Una constante en las formas absolutistas de ejercicio del poder es la pretensión de su injusticiabilidad. Conocida es la formulación en el derecho sajón de la máxima “The King can doe no wrong” (el Rey no puede equivocarse), a semejanza de la formulación papal “el Papa es infalible”.
Podría suponerse que el advenimiento de la República derrumbaría estas enunciaciones que trasuntan la soberbia del poder y el ubicar al monarca o al papado por sobre el resto de los mortales, aparejada a la creencia en el origen “divino” de uno y otro. Lamentablemente no ha sido así. La doctrina de la división de los poderes, piedra basal del moderno Estado de Derecho, sigue inficionada por resabios monárquicos y anclajes psicológicos que exhiben fuertes incrustaciones en el subconsciente de quienes ejercen poder.
Es interesante exhibir los enunciados que expresan estas incrustaciones de “ser injusticiables”. Tal vez la expresión más extrema es la que formulare el abogado Morrison, defensor de Luis XVI, el último de los Capetos: “…un Rey debe reinar o morir, pero nunca –nunca- ser juzgado…”
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No muy lejos de esta extrema enunciación, tenemos varios ejemplos locales…ya trascurridos más de 200 años de aquella del abogado Morrison. En efecto, el ascenso al poder del ex Presidente Dr. Carlos S. Menem exhibió, en su primer discurso, el afán subconsciente de trascender los límites de lo humano: “…Argentina, levántate y anda…”, enunciado repetido 3 veces, así como por tres veces el Himno Patrio proclama a la “libertad”. Cuando el levantamiento armado carapintada, el mismo presidente, con jactancia por la forma rápida en que lo sofocó, exclamó: “…a mí no me lo hacen…”, poniendo distancia con otros episodios golpistas.
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Con igual soberbia hemos sabido de varias –y desafortunadas- expresiones del ex presidente Mauricio Macri que trasuntan la inexistencia de límites a su poder. Así es como, sin vacilar y en discurso dirigido al pueblo de la Nación, a propósito de la deuda del Correo Argentino con el Estado Nacional, hace saber: “…ya mandé todo a fojas cero…”, o que algún Juez o Tribunal dictó una sentencia “…que no era lo pactado…”. Pareciera así que el art. 109 de la C.N. que le prohíbe taxativamente al PEN el tomar injerencia en causas en trámite, o restablecer las fenecidas, no rige para su poder pretendidamente omnímodo y que su voluntad trasciende al Estado de Derecho. También, cual moderno Calígula, pide que no lo pongan nervioso, o loco, porque puede “…hacerle mucho daño al pueblo argentino…”. Honestamente hay que reconocerle que hizo mucho daño a este pueblo, pero sólo que fue por su propio y voluntario obrar.
El último jalón de esta saga lo constituye su conducta ante el Juzgado Federal de Dolores, donde a sus incumplimientos del deber de comparecer a prestar declaración indagatoria, les suma ahora dos conductas que exudan su pretensión de injusticiabilidad: primero se niega a declarar y cuando se allanó el posible óbice institucional, tampoco declara y tiene expresiones altaneras frente al representante del Poder Judicial de la Nación.
Pero la más ofensiva de esas conductas es ir de seguido a jugar un partido de golf, gesto de desprecio y humillación a las víctimas del Submarino ARA SAN JUAN, a sus familiares y al Poder Judicial, en una escenografía que tiene una clara expresión del poder que se cree investido: el de hacer saber que su placer deportivo está por sobre el dolor de las víctimas fatales y familiares de un crimen, de gravedad institucional, aún no esclarecido, y de su pretensa superioridad respecto de la tarea de un juez que resguarda el principio de igualdad ante la ley (art. 16, C.N.), y el deber de obediencia a la supremacía constitucional (art. 36, C.N.). Gesto último de su soberbia o cobardía, treparse a un helicóptero para fugar de la escena donde, como ex monarca, ha debido comparecer ante la Justicia.