El avance del neoliberalismo, la creciente concentración de las comunicaciones mediáticas y cibernéticas, la desintegración de los lazos sociales, la poca creencia en la política para resolver los problemas sociales, el gobierno de Alberto Fernández ganado por la impotencia y la desorientación; podemos resumir éstos como los factores fundamentales que fueron precarizando la democracia.
En ese interregno de una democracia debilitada –en el medio de la pandemia y con una cuarentena que impulsó la virtualización de la vida– que no alojó a la mayoría social, no controló la inflación ni reformó el poder judicial, fue ganando terreno a los gritos y con violentas performances una derecha agresiva y desequilibrada, que supo captar el enojo social. En ese contexto, Javier Milei, un panelista de la tele e influencer de las redes sociales, surgió como líder libertario y en poco tiempo, sin trayectoria política, llegó a ser presidente de la República.
Sus mensajes delirantes, el odio a la “casta política”, las fakes news y sus discursos de intolerancia calaron hondo en el estado anímico de insatisfacción democrática, increencia en la política y depresión social generalizada. El líder libertario no se cansó de predicar contra la “amenaza populista” y la “casta política”, enmascarando que forma parte de ella y que apunta a terminar con la democracia, vaciar el Estado y hacer negocios privados.
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La hegemonía virtual ha calado tan profundamente en lo social que se llegó al punto de que una gran parte de la subjetividad cuestione al mundo “real” si contradice al virtual. ¿Es un fenómeno de negacionismo social, como habitualmente se dice, o debemos comenzar a pensar con otras categorías? Aparentemente, nos encontramos en medio de un laberinto…
Probablemente, si la política ampliara su marco conceptual e incluyera la lógica de las redes sociales, dejaría de sorprenderse con la emergencia de proyectos o líderes de derecha que consiguen triunfar atentando contra los derechos conseguidos para las mayorías.
Conocer la lógica de las redes no implica exclusivamente comunicar con TikTok, sino hablarle a la nueva subjetividad atravesada por la virtualización de la vida, tema a desarrollar en mayor detalle.
Dado que la velocidad es el timming de las redes, en poco tiempo a los libertarios se les cayó la careta, el nuevo gobierno mostró su verdadero rostro: salvaje, hambreador y autoritario, con la pretensión de dominar el todo. Sin entrar en que el nuevo gobierno no sólo no acotó los privilegios de la casta –salvo las medialunas del Congreso–, sino que los profundizó, el presidente antidemocrático pretende gobernar con un DNU que se arroga la suma del poder público y una Ley que tritura otras 300 leyes que llevó años debatir y consensuar.
La salida del laberinto no será por arriba, parafraseando a Leopoldo Marechal, dado que no hay poder judicial, gobernadores, diputados, ni dirigentes confiables salvo algunos que conocemos, que no reúnen el número para mover el amperímetro a favor del pueblo ni transformar el orden “natural” del reparto establecido. Esta vez será la salida Zitarrosa, la que “crece desde el pie”, la que orientará el camino, porque cuando la política piensa los nuevos problemas con soluciones viejas, entonces se convierte en un dogma o en una burocracia aburrida.
La militancia del campo popular demanda conducción, porque hace tiempo que hay allí un lugar vacío. ¿Por qué no interpretamos el vacío? ¿Los dirigentes tienen miedo, cansancio o impotencia?
Hoy más que nunca hay que ir a Gramsci. El marxista italiano en sus reflexiones sobre Maquiavelo llegó a decir que el moderno príncipe no puede ser una persona, o un héroe personal, sino un partido político, un organismo social complejo en el que se inicia la concreción de una voluntad colectiva que desafía el poder establecido. Y tal vez ahí encontramos una punta, un hilo de Ariadna para salir del laberinto.
Porque para enfrentar nuevos problemas hay que encontrar nuevas soluciones y no volver con fórmulas viejas pensando en nombres propios. Ya no se trata del antagonismo que presentaba “la grieta”, sino más bien del abismo que separa a la democracia del fascismo.
Tal vez haya llegado la hora de pensar en una forma de conducción que trascienda los límites partidarios, en la que esté representada la CGT, el PJ, los movimientos sociales, los intelectuales, artistas, feminismos, curas villeros, organismos de DDHH, científicos, etc.
La política puede en potencia interrumpir el modelo ilimitado de esta extrema derecha siempre y cuando abandone narcicismos, partidismos y sectarismos, dando lugar a una imaginación libre pero democrática, nacional y popular, que se oponga a la libertad ilimitada del canibalismo.