio el uso del lenguaje inclusivo en todos los actos administrativos y en la comunicación institucional. Por otro lado, en España, la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, está llevando a cabo una militancia activa en pos de la utilización de una lengua “con arreglo de género”. “En la calle nos llaman vicepresidentas, ministras, diputadas, alcaldesas, concejalas, eso está en la calle; es normal que a las mujeres si nos llaman 'vicepresidente' no volvamos la cara, nos tienen que llamar 'vicepresidenta' para sentirnos concernidas”, afirma Calvo, quien ha tenido en este último tiempo varios entredichos con la RAE.
Queda en evidencia que a nivel global, en los países de habla hispana, hay una disputa que se refleja en el lenguaje pero que tiene una raigambre ideológica y política. No es lo mismo aquel que no utiliza el lenguaje inclusivo por falta de costumbre que aquel que milita en contra de la inclusión y la diversidad que esta modalidad promueve. A fin de cuentas, las estructuras de poder y los modos de opresión también entran en juego a la hora de hablar.