Ni el Frente de Todos se rompió en mil pedazos, ni Cristina pasó a ser jefa de la oposición al gobierno. Esas lecturas dramáticas de los acontecimientos sólo suman confusión a un momento crucial de la coalición oficial que, salvo cuando algunos abusan del off the record, se desarrolla como exposición pública de criterios dispares. A veces, es cierto, en un ambiente tenso.
Si algo quedó claro durante el plenario de al CTA, en Avellaneda, es que la actual vice podrá cometer errores, pero el de dejarse caer en la obviedad política no existe en su manual de procedimientos. Ella no es “Chacho” Alvarez, ni Julio Cobos y, mucho menos, Vicente Solano Lima. No escapa, no traiciona y no está de ornamento. No pide una PASO, ni juega a las internas anticipadas.
Dos veces presidenta, lo que propone es debatir si la altísima inflación obedece o no a la economía bimonetaria que tiene la Argentina. En definitiva, está planteando una incógnita a toda la dirigencia (la sindical, la empresaria y la política) para empezar a resolver el problema que más castiga a la sociedad, según todas las encuestas.
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Se apoya en datos duros como para ir despejando la ecuación. En su mirada, la de la estadista con alguna experiencia en la gestión, la causa fundamental o excluyente de la subida de los precios, entonces, no es el déficit fiscal, no es el comercial, no es la emisión monetaria, no es la presión impositiva, no es la mayor demanda y tampoco la menor oferta de productos en el mercado.
¿Cómo llega a esa conclusión? Contrastando los datos nacionales con los de otros países. En mayor o menor medida, todos los países presentan cuadros parecidos de rendimiento, pero el único con tendencia a la desmesura inflacionaria es la Argentina.
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En ningún caso Cristina dice que los déficits sean buenos, ni que la emisión de billetes al infinito sea aconsejable, ni que la ley de oferta y demanda debía ser derogada junto a la ley de gravedad. Nada por el estilo. Expone, en realidad, una certeza que a veces se olvida: la economía usa a las matemáticas, pero es una ciencia social.
En tránsito a alguna verdad relativa, apelando a la historia, descubrió que los períodos de alta inflación son precedidos de un feroz endeudamiento en dólares, que se usan para atesorar y fugar riqueza al exterior, y que cuando estos vuelven a escasear la brecha entre el dólar oficial y el blue se ve ampliada, presionando sobre los precios de los bienes y servicios.
¿Y la guerra? Claro que impacta, pero cuando Macri se fue dejó una inflación del 53,8 por ciento y no había guerra, ni pandemia a la vista. Lo que sí hubo fue un endeudamiento monumental, seguido de una fuga de idénticas proporciones. Además de una evasión donde Argentina comparte a escala mundial el podio junto a Guyana, Zambia y Creta.
Y con estructuras oligopólicas como la de Arcor, o la de Techint, o la de Clarin, que maximizan sus ganancias, presentando balances con números extraordinarios, a través del incremento sostenido de los precios de los alimentos, de internet o de insumos difundidos que impactan en todos los bloques industriales.
¿Cómo no van a tener que ver con la inflación?, se pregunta la vice.
Es sabido que Cristina habla con economistas de todas las tendencias. Incluso con muchos que hablan pestes de ella por los diarios, pero que en privado admiran su capacidad de enfocarse en los asuntos que importan.
Su síntesis es producto de una elaboración racional, que ni siquiera puede inscribirse en una corriente anticapitalista de pensamiento. Su llamado es a debatir un asunto basado en hechos reales: la economía es bimonetaria, está organizada oligopólicamente y la inflación alta tendría que ver más con esto que con otras razones, sin invalidar agravantes de orden administrativo, que los hay, como un Estado incapaz de coordinar esfuerzos y sin vocación de pelearse con los poderosos.
“Muchachos, este es un Estado estúpido, un Estado que no articula la información que tiene el Banco Central, con la que tiene la Comisión Nacional de Valores y con la de la AFIP para poder desarticular esta estafa que padecen los argentinos”, se le escuchó decir a Cristina el lunes en Avellaneda, cuando comenzaba a cerrar su intervención, sabiendo que el mayor inconveniente para ser comunicado en este país es eludir la trampa oligopólica que propone debatir sobre el dedo que señala la luna y no sobre la luna y su influencia en las mareas.
Afuera la gente hacía pogo.