El INDEC acaba de publicar el dato de la inflación de noviembre: 4,9 por ciento de aumento a nivel nacional y minorista durante el mes pasado. Se trata de un número alto en términos históricos, que nos lleva a una variación interanual -es decir, en relación con noviembre de 2021- del 92 por ciento, y un acumulado durante este año de 95 por ciento. Sería insensato “festejar” un 5 por ciento de aumento mensual. Sin embargo, si tomamos los datos del año, se trata de la suba más baja desde febrero, un punto y medio por debajo de octubre y dos puntos y medio por debajo del récord de julio.
Pero si miramos los datos de cerca encontramos elementos sorprendentes: el rubro que más subió refiere a servicios públicos -consecuencia de ajustes, pero también de la implementación de la segmentación tarifaria- y el que menos aumentó fue el de alimentos y bebidas. También subieron mucho comunicación y transporte. Esto hizo no solo que los servicios suban más que los bienes (5,8 contra 4,5 puntos porcentuales) sino que los bienes y servicios regulados suban mucho más que los no regulados (6,2 contra 4,8 los bienes incluidos en el concepto de “inflación núcleo” y 4,1 en los estacionales).
Es decir, se invierte una relación que por lo general durante los últimos años había encontrado a los precios desregulados subiendo por encima de los regulados, operando las tarifas de servicios públicos o administradas como anclas de la inflación. De hecho, el propio concepto de inflación núcleo empezó a ser difundido por agencias privadas hace unos diez años, cuando efectivamente el gobierno de Cristina Fernández, vía subsidios pero también acuerdos, congelaba las tarifas de los servicios. Así, la inflación núcleo siempre era superior al nivel general, incluso en plena disputa por la legitimidad de los datos del IPC dada la intervención del INDEC. Durante 2020, 2021 y parte de 2022 sucedió lo mismo, y ahora se está revirtiendo.
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En el mes de octubre los bienes y servicios regulados también subieron más que la inflación núcleo, pero menos que los estacionales -donde se ubican muchos de los alimentos-, con lo que el rubro de alimentos y bebidas fue equivalente al promedio general. En agosto y septiembre, en cambio los regulados subieron menos que la inflación núcleo y los estacionales, y los alimentos se ubicaron ligeramente por encima del promedio. Es decir, lo que empezó a suceder en octubre y se consolidó en noviembre abre un escenario verdaderamente atípico.
Surgen entonces dos preguntas básicas: 1. ¿A qué se debe este descenso relativamente extraño de la inflación? Y 2. ¿Podrá sostenerse en el tiempo para que la economía vuelva a guarismos inflacionarios relativamente normales?
Respecto del primer punto, en tanto la inflación es multicausal, también habrá diversas explicaciones. Por un lado, el tipo de cambio -tanto el paralelo como el oficial- no mostró grandes saltos, sino que mantuvo una tendencia creciente similar a la propia inflación. Por otro, los precios internacionales consolidaron posiciones significativamente más bajas que las de principios de año, cuando estalló la guerra en Ucrania. Sin embargo, los puntos salientes son necesariamente otros: en primer lugar, hubo un relanzamiento de las políticas de acuerdos de precios, cuyos alcances son siempre limitados; en segundo lugar, y a criterio de quien suscribe es lo más importante, la baja de la inflación se debe a un freno en la expansión de la economía causado por la caída del salario real de los últimos meses.
Los salarios reales -es decir, el poder adquisitivo de los ingresos laborales- cayeron sostenida y ampulosamente en 2018, 2019 y 2020, y se recuperaron levemente en 2021. Desde el segundo trimestre de 2022 vienen mostrando nuevamente una caída debido a la aceleración inflacionaria. A su vez, desde el último trimestre de 2020, cuando las restricciones impuestas por la pandemia empezaron a desarmarse, la economía y el empleo vienen creciendo, pero ese ritmo se ha ido frenando y en algunos sectores ya hay estancamiento e incluso caída.
La explicación parece ser clara: ante aumentos de los precios impulsados por efectos internacionales y por la depreciación de la moneda, la capacidad de consumo de las mayorías se ha visto restringida, en tanto las condiciones institucionales y estructurales no han permitido que las subas de salarios superen a la inflación, por lo menos en la mayoría de los convenios de trabajadores registrados, y ni hablar para los trabajadores informales. En la medida en que gran parte de la industria y de los servicios que explican la mayor parte del empleo venden al mercado interno, la caída en los salarios reales más temprano que tarde empieza a afectar las ventas. Así lo han expresado recientemente diversas cámaras, tanto de comerciantes como de fabricantes.
Así, esta baja de la inflación no solo no sería “festejable” por tratarse de un guarismo históricamente elevado, sino principalmente porque su causa no sería un mejoramiento de las condiciones de vida, un aumento de la capacidad productiva, una suba en la productividad o una reducción de costos no salariales que implique que la misma beneficie a todos. Por el contrario, si la baja de la inflación es consecuencia de la caída de la demanda agregada por disminución de los ingresos reales de las mayorías en los últimos meses, no hay absolutamente nada que festejar.
Por el contrario, lo que parece estar consolidándose es una tendencia a la heterogeneidad de ingresos incluso dentro del conjunto de los asalariados. Quienes consiguen aumentos superiores a la inflación participan de un boom de consumo que en algunos lugares sigue haciéndose visible, mientras que quienes no lo logran ven reducidas sus compras mensuales. En este sentido, es esperable que, aun a pesar de la baja de la inflación, en los próximos meses veamos un aumento ligero de las tasas de pobreza e indigencia.
Respecto del segundo punto -es decir, de la tendencia de la inflación en los próximos meses- es difícil hacer pronósticos, con lo que las respuestas de cualquier economista necesariamente han de ser: “no sé” o “depende”. Lo que sí podemos decir es lo siguiente: es razonable que en diciembre los precios suban un poco más que en noviembre, por efecto de las fiestas y por el impacto de los rubros de turismo, muy estacionales, en el inicio de la temporada estival; sin embargo, si las causas de la baja de la inflación son las que dijimos, estas no están refiriendo a fenómenos puntuales y coyunturales sino a una tendencia decreciente del salario real y a una desaceleración del crecimiento y del empleo que en los próximos meses podría sostenerse. De este modo, es razonable esperar que en ausencia de shocks exógenos, crisis cambiarias u otros impactos posibles, en los primeros meses de 2023 sigamos viendo una inflación a la baja, pero a su vez un estancamiento de la economía y, quizás, un aumento de la desocupación.
En síntesis, aunque la baja en el aumento del índice de precios produzca cierto alivio, tenemos que detenernos en los determinantes estructurales de estas variaciones. Si la inflación baja porque la economía se estanca y los ingresos caen, es que vamos por el mal camino, no por el bueno. Dependerá del gobierno restablecer el ritmo de crecimiento y, sobre todo, arbitrar los medios para que este pueda darse en condiciones de redistribución progresiva de los ingresos, y no, como ha sucedido en el último lustro, con un fuerte incremento en la desigualdad.