¿Se pueden integrar naturalmente los sucesos actuales a una visión sobre la lucha por el poder en la Argentina de dos modelos de nación, de dos proyectos de Estado, de dos modos antagónicos de interpretar y organizar la convivencia humana?
Está claro que de esto se trata, pero hay que ser cuidadoso para entender al mismo tiempo que no hay solamente continuidades en los acontecimientos actuales. No es el “segundo tiempo” de la derecha, que Macri anunció con bombos y platillos para que nadie pudiera sentirse sorprendido. No es lo mismo porque lo sobrevuela otra idea del mundo y de la política. Hay que tomarse en serio las palabras del presidente, aunque suenen -y muchas veces sean- delirantes. Esa “idea del mundo” ha dado en llamarse “anarco-capitalismo” o nombres parecidos. El anarco-capitalismo abreva, claro, en una larga tradición teórica de desarrollo especialmente anglosajón: un capitalismo sin reglas, en última instancia más que las que merezcan ser incluida en el código penal. Capitalismo sin trabas. Si al ser humano le tocó nacer en un hogar pobre, le toca sufrir y fracasar. Si le tocó nacer rico, tendrá todo lo material al alcance de la mano. El Estado es una anomalía, una ruptura del orden natural de la convivencia entre los hombres. Hubo un pensador inglés, Thomas Hobbes, que fundó la necesidad de un aparato, legitimado por un “pacto social” para intervenir en la sede de los conflictos humanos. Ese aparato -el Leviatán- cuenta con todos los medios necesarios a su alcance para restituir el orden. Eso es el Estado: nunca fue otra cosa, más allá de que la restitución del orden tiene muchas facetas que además fueron revelándose en el desarrollo histórico.
Volvamos a lo nuestro. Milei es un miembro destacado de una secta que propone un “mundo sin Estado”. Y por eso es “libertario” porque el Estado es la esclavitud y lo antagónico con la esclavitud es la libertad. Es una utopía “redencionista”, es decir que su estela es la de un “hombre nuevo” liderado del Estado. El parecido con ciertas cosmogonías marxistas y anarquistas es estremecedor: son el mismo modo de pensar el mundo, pero desde orillas político-idelógicas antagónicas. El anarco-socialismo o anarco comunismo tuvo una influencia fugaz en el movimiento obrero del siglo XIX, pero nunca pasó de la condición de secta romántico-política, lo que no le quita el honor de haber formado parte de una utopía igualitaria y humanista que embellece nuestra historia.
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El “anarco capitalismo” no pertenece a la familia espiritual del anarquismo. Y no puede formar parte de esa familia por razones históricas y por sensibilidades “clasistas”. En ningún punto los anarcocapitalistas cuestionan a las sociedades clasistas -digamos, el mundo capitalista. Por el contrario, consideran que los límites del capitalismo los marcan los Estados, las burocracias, los controles legales, el pago de las jubilaciones. El anarcocapitalismo no es heredero del anarquismo ni del anarco-socialismo, es una forma histórica de la justificación de la sociedad capitalista despojada de toda regla de solidaridad humana.
El hecho es que una parte importante de nosotros dialoga fluidamente con esta comprensión del mundo. Es un nosotros compuesto por pibes trabajadores que sufren hiperexplotación, por desempleados crónicos a los que el Estado ignora. Es un núcleo social importante, que solo ocupa un lugar en la consideración mediática, colocándose en el lugar de la rebelión. Es bastante fácil de explicar que las instituciones peronistas -las de “la comunidad organizada” incluidas- suenen lejanas y hasta vacías en la dura realidad de la gente. Pero el único enemigo orgánico del anarco-capitalismo que hemos fabricado acá es el peronismo. Que tiene que superarse a sí mismo. Que ha sido maltratado por experiencias fallidas y dolorosas. Pero sigue siendo el lenguaje de la rebelión contra la opresión.