Elecciones 2023: Implosión opositora y unidad nacional: el nuevo escenario en construcción

La división de la coalición opositora opera como punto de partida de la nueva escena. El radicalismo y la derecha conservadora han iniciado una etapa en la que ya no constituirán un mismo sujeto político.

29 de octubre, 2023 | 00.05

¿En qué momento pasó Macri del fracaso de su intento reeleccionista en 2019 y del retiro de su candidatura para competir en los actuales comicios por la evidente falta de sostén popular que las encuestas recogían de modo unánime a convertirse en el experimentado arquitecto de la campaña de Milei después de su traspié en la primera vuelta? Nunca se puede descartar en política que lo inverosímil logre imponerse: la elección de noviembre será el test de una jugada política audaz lindante con la temeridad. ¿Macri como garante del éxito de un candidato al que se ve sin brújula en las primeras horas posteriores al viraje electoral del último domingo? Distante de los pronósticos, esta columna se limita a expresar una perplejidad.

Lo real en estas horas fue y es el terremoto que sacude la política argentina. Asistimos ni más ni menos que al derrumbe de la época de la convención radical de Gualeguaychú de 2015; aquel acontecimiento hizo posible el triunfo electoral de la derecha conservadora argentina, por primera vez en comicios limpios y sin proscripciones desde la aprobación de la ley Sáenz Peña en 1912. El artefacto que lo hizo posible (Cambiemos y su derivación, Juntos por el Cambio ya no existen). En la superficie de ese instantáneo e insólito viraje político está el estremecimiento provocado por el resultado de la elección del último domingo en el que la marcha triunfal de Milei hacia la casa rosada se interrumpió de modo impensable unos días antes de su realización. Ese retroceso electoral fue el detonante de la crisis de la coalición de derecha que parece haber terminado con su virtual desaparición. Es posible, sin embargo, insertar ese acontecimiento en una dinámica política que excede al acontecimiento de la crisis interna de la coalición de la derecha argentina. El problema es que desde la perspectiva que se sostiene en este texto no es solamente la derecha la que mutó: la elección de Massa como candidato de JxP y la actividad desarrollada por él y por la conducción del peronismo están señalando no solamente una adecuación electoral a la realidad sino, por, sobre todo, el nacimiento de una nueva época en la política argentina. Otro modo de decirlo: el modo de la política nacida desde la crisis de 2001 y el triunfo electoral, dos años después, de Néstor Kirchner está en plena mutación. Probablemente, los tiempos del kirchnerismo no hayan terminado -como lo sueña cierta derecha intolerante y prepotente que sueña con una ofensiva antiestatal y contraria a todo principio de justicia social. Pero lo que es claro es que el kirchnerismo como corriente política ha comenzado a formar parte de otro modo de estructurar los acuerdos y los desacuerdos políticos, diferente de la de los tiempos del bicentenario.

No se trata en lo esencial de un cambio del humor en el seno de la fuerza de la que Cristina es claramente la referente principal. Se trata de la emergencia de nuevas voces, de nuevas apelaciones (las nuevas canciones que anunció hace poco el triunfante candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kiccilof). Habrá que pensar cuál es la forma en que esos cambios necesarios puedan abrirse paso. Pero está claro que detrás de la un poco confusa consigna de “terminar con la grieta” hay un reconocimiento cada vez más extendido, dentro y fuera del peronismo, de la necesidad de un amplio acuerdo político que recupere la credibilidad política del futuro del país. La voz de orden del candidato peronista principal es la “unidad nacional”. Este ha sido un tema recurrente de la vida política desde hace mucho tiempo. Acaso el momento más luminoso y fugaz de la historia de esta expresión haya sido el retorno de Perón al país después de su largo exilio. Es muy significativo que ese momento tan alto de la autorreflexión política argentina haya desembocado en una grave crisis posterior a la muerte del general y la creación de condiciones para el ascenso de la más dura experiencia autoritaria de nuestra historia, la de la dictadura cívico-militar terrorista implantada en marzo de 1976.

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La división de la coalición opositora opera como punto de partida de la nueva escena. El radicalismo y la derecha conservadora han iniciado una etapa en la que ya no constituirán un mismo sujeto político. Esto no operará de modo lineal, puesto que probablemente haya sectores que se opongan a esta separación, sea por su modo de mirar la política argentina, sea por las lógicas electorales que terminen reemplazando en la práctica a la que hoy agoniza. Pero lo cierto es que la UCR ya no será furgón de cola de la derecha conservadora que, de la mano de Macri ha abrazado apasionadamente otro camino, el de la ultraderecha que hoy expresa Milei en la Argentina y que, con nombres y modalidades diferentes se ha ido conformando en varios países europeos y en otras regiones. Aparece la pregunta: ¿cuál será el lugar del radicalismo en esta nueva escena? Por lo pronto, esta pregunta no puede responderse exclusivamente desde la voluntad de esa fuerza política. En primer lugar, es muy importante para el futuro de estos reagrupamientos político el resultado final de la segunda vuelta electoral el próximo 18 de noviembre (como hubiera dicho Mario Wainfeld, hay que evitar la tentación de almorzarse la cena). Un triunfo de Milei -hoy un poco más improbable que ayer- desparramaría por el suelo las piezas del ajedrez político argentino en pleno tiempo de su reagrupamiento; nadie puede predecir en qué dirección irían los acontecimientos. El triunfo de Sergio Massa crearía un interesantísimo campo de acción y reflexión política colectiva. Sería el tiempo de la unidad nacional, una bandera recurrentemente presente entre nosotros, pero nunca plenamente triunfante.

      

La elección con la mira de la unidad nacional

Desde aquí puede imaginarse un tiempo de la política argentina, claramente imprevisible. Aprovechemos para imaginarlo -aunque sea en sus trazos más gruesos- es momento luminoso de hace cuarenta años, cuando la dictadura terrorista se desplomaba. Allí la historia -o la leyenda que es una de sus formas más interesantes- nos habla de un “pacto democrático” para organizar la política después de la devastación político-moral de nuestra patria por esa dictadura que hoy reivindica el inefable candidato Milei. El pacto democrático deseable no debería consistir en una brusca desaparición de las contradicciones, una especie de reconciliación general en la Argentina. Esa idea debe guardarse en el rincón de las utopías inservibles, porque la democracia reniega de esas unanimidades infantiles e imposibles. El nuevo pacto político debería constituir, para decirlo con Gramsci, una reforma intelectual y moral. Una actualización de las reglas de juego de la convivencia democrática, la recuperación de una noción de país que se enfrente enérgicamente con las actualmente vigentes situaciones de desigualdad y pobreza (sería deseable que ése sea el artículo primero del acuerdo político. Un país que enfrente con el máximo posible de acuerdo (que nunca será absoluto) la agenda política de la plena industrialización, de la recuperación en plenitud de nuestra soberanía económica y política, del establecimiento de un piso de derechos humanos y sociales para nuestra comunidad en todos sus sectores. Y tendrá que tener el contrato páginas muy claras sobre la cuestión de los monopolios, del uso de situaciones dominantes en lo económico para establecer un discurso único: la cuestión del derecho a la comunicación tendrá que ser un capítulo relevante de este pacto.

La segunda vuelta electoral es un parteaguas. No solamente entre dos gobiernos ni entre viejos y nuevos sistemas de alianzas. Es la oportunidad para un país que ha reestructurado sus relaciones con el mundo de modo virtuoso y que tiene frente a sí una enorme oportunidad si el resultado electoral definitivo ratifica el rumbo regionalista e integrado al BRICS como clave para nuestro desarrollo independiente. Nada de esto será lineal ni será fácil. Pero es probable que un cambio importante en los modos de pensar y practicar la política sea el punto de partida para una época de fortalecimiento de nuestra patria.