La economía frente a una nueva época

Los argentinos advirtieron a tiempo que el principal factor de inestabilidad post PASO tenía nombre y apellido: Javier Milei. Por qué la capacidad de estabilizar la tiene solamente Unión por la Patria.

29 de octubre, 2023 | 00.05

Hay una parte del equipo económico que acompaña a Sergio Massa que está con la lengua afuera, funcionarios de Economía que antes del pasado domingo pensaban que se terminaría el vértigo permanente de un trabajo insalubre, pero a los que el resultado electoral les cambió la perspectiva. Ahora, el regreso a casa amenaza con ser bastante más largo, para desgracia de los más agotados y provecho del conjunto de la sociedad.

El balance de lo actuado por Economía desde 2022 tras la salida de Martín Guzmán tiene dos vertientes. La primera es la de quienes le achacan al ministro/candidato no haber impulsado desde el principio un plan de estabilización que le ponga freno a la aceleración inflacionaria. La segunda es la de quienes ponderan la verdadera magia de haber atravesado el desierto, que para colmo incluyó una sequía, sin morirse de sed.

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La predicción en frío de cualquier economista acostumbrado a seguir las variables era la del estallido de una crisis externa acompañada, como consecuencia, por una recesión. Los críticos sostienen que la inflación de tres dígitos y la fragilidad del “dólar Milei” a $1100, que desde el domingo comenzó a quedar en el pasado, son una muestra de que el estallido se produjo de todas maneras, pero en cuentagotas. Se equivocan, las crisis no se definen por la velocidad a la que ocurren los sucesos, sino por sus efectos. Una crisis externa desatada hubiese provocado una recesión y un aumento del desempleo. La economía puede estar en modo crisis por la alta inflación y por la imposibilidad transitoria de salir de las restricciones cambiarias, pero la actividad económica no mostró signos de detenerse. Luego no solo que no aumentó el desempleo, sino que hasta creció la masa salarial. Y todo ello en el marco de una restricción externa galopante.

Lo dicho no significa que todo esté bien. Los trabajos de mala calidad y el deterioro inflacionario de los ingresos todavía son norma, pero el dato de fondo es que no hay recesión y, en consecuencia, tampoco alto desempleo. Quizá no sea del todo correcto decir que Massa logró la primera minoría en las elecciones a pesar de la economía. Al momento de sufragar los votantes sabían que la ida al supermercado era una mala experiencia, pero también advirtieron que la economía podría estar efectivamente mucho peor si el peso, como ansiaba el candidato anarcocapitalista, se convirtiera en “un excremento”. Advirtieron a tiempo que el principal factor de inestabilidad post PASO tenía nombre y apellido: “Javier Milei”. Al momento de la votación la economía importó, y mucho. El enojo puede ser impredecible, pero el miedo no es zonzo.

Regresando al principio resta responder por qué, con una inflación crónica acelerándose y escasez de divisas, Massa no impulsó en 2022 el indispensable plan de estabilización. La respuesta empieza con tres condiciones necesarias para estabilizar. La primera es poder político, la segunda es consenso entre los actores económicos y la tercera es tiempo de maduración. Apenas asumió, Massa no contaba con ninguno de los tres factores, los que, en cambio, sí estarán disponibles si se impone en el balotaje. Además, en su decisión pesó un factor adicional que fue reseñado en detalle en un trabajo reciente del economista Martín Rapetti, titular de la consultora Equilibra, cercano a Massa y potencial ministeriable. Rapetti repasó los planes de estabilización en las economías latinoamericanas en el último y caótico medio siglo, más precisamente entre 1970 y 2020. Encontró 46 planes, pero lo más destacable del relevamiento es que del total fracasaron 26 y tuvieron “éxito transitorio” solo 8, lo que significa que el “éxito perdurable” se redujo a 12 casos y sólo uno en Argentina, la Convertibilidad de 1991. ¿Qué significan estos números? Muy sencillo: que un plan de estabilización tiene, estadísticamente, una muy elevada probabilidad de salir mal. Tratándose de un animal político como Massa se comprende que haya decidido no avanzar por este camino cuando solo quedaba poco más de un año de gobierno y a pesar de que en 2022 un plan de estabilización era una recomendación económica de manual.

Ahora bien, lo primero que debe decirse es que cualquiera que comience a gobernar el 10 de diciembre deberá implementar un plan de estabilización. El riesgo de no hacerlo se llama “hiperinflación”. Lo que de hecho se discute en el balotaje es cómo se distribuirán los costos de este plan, es decir quién pagará los costos del “ajuste”.

El objetivo del plan, como su nombre lo indica es estabilizar la macroeconomía o, dicho de manera rápida, bajar la inflación. Para ello la primera tarea es conseguir estabilidad cambiaria, lo que demanda, a mediano plazo, salir de las restricciones y los dólares múltiples. En el corto plazo la tarea es acumular reservas internacionales. No hay otra vía. Acumular reservas supone al menos tres elementos: aumentar las exportaciones, renegociar pasivos externos y frenar la demanda agregada o, mejor dicho, adaptar la demanda a la disponibilidad real de divisas.

Antes de “salir del cepo” --tarea indispensable, pero un proceso-- seguramente habrá un período de desdoblamiento cambiario. No es lo deseable, es lo posible. El desdoblamiento supone que hay un tipo de cambio comercial, al que se liquidan importaciones y exportaciones, y otro financiero, libre y legal, por el que pasan el resto de las operaciones. Da certezas a los inversores de que pueden disponer de las ganancias de las divisas que ingresen, pero no elimina las tensiones distributivas inherentes a la existencia de una brecha entre ambas cotizaciones, comercial y financiera. Al mismo tiempo se mantienen los incentivos para subfacturar exportaciones y sobrefacturar importaciones, por no hablar del contrabando y de las disputas por los dólares del Banco Central. Pero para unificar hacen falta reservas, no hay mucho que discutir. Lo peor sería no abordar el problema, ser “cepistas”, es decir creer que, a pesar de la experiencia histórica, las restricciones se pueden mantener para siempre. Por suerte el “cepista” es una especie en extinción. Falta que también se extingan los militantes de las tasas reales negativas.

La segunda tarea es el equilibrio fiscal. En rigor la expresión es otra: tener solamente el déficit que se puede financiar. Esto lo admite hasta la más heterodoxa Teoría Monetaria Moderna, que considera que los impuestos deben absorber “el reflujo del gasto”, sino queda en circulación una masa excedente que se transforma en inflación. Luego, lo que sabe cualquier seguidor del comportamiento de las variables de la economía argentina es que si el déficit solo se financia con emisión se vuelve inflacionario vía demanda de dólares. Otra vez, aumentar el Gasto expande la demanda y, con ella, la actividad y las importaciones. Si no hay dólares suficientes para hacer frente a estos requerimientos aumenta la cotización de la divisa y, por lo tanto, todos los precios de la economía. De esto se habla cuando se dice “adaptar la demanda agregada a la disponibilidad real de divisas”. A no olvidar que el Gasto conduce la demanda. Sintetizando, aunque el déficit interno sea de distinta naturaleza que el externo, las cuentas públicas deben estar en orden, lo que será tarea del plan de estabilización. Massa sostuvo ante corresponsales extranjeros que planeaba conseguirlo eliminando beneficios fiscales especiales, pero no hay tantos recursos allí. Es probable que deba avanzar, por ejemplo, sobre los subsidios energéticos a los más pudientes y, durante el primer año, restringir parcial y selectivamente la obra pública. Sin embargo, lo que también se sabe de los planes de estabilización es que una vez conseguida la estabilidad, son expansivos.

Existe una tercera fuente de recursos fiscales. Las alícuotas impositivas de la economía local no son especialmente bajas, sino que se encuentran dentro de los estándares internacionales, hay muchos ingresos que recuperar si los impuestos se cobran bien. La existencia de una extendida economía “barrani” representa de hecho una gran rebelión fiscal. Hay mucho para trabajar en la materia. Tampoco deben descartarse impuestos extraordinarios por única vez, como fue durante la pandemia el que gravó a las grandes fortunas. 

Finalmente aparece una dimensión no siempre abordada en el análisis de los planes de estabilización que es la comunicacional. En la economía local ya no existe ningún margen para que el ajuste recaiga sobre los trabajadores, que son quienes más padecieron el estancamiento del PIB per cápita de los últimos 12 años. Si alguien está pensando en esta vía el plan estará condenado al fracaso antes de comenzar, en tanto no contará con la pata principal del “consenso de los actores”. Luego será clave que se perciba la dimensión expansiva que vendrá después de estabilizar, una tarea para “la política”. Notablemente este es también el temor de la actual oposición, que advierte que un triunfo oficialista podría derivar en la construcción de una nueva hegemonía. Se trata de un reconocimiento tácito de que la capacidad de estabilizar la tiene solamente Unión por la Patria.-