El debate por el balotaje brasileño fue una muestra más de una “verdad incómoda” sobre las diferencias económicas reales entre izquierdas y derechas que, aunque desde adentro se sientan como de vida o muerte, para las necesidades cotidianas de gobierno representan límites mucho más estrechos.
En los debates el ultraderechista Bolsonaro hasta corrió por izquierda a Lula. Le señaló que el programa “bolsa familia”, una de las principales herramientas a través de las que el PT combatió la pobreza, pagaba “una miseria” en comparación con el auxilio que el congreso le impuso durante la pandemia. A su vez Lula, que acaba de cumplir 77 años, no basó su campaña en promesas de transformación económica, sino en un horizonte continuidad. Más allá de la agresividad manifiesta entre los candidatos, mientras el líder del PT eligió la nostalgia de tiempos mejores, los de sus gobiernos tratando de no recordar mucho a Dilma, el militar Bolsonaro enfatizó la presunta corrupción petista y rescató todo lo “populista” que tuvo su propio gobierno. Las verdaderas diferencias dejaron de lado la economía para centrarse en lo identitario, el primer plano lo ocuparon cuestiones como la religión o el aborto en un país que se vuelve cada vez más conservador bajo la influencia del evangelismo.
Es evidente que izquierdas y derechas tienen una visión muy diferente sobre el lugar del Estado en la economía, sobre la distribución del ingreso y sobre la conducción del ciclo económico. Claramente no todo es lo mismo. Lo que se intenta señalar aquí es que en las dinámicas de los gobiernos los límites son menos claros. El dato duro es que cualquiera de los dos candidatos que resulte vencedor este domingo tendrá márgenes muy estrechos para gobernar. Ambos estarán compelidos a construir mayorías parlamentarias. Bolsonaro deberá seguir asistiendo a los más pobres y difícilmente pueda cumplir con promesas muy agresivas de privatizaciones y reducción del gasto. A Lula, en tanto, le será muy difícil apartarse de un programa conservador en lo económico. Nadie en la región parece estar discutiendo los fundamentos de planes de desarrollo.
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Avanzando en la tercera década del siglo, las diferencias entre los polos ideológicos son predominantemente identitarias y el margen de acción en lo económico aparece reducido, aunque por razones diversas. En Brasil por el poder de las burguesías y su articulación con las burguesías globales. Y en Argentina porque además se suma la restricción externa. Argentina necesita desesperadamente generar divisas para estabilizar su economía, para crecer y, cuando llegue el próximo gobierno, para pagar su inmensa deuda externa actualmente en período de gracia. La cruda realidad es que cualquier cosa que suceda en la economía estará supeditada a estos condicionantes y no sólo a la voluntad de quien por entonces gobierne.
Aquí entra de nuevo lo identitario, que puede convertirse en una grave limitación. Sucede que en la perpetua urgencia del presente muchos de los problemas verdaderamente centrales para la economía quedan en segundo plano. Como lo demostró la reciente experiencia macrista, las políticas de ajuste también enfrentan límites. El desastre cambiemita fue por el endeudamiento y el regreso al FMI, pero en la gestión cotidiana, que es de lo que hablamos, debió seguir con la asistencia social creciente y no pudo destruir las empresas públicas, quizá porque no tuvo el tiempo suficiente, pero tampoco existía el margen político. Por eso, aunque en el presente se intenta preparar otro clima, una nueva experiencia neoliberal encontraría una dura oposición para poder completar la soñada destrucción del Estado. De nuevo, hacia izquierda y derecha los márgenes de acción son limitados. En el caso de la izquierda porque existen las relaciones de poder y en el de la derecha porque hay elecciones cada dos años.
Con este panorama resulta fundamental concentrarse en las perspectivas del mundo de la producción en tanto la economía local se encuentra frente a una nueva oportunidad histórica para desarrollar nuevas exportaciones en sectores como la minería y los hidrocarburos, un escenario en el que el falso ambientalismo puede provocar consecuencias más destructivas que el neoliberalismo. Nunca como en el presente existieron ejemplos tan claros de los resultados provocados por las malas decisiones en “defensa del ambiente”, esa ideología antihumanista que consiste en sacrificar a las generaciones actuales en defensa de las futuras. Es decir, el conocido mantra de mantener pobres a los pobres del presente en pos del inasible bienestar del futuro.
Europa enfrenta una severa crisis energética que, si bien en el corto plazo resulta sencillo atribuir a la desastrosa gestión que condujo a la guerra en Ucrania, antes y después del inicio de la conflagración, es en realidad consecuencia de un proceso bastante más largo. Se trata precisamente de la batalla del falso ambientalismo europeo contra los combustibles fósiles y la energía nuclear, cuyo resultado fue acrecentar la dependencia de los hidrocarburos rusos. Para algunos países la situación es realmente patética. Es el caso, por ejemplo, de Alemania, que decidió apagar sus centrales nucleares, las que tienen emisiones de CO2 óptimas (por eso aquí se habla de “falso” ambientalismo), y que hoy se ve obligada a reactivar centrales térmicas alimentadas nada menos que por carbón, lo que representa un verdadero desastre en materia de emisiones. Dicho de otra manera, las malas decisiones en materia de cuidado del ambiente tendrán consecuencias mucho peores para el ambiente, pero además, en el aquí y ahora, las consecuencias las afrontarán todos quienes no dispondrán o no podrán pagar la energía. En toda Europa los costos de la energía se dispararon destruyendo la competitividad de muchas empresas industriales. Y las primeras en caer ya son las más pequeñas. Quizá el frío del invierno resulte vivificante para las nuevas conciencias, mientras tanto el continente se encuentra a las puertas de una profundización de la desindustrialización que ya se había iniciado con el traslado de parte de la producción al este de Asia, incluida China.
Todo ello sucede en el marco de una importante pérdida de autonomía energética exaltada por la guerra. Además del ahora carísimo GNL estadounidense se espera que parte de la demanda de gas sea cubierta por las explotaciones noruegas offshore del mar del norte, también muy combatidas por el falso ambientalismo. Equinor es una de las empresas que extraen estos hidrocarburos y ya avisó que no aceptará los precios máximos que intenta imponer la UE. Es también la misma empresa que se aprestaba a explorar el potencial en el mar argentino y que, frente a la embestida del falso ambientalismo local, expresado en insólitos fallos judiciales, también evalúa abandonar la región y concentrarse en el ahora más lucrativo negocio europeo. Para Argentina sería la peor noticia y seguramente retrasaría el desarrollo de un sector con gran capacidad para generar lo que la economía local del presente más necesita: dólares por exportaciones.
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Los números involucrados en estos procesos son relevantes. Los cálculos relativamente conservadores hablan de que la minería local podría exportar hacia 2030 cerca de 19.000 millones de dólares, principalmente cobre y litio. Si ese dato se analiza por su efecto multiplicador, a través de modelos que incluyen la matriz insumo-producto, significan la creación de unos 130 mil empleos, 55 mil en el propio sector. Sin embargo, si se piensa el desarrollo de manera más integral se tiene un efecto multiplicador todavía mayor. Sucede que el principal limitante para el crecimiento del PIB local es la falta de dólares. Esto es así porque cada punto de crecimiento del Producto demanda importaciones por alrededor de 1400 millones de dólares. O sea, y redondeando, 15 mil millones de dólares adicionales permitirían 10 puntos de crecimiento del PIB. Dado que cada punto del PIB genera 45.000 empleos privados, el aumento de las exportaciones mineras permitiría crear más de 400 mil empleos formales.
De esto hablamos cuando hablamos de exportaciones. Del bienestar de las generaciones del presente. Y estos números son de un solo sector, la minería. Las proyecciones conservadoras sobre el offshore en el mar argentino superan la producción actual de la formación de Vaca Muerta, es decir, un aporte que supera largamente al de la minería. A ambos se les puede sumar también más sectores y sustitución de importaciones. Jugar con estos números ilusiona. El potencial de desarrollo de la economía local es realmente muy grande. Solo hace falta no confundirse. Y lo más probable es que este crecimiento suceda cualquiera sea el signo del gobierno. Las diferencias estarán en la velocidad de la expansión y el destino del excedente, es decir en si habrá desarrollo o algunas décadas de colonia próspera.