El primer punto de una hipotética agenda de conversación en el interior del frente de todos es, curiosamente, el frente de todos. La clave está en el momento y las formas de su nacimiento. Su cuna no fue un congreso partidario ni una reunión de sectores políticos ni un acto de masas: fue una intervención personal de Cristina Kirchner. Y en la política real produjo dos novedades históricas: la unión del peronismo en su expresión ampliamente mayoritaria, rodeado además por un amplio sector que se reconoce a sí mismo como “progresista”, y el renunciamiento de la propia enunciadora a su candidatura presidencial. El golpe de timón tuvo resultados casi instantáneos: unos días después se deshizo un racimo de iniciativas programadas por diferentes mesas, sectores, gobernadores y caudillos locales para discutir la política “peronista” en la elección del año siguiente; quedaron en acción por fuera de ellos algunos candidatos a representantes electorales que no alcanzaron a modificar seriamente la alternativa creada: algo así como “Macri o Perón”.
El discurso de Cristina del 18 de mayo además de producir el hecho político (el más relevante desde hace mucho tiempo) hizo muchas consideraciones sobre los fundamentos de la decisión. Probablemente, los más trascendentes sean la noción de un mundo que cambia para peor y la idea de la unidad, más allá de una candidatura o una decisión preelectoral; la unidad como estrategia nacional, como único camino para construir el país que necesitamos. (Claramente no estoy haciendo ninguna cita textual). Al mismo tiempo, la elección tuvo un lugar principal en aquella intervención: la idea de que sería muy grave para el destino del país que Macri ganara fue un claro sostén argumental para las decisiones. Es decir, la unidad electoral es un gran esfuerzo para todos sus protagonistas, pero el peligro la justifica. Y es importante saber que ese peligro está presente (con Macri o con quien sea que quede al frente de la coalición conservadora): la alternativa al gobierno del Frente de todos es un gobierno de derecha. Y además “derecha” no sígnica lo mismo que hace dos años: con la crisis y la pandemia hizo su agosto un ala del mundo ideológico conservador que ya no cuida mucho las formas y no se abstiene ni de reivindicar a la última dictadura, la más terrorista de nuestra historia.
Claramente en el interior del frente hay dos “humores”: uno que se reivindica claramente -más allá de diferencias, que existen, - en la huella de los gobiernos kirchneristas. El otro humor abarca desde el rechazo liso y llano de esa huella hasta todos los matices de su crítica. Y por supuesto que esas dos perspectivas históricas diferentes, de la historia reciente expresan también miradas distintas con relación al presente y al futuro. (No estamos hablando de dos fracciones expresas y orgánicas, solamente de “humores”). Siendo así, es fácil entender la inevitable conflictividad de la convivencia en el interior del frente.
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Si fuera cierto (y ojalá lo sea) que entramos en la “pos-pandemia”, tal vez sea la ocasión para volver a mirar en profundidad la realidad de nuestro país, su paisaje social dramáticamente modificado desde fines de 2015 hasta el presente. Solamente desde ese reconocimiento colectivo se puede pensar la política hacia el futuro. Y al FDT como protagonista de ese pasaje. Un pasaje que no incluye solamente el enorme retroceso que hemos vivido desde diciembre de 2015, sino también la herencia de una deuda que pasará a la historia como uno de los delitos políticos más importantes de nuestra historia. El tipo de eventual acuerdo con el FMI que se firmara debería ser leído en términos de la conservación o no por el estado argentino de su capacidad decisoria para fijar la política nacional necesaria para salir de la grave situación y encaminarnos hacia un rumbo de justicia social. Solamente con esa defensa de nuestra soberanía política puede el futuro nacional ser el objeto de una discusión política seria. Cumplido ese requisito básico, será la oportunidad de una discusión pública nacional sobre el futuro en el que cada campo político esté obligado a expresar su proyecto de país. Hoy, lamentablemente esa discusión está tapada por otra discusión que es la del pasado (y esto incluye a todos los sectores políticos). Claro que no puede abolirse el pasado en la discusión política: equivaldría a renunciar a la experiencia como fuente de potencia para la acción. Pero es urgente articular la discusión sobre la experiencia (histórica e inmediata) con un debate serio sobre las estrategias nacionales hacia el futuro.
El día después de la elección legislativa se abrirá una nueva etapa en la vida política, y esto con relativa pero real independencia del resultado de los comicios. Y se abrirá en un contexto social crítico. Habitado por muchos millones de argentinos y argentinas que antes y después de las ideas políticas sobre el futuro están urgidos de soluciones inmediatas y de rumbos que les permitan elementales condiciones de vida y una esperanza proyectada al futuro: sin esas condiciones y esa esperanza no hay una nación. Al mismo tiempo será inevitable que las dos coaliciones que ocupan el centro de nuestra vida política discutan sobre su futuro. Y en este punto hay que reconocer una ventaja de la coalición opositora: con matices y énfasis variados, la política de los conservadores tiene en el centro una sociedad mercado-céntrica sostenida en una economía concentrada en pocas manos y con un estado pasivo, capaz de proveer la máxima seguridad posible a sus personas y a sus propiedades. Por supuesto que esa poco recomendable “utopía” tiene que sostenerse en cierta promesa colectiva basada sobre la nunca cumplida “teoría del derrame”. Es decir que cuando los súper ricos terminen de enriquecerse, esa riqueza permitirá vivir mejor a los demás.
El proyecto popular, por su parte, todavía está en vías de resurgimiento y atravesado por los desacuerdos del pasado. Hoy el proyecto debería ser el de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social acondicionados a la realidad nacional y el contexto mundial actual. Es una discusión hacia el futuro, pero que estará enmarcada en las urgencias sociales. Casi la mitad de la población bajo la línea estadística de pobreza no es una condición viable para un país con los recursos naturales, sociales y culturales que tiene el nuestro. El 17 de octubre último fue de una gran potencia movilizadora. Y ese día se celebraba un acontecimiento: la movilización de los trabajadores que abrió, con el liderazgo de Perón, una etapa que hasta los liberales tuvieron que reconocer como “la etapa social” de la historia argentina. De modo que la celebración bien podría articularse con una reflexión que conecte esa experiencia histórica con nuestras demandas actuales.