La consolidación de una oferta política electoral identificada claramente con aquello que podemos denominar la derecha, es una novedad para la política argentina. Este espacio político supo producir diversas orientaciones a lo largo del siglo XX en nuestro país y podemos encontrar al menos tres tradiciones principales: la liberal acunada durante el siglo XIX con sus preocupaciones por la libertad económica y una mirada puesta en los países europeos occidentales y en los EE.UU.; una orientación conservadora, más vinculada al agro interesada por mantener un orden social jerárquico; y finalmente la autoritaria que supo expresarse a través de los golpes militares que signaron al política local desde 1930 hasta 1983, con componentes de las anteriores.
A esta trilogía, podemos sumar las corrientes nacionalistas de derecha, muy prolíficas entre los años 1920 y 1970. De ese mundo provienen las expresiones que conocemos hoy, nos referimos a la alianza Juntos por el Cambio y los espacios menores (aunque con mucha presencia mediática) Libertad Avanza y Avanza Libertad, y cuyo crecimiento electoral como expresión conjunta, le ha permitido no solo alcanzar la presidencia con Mauricio Macri, sino también ser hoy el espacio opositor principal al gobierno de Alberto Fernández.
Ese hecho innegable no debe hacernos olvidar que, así como los autoproclamados libertarios son en términos electorales por ahora un hecho muy menor, el macrismo solo gobierna la Ciudad Autónoma de Buenos Aires quedando pendiente si logrará afianzar poder territorial en 2023. Entonces, proviene de aquellas tradiciones, pero también significa expresiones nuevas. Hay algo que no discuten: todos adhieren al dogma denominado libertad de mercado o neoliberalismo.
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Repiten aseveraciones, con escasa o nula evidencia detrás de ellas, pero que suplantan con gritos o con la complicidad de quienes los entrevistan. Desde 1955, por lo menos, el elenco liberal de turno asevera que mayor desregulación de los mercados y anulación de recursos al Estado, asegurará bienestar para todos los habitantes. Las escasas veces que eso sucedió, fue por un periodo muy breve y nunca abarcó a las mayorías, pues la promesa fue siempre que después del invierno o al final del túnel, había un mundo mejor. Nunca hubo primavera, ni camino sin bóveda.
Sin embargo, Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, Javier Milei y tantos otros, aseguran que deben aplicarse esas mismas fórmulas y que esta vez, porque serán a fondo e inmediatas (recuerdo que Menem refería a la necesidad de cirugía mayor sin anestesia), se obtendrá lo que nunca se consiguió. Curiosamente, invocan la magia que le atribuyen al discurso populista y que tanto critican.
Ahora bien, esta adhesión incondicional al dogma tiene otra arista y es la impronta que cada dirigente (y precandidatos/as) quiere imprimirle, su identidad. Ese proceso sucede en un contexto internacional con sus particularidades: hombres como Trump, Bolsonaro o Hernández pueden decir y proponer los disparates políticos más peligrosos en un mundo que hoy por hoy en términos de política mundial parece a la deriva.
Esta situación habilita a que escuchemos en nuestro país propuestas o siquiera argumentos que desde 1983, habían sido excluidos del debate público. Es inevitable que pensemos en Milei quien, junto a su adhesión al dogma, decidió una lógica que llamaré política de conteiner, porque allí puede alojarse de todo, no hay ni clasificación ni escalafón, ni filtros. Todo entra, todo suma rompiendo cualquier pauta de construcción que la democracia argentina se había dado desde 1983.
Probablemente, esa dinámica le nubló un poco la vista y le hizo pensar que proponer la portación de armas el mismo día que hubo una masacre en EE.UU. y avalar un mercado de venta de órganos, eran ideas que fortalecían su imagen del hombre sin filtros, sin tapujos y dispuesto a decir lo que nadie se atreve. Confundió audacia con inmadurez política, propia de un hombre cuya concepción de la vida en sociedad lo pone en el filo de la democracia a cada rato. Esa misma inmadurez, quizá le hizo pensar que los jóvenes que agregan like a sus posts en las redes, se iban a tomar un colectivo en CABA hasta Gerli, un frío viernes de otoño por la noche.
Bullrich, bucea en el mismo mar y no duda en subir sus apuestas a ideas realmente peligrosas como la portación de armas y su afán por la represión. Claramente ambos juegan el mismo partido, sólo que la presidenta del PRO tiene la experiencia de la que aquel carece, aunque parece perder en llegada a varios sectores frente a Milei, pero la alimentación de la violencia suele ser un sendero que choca seguido con una sociedad enojada con la inseguridad, pero que no compra cualquier propuesta.
Por otra parte, lo vemos a Rodríguez Larreta, el hombre que tiene para todo una respuesta planificada, ensaya pasos que no le son del todo propios. La semana pasada prohibió el uso del lenguaje inclusivo en el sistema educativo, en defensa de las reglas de un idioma que no existe al que llamó español. Esta semana decidió que el uso del barbijo ya no sea obligatorio, ni siquiera en lugares cerrados. Seguro mucha gente critica el lenguaje inclusivo en los grupos focales con el mismo énfasis que asegura estar cansada del uso del barbijo. La defensa de la prohibición del lenguaje inclusivo fue mucho menos enfática que la crítica a la medida.
En los subtes, por caso, no hay persona que no tenga el barbijo. Larreta se ha convertido en un político absolutamente predecible, el traslado de humores medidos en estudios de opinión a decisiones de política pública, le ha quitado cualquier idea de un conductor con propuestas, de alguna frescura. Creer que existe algo así como lo que la gente piensa es un error de proporciones en política. Pensamos muchas cosas diversas incluso contradictorias; la tarea de un líder político no es ir detrás de frases dichas al pasar, sino de representar demandas sociales que siempre son mas complejas.
Y finalmente Macri, el hombre que hoy juega a las escondidas a la luz del día. Desde que dejó la presidencia jamás desapareció de la escena política y siempre fue impreciso respecto de su futuro, pero en ningún caso era uno semejante a un retiro. A pesar de la derrota de 2019 nadie en el PRO discute su liderazgo, solo los radicales insinúan allí alguna batalla, pero sin generales para encabezarla. Y si nadie lo enfrenta abiertamente, y pienso en particular en Larreta, será Macri el hombre que defina la formula presidencial del año próximo donde bien puede estar su nombre.
Un Macri ya sin las vergüenzas de 2015, decidido a llevar adelante un ajuste final, porque ahora él es el mayor abanderado del dogma; que se fotografía con Trump quizás para adelantarnos en qué está pensando, y allí siguiendo la lógica de Milei, en favor de un conteiner peligroso. Propuestas radicalizadas, control del partido (tal vez a fuerza de videos), contexto mundial en favor de una derecha no democrática. La incertidumbre que abrió la pandemia parece no tener aún fondo y la derecha lo sabe.