Hace 60 años, en un plenario de las 62 organizaciones que conducía Amado Olmos, sindicalista de la Sanidad y leyenda de la Resistencia Peronista, nacía un decálogo de reclamos del movimiento obrero conocido como el “Programa de Huerta Grande” que, visto a la distancia, impone la necesidad de preguntarse si se trató de un plan tan avanzado que todavía resuena con alguna vigencia o si, por el contrario, la prueba de que algunos de los problemas fundamentales que aquejan a la Argentina son cíclicos y permanecen irresueltos.
Está claro: el mundo no es el mismo. Pasaron seis décadas. El “Daer” (Olmos era secretario general de la FATSA) de aquellas jornadas venía de ser encarcelado, al menos, una vez al año desde el Golpe del ’55, tanto por los militares como por el gobierno de Arturo Frondizi. El delito reprochado, en todos los casos, su doble condición de gremialista y peronista. Tiempos duros donde la proscripción era norma y la política era una rama subalterna de la política penitenciaria, impuesta por el Partido Militar.
Frondizi fue presidente porque Perón estaba impedido de ser candidato y sobre su figura llovían desde acusaciones de pederastía hasta causas diversas por enriquecimiento ilícito, el “lawfare” de entonces. Bajo promesa de que todas las prohibiciones y persecuciones serían levantadas con la llegada de un gobierno desarrollista, el general en el exilio urdió un pacto con Rodolfo Frigerio que resultó en un llamado a sus seguidores para votar al candidato radical intransigente en 1958.
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Los cuatro años que siguieron estuvieron signados por la traición de Frondizi a Perón, el acuerdo con la Iglesia por la educación religiosa (laica o libre), garantías para la inversión extranjera en su obsesión por modernizar el capitalismo argentino a la espera de un Plan Marshal que nunca llegó, el alineamiento del diario Clarin para la batalla cultural, el plan represivo Conintes (ortopedia de gases, balas de goma y presidio para los trabajadores que no entendían las bondades de la teoría del derrame) y la vergonzosa anulación de las elecciones donde el peronismo camuflado como Unión Popular ganó gobernaciones en varias provincias, entre ellas la de Buenos Aires con Andrés Framini a la cabeza, decisión que no impidió que fuera finalmente reemplazado por José María Guido, un títere de los militares.
El “Programa de Huerta Grande” se da a conocer tres meses después, en julio de 1962. Interesa su relectura. En comparación con el “Programa de La Falda”, redactado cuatro años antes, donde había propuestas para cada una de las tres banderas clásicas del peronismo (independencia económica, soberanía política y justicia social), este segundo documento se centra en la cuestión económica, casi exclusivamente:
1) Nacionalizar todos los bancos y establecer un sistema bancario estatal y centralizado.
2) Implantar el control estatal sobre el comercio exterior
3) Nacionalizar los sectores claves de la economía: siderurgia, electricidad, petróleo y frigoríficas.
4) Prohibir toda exportación directa o indirecta de capitales.
5) Desconocer los compromisos financieros del país, firmados a espaldas del pueblo.
6) Prohibir toda importación competitiva con nuestra producción.
7) Expropiar a la oligarquía terrateniente sin ningún tipo de compensación.
8) Implantar el control obrero sobre la producción.
9) Abolir el secreto comercial y fiscalizar rigurosamente las sociedades comerciales.
10) Planificar el esfuerzo productivo en función de los intereses de la Nación y el Pueblo Argentino, fijando líneas de prioridades y estableciendo topes mínimos y máximos de producción.
Increíblemente, en materia de endeudamiento, fuga de capitales, comercio exterior, servicios financieros, planificación de la producción, control de las materias primas y sustitución de importaciones, cualquiera de estas propuestas u otras muy similares o derivadas pueden leerse en materiales que circulan al interior del espacio nacional y popular, sobre todo en sus bases militantes, y en algún que otro caso también entre sus principales dirigentes, tanto de extracción sindical como de su rama política.
¿Es que vivimos congelados en el pasado o que los problemas sin resolver son de antigua factura? Tal vez sea un poco de cada cosa. Pero cuando CFK menciona a Marcelo Diamand está recordando a un experto en teoría económica cuyos textos rescatan la planificación a largo plazo, la administración del comercio exterior, del mercado cambiario y del financiero.
Cuando las 62 organizaciones peronistas dan a conocer el “Programa de Huerta Grande” el problema principal era la restricción externa, como lo es hoy. Problema sufrido por Perón y Frondizi. La recurrente falta de dólares, la escasez de divisas. De ahí su tono economicista.
De los tiempos en que un sindicalismo combativo y bajo fuego, en la total adversidad, fue capaz de concebir un plan que iba más allá del reclamo salarial y pretendía discutir el rumbo del país en su conjunto, tradición de intervención en los asuntos públicos que hace del sindicalismo peronista y sus organizaciones una rara mezcla de espíritu de revuelta constante e institucionalidad a la vez.