La extrema derecha, tomando a todos por sorpresa –incluso a sí misma–, llegó al gobierno en las últimas elecciones. Resulta difícil comprender las razones que llevaron a una parte de lo social –que se cura o educa en el Estado– a votar en contra de lo público.
Para la parte de la sociedad que creemos en la igualdad, la justicia social y que nadie se salva solo, ese triunfo resultó no sólo una sorpresa, sino también una herida al narcicismo. No entendemos las razones de ese voto y las categorías conceptuales que disponemos para dar cuenta de este fenómeno resultan insuficientes.
En su artículo de 1916 «Una dificultad del psicoanálisis», Sigmund Freud plantea tres graves afrentas que el narcicismo humano experimentó a lo largo de la historia, tres afrentas al narcisismo que vinieron a desestabilizar y conmover las creencias instaladas. La primera de esas heridas narcisistas fue que la tierra no está en el centro del universo; la segunda que el ser humano desciende del mono y es sólo un eslabón más en la cadena evolutiva de la naturaleza; mientras que la tercera llegó con el descubrimiento del inconsciente: la conciencia no comanda al sujeto, que se encuentra dividido y determinado por el inconsciente.
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El triunfo de la ultraderecha por la vía del sufragio sostenido por una mayoría de electores que se verán perjudicados por su propio voto es factible de ser pensado como la cuarta herida al narcicismo: la racionalidad, en nuestra época, ha quedado devaluada. Las ideas libertarias de la ultraderecha que van en contra de los derechos y la democracia desestabilizaron nuestras creencias.
Pensábamos que los valores e instituciones democráticas eran perennes y “eternos los laureles que supimos conseguir”. Comprobamos que esos axiomas fueron supuestos cegadores fundamentados en el progreso y la razón, que quedaron fuera de juego. A partir de la revolución cibernética, las redes sociales y los medios de comunicación concentrados debemos admitir que la razón no gobierna y que la subjetividad no elige por la lógica del principio de realidad.
La extrema derecha triunfante presenta elementos conocidos del neoliberalismo que combinan libertarismo, moralismo, autoritarismo, odio al Estado, conservadurismo, fascismo y plutocracia antidemocrática. Legitima valores como la desigualdad, la exclusión, la apropiación privada de lo común y el individualismo, pretendiendo desregular al capital, reprimir a los trabajadores, demonizar al Estado y lo político provocando una agresión sin precedentes.
Esta creación frankesteiniana surgida como construcción mediática y de las redes pretende privatizarlo todo, incluyendo el lugar del Poder Ejecutivo, que en la democracia- a diferencia de la monarquía- es un lugar vacío, sin dueño.
El desinhibido presidente Milei se está animando a poner en cuestión la democracia y los valores de ese sistema, sosteniendo un discurso de supuesta libertad ilimitada, acompañada de ataques violentos hacia los que se oponen. Mientras se maximiza la libertad de los mercados, se disciplinan las almas y nos convertimos en “capital humano”.
Estamos ante una subjetividad casi absolutamente condicionada por las redes sociales, los medios de comunicación corporativos y los afectos que estos canales motorizan, que es consecuencia de una derecha que está ganando la batalla hegemónica.
Milei fue un candidato que logró triunfar con las redes sociales, los medios concentrados y dos afectos principales: el odio y la indiferencia.
Un odio desinhibido que con arengas vengativas desprecia la justicia social, el Estado y cunde el resentimiento, que se reproduce por las redes a-sociales, contra cualquiera que se oponga al proyecto autoritario de la libertad.
La indiferencia hacia todo lo social y colectivo, así como la ausencia de solidaridad se legitiman. La anestesia ante el destino de otros humanos y una relación rota con el mundo de “afuera” se imponen a una subjetividad manipulable, desapegada de la conciencia social, que somete todos los aspectos de la vida al cálculo de inversión.
La a libertad ilimitada del mercado es una distopía homologable a una pulsión de muerte sin límites. Un modelo tanático que está llevando a las especies a una miseria sin precedentes, hacia la extinción de lo vivo y al planeta a su destrucción. Debilitados el principio de realidad y la racionalidad, el futuro se pone en duda…
En plenas fiestas findeañeras y sin el espíritu navideño de otros años, deseamos reconstruir la fe común en la capacidad para controlar poderes y limitar a este Frankenstein contemporáneo, lo que supone apostar a un trabajo político colectivo, regenerador del porvenir.