Mucho se ha dicho sobre la personalidad del actual presidente, Javier Milei, su modelo “anarco-capitalista” (ultra neoliberal–fascistoide) y su estilo de conducir el gobierno, que presenta altas convicciones o certezas indestructibles. No pretendemos adivinar las buenas o malas intenciones del presidente, sino poner en cuestión esa gestión que, pensamos, está caracterizada exclusivamente por la ética de las convicciones, sin miramientos por la práctica de la responsabilidad.
Max Weber, en el texto La política como vocación –versión más extensa de la conferencia que pronunció ante una asociación de estudiantes en el Múnich revolucionario de 1919–, se pregunta por las cualidades que debería reunir quien se dedica a la política. Contrapone allí una ética de la convicción, que se refiere a las creencias internas que un político tiene, a una ética de la responsabilidad, que se traduce como la necesidad diaria de hacerse cargo de las consecuencias de sus actos y preservar la paz como el bien mayor.
Hay varias arengas emocionales que expresa Milei y que se hicieron carne en el cuerpo social, repitiéndose masivamente como un eco sin pensamiento crítico ni responsabilidad: “Viva la libertad carajo”, “hay que sufrir”, “el ajuste era necesario”, “la patria requiere sacrificios”. El actual presidente manifiesta la convicción de tener una misión de “las fuerzas del cielo” y que no se detendrá hasta concretarla. No se compadece de los enfermos sin remedios oncológicos, los inquilinos sin techo asegurado o los discapacitados carentes de ayuda social.
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La semana pasada, el periodista Ari Lijalad, a partir de una investigación, dio a conocer que había cinco millones de kilos de alimentos guardados, esto es, toneladas de comida almacenadas que el Ministerio de Capital Humano no distribuyó en este tiempo de emergencia alimentaria.
En el gobierno del presidente Milei la falta de sensibilidad y la práctica de la crueldad como modo habitual de gestionar sin inhibición, vergüenza ni culpa, está llevando a la desaparición de la solidaridad o sea de la comunidad.
Es cierto, afirma Weber, que en primer lugar la política requiere pasión que consiste en la entrega a una causa y a los ideales que la inspiran. Sin embargo, esa pasión nada tiene que ver con la excitación estéril, sino que debe ir acompañada con el sentido de la responsabilidad: “La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una 'causa' y no hace de la responsabilidad la estrella que orienta su acción.” De modo tal que en el político de talla han de confluir convicciones y responsabilidad.
Pero hay una tercera la cualidad que Weber considera decisiva en el político y es la mesura. Pues si la pasión por una causa ha devenir disciplinada por la responsabilidad, ello requiere en el político sentido de la medida. La mesura no se refiere sólo a una aptitud intelectual de calcular o afirmar un buen juicio para calibrar las circunstancias y ver las cosas en la perspectiva adecuada. Eso es necesario, pero no suficiente; se requiere fundamentalmente, sostiene Weber, una virtud, un hábito de saber guardar las distancias sin perder la tranquilidad a pesar de las múltiples presiones de la realidad y de los hombres.
En resumen, para el pensador alemán el político de vocación o el buen político establece una articulación entre convicción, responsabilidad y mesura, debiendo dejar de lado la vanidad, que es el más común de los defectos, enemigo mortal de la mesura, de la entrega a una causa y también de la responsabilidad.
Lejos de juzgar inferior una ética a la otra, Weber sostiene que convicción y responsabilidad deben contemplarse en realidad como elementos complementarios.
La política orientada exclusivamente por la responsabilidad sin pasión, conduce a la administración o a la burocracia sin apuesta instituyente. Por el contrario, la política sostenida exclusivamente en las convicciones inquebrantables –como en el caso de Milei– conduce a la crueldad, la indiferencia, la desmesura y la irresponsabilidad.