Domingo por la tarde, sol tenue de otoño 2021, la salida de la cuarentena invita a retomar los hábitos dominicales perdidos por la irrupción del “virus global”.
Partido de fútbol en la cancha del barrio, patada fuerte de atrás a destiempo y sin pelota, el Resorte cae pero se levanta al toque e increpa al Colo Merthiolate, vecino de muchos años, casi contemporáneo, casi “gomia”, Resorte, visiblemente enfurecido lo encara “¡¿ Qué haces gato planero, pedazo de gil”?! a lo que el Colo responde ¡”Si te re cabió gato, ¿que cajeteas?''! ¡Si vos sos un re gil, te levantas a las 4 de la mañana todos los días para juntar 30 lucas por mes”!
La cosa quedó ahí, la muchachada se metió a separar y la pelota siguió rodando en la canchita de Cuartel V en Moreno.
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Martes por la mañana, noviembre de calor en la Ciudad, tránsito complicado, semáforo en rojo en Sáenz Peña y Belgrano, muchos bocinazos. Un muchacho que estaba sentado en la vereda, treinta y pico de años, pilcha gastada por el paso del tiempo, sostiene un “Fernandito” ya con poco resto en la botella.
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Levanta la mirada y pega un grito para darle un consejo al chofer de un camión, que espera la luz verde: “Loco, doblá a la izquierda en la próxima y salí para Jujuy, la 9 de julio es un quilombo”. ¿Qué pasó?, le pregunta. “Están los piqueteros, manga de vagos, cortando todo”. Dos señoras rubias con indumentaria pituca y aires palermitanos sonríen asintiendo.
Mitre y Callao a metros de Congreso, tarde fresca de octubre en que la primavera se niega a manifestarse en plenitud, movilización de un sector del Sindicato de Camioneros a la Delegación del Ministerio de Trabajo, corte de calle por la Policía de la Ciudad que desvía el tránsito, una mujer en un Peugeot 206 gris -con signos de años de rodar sobre el asfalto- gira bruscamente y grita: “éstos ganan una fortuna, andan todos con cero kilómetro y encima hacen quilombo”. ¿Cuánto más quieren ganar?, parece preguntarle a un interlocutor inexistente. El agente de tránsito pone cara de circunstancia y continúa con su rutina.
Mediodía cálido en Puerto Madero, vestido de casual day porque es viernes, un hombre almuerza con colaboradores en Happening, luego camina hasta el parking para subirse al auto de alta gama con vidrios polarizados que manejará su chofer, quien lo conducirá hasta un pequeño aeropuerto donde abordará su avión privado rumbo a Punta del Este. Este empresario que figura en la lista de los principales fugadores de divisas y es accionista estrella de una compañía líder en energía, se dirige apacible a su destino de descanso. Nadie lo interpela ni lo cuestiona, tampoco nadie lo identifica. Los medios masivos de comunicación nunca lo mencionan. Deja buena propina y el mozo lo saluda afectuosamente.
Cualquier dia, casi a cualquier hora en (casi todos) los canales de aire y las señales de cable, radio y en las redes sociales, panelistas, twitteros y operadores políticos que fungen como periodistas destilan su odio contra “los planeros, los sindicatos, y contra los impuestos que pagamos todos para financiarlos a ellos”. Miles de horas sostenidas con pauta oficial (ahí sí, a partir de los impuestos que pagamos todos) destinadas a fomentar la ira, el resentimiento, la frustración de millones de personas. En uno de esos programas hasta te invitan a votar “trabajo o planes”
Cualquier día, casi a cualquier hora, cientos de miles recibimos esas descargas tóxicas que estimulan los sentimientos más revulsivos.
Ese discurso es casi monocorde porque son pocas las voces que lo confrontan.
Nada es generación espontánea.
De pasiones tristes
El sociólogo francés Francois Dubet narra en su obra “La época de las pasiones tristes” cómo la decadencia de la sociedad industrial -desestructurada por el advenimiento del neoliberalismo- amplía las desigualdades, no sólo entre clases, sino provocando un fenómeno novedoso al transformar el sistema de desigualdades clásico en un régimen de desigualdades múltiples
El ensayo escrito en Burdeos advierte que la reconfiguración de la vieja estructura de clases produjo una fragmentación de la vieja clase obrera, produciendo desplazamientos internos respecto a las ubicaciones tradicionales, provocando nuevas percepciones acerca de la propia desigualdad.
Al proliferar nuevas y múltiples desigualdades, pequeñas pero a la vista, los malestares no se dirigen hacia los verdaderos responsables de las inequidades (clase dominante) sino que se orientan -ideología mediante- hacía los semejantes. Pobres contra pobres.
En la nueva sociedad hiper fragmentada proliferan las individuaciones: hay trabajadores formales y precarizados, otros formales pero pobres, hay quienes tienen sindicatos fuertes y mejores salarios, otros son cuentapropistas, hay trabajadores sin empleo que perciben algún recurso estatal, empleados de plataformas de Rappi, Glovo o Uber, hay quienes hacen changas y quienes no tienen siquiera una ayuda para subsistir. Quienes hacen un poco de cada cosa para poder llegar a fin de mes. Cientos de miles que hacen fila para cobrar un subsidio de dos cuotas de $22.500 y quinientas mil personas sacando entradas para ver a Coldplay en River por el valor total de ese subsidio.
Y en la punta de la pirámide, almidonados y con el corazón contento, 500 megamillonarios disfrutando de fortunas incalculables que le extraen por diversas formas a todo el resto.
Éstos “hombres de negocios” quedan muy lejos de la vida cotidiana de millones de personas, pocos conocen sus nombres, muchos menos sus rostros, y casi nadie su patrimonio.
Por lo tanto, la frustración, la ira, y el enojo, se dirigen contra los similares, a quienes nos cruzamos todos los días, a quienes tenemos a mano.
Las pasiones tristes -concepto que el francés recupera del filósofo holandes Baruch Spinoza- se manifiesta como “frustración individual, conformando una experiencia banal que no se transforma con facilidad en experiencias y acciones colectivas”.
El rediseño a escala global de la producción de bienes y servicios generó las condiciones para el surgimiento -revisitando el concepto de Raymond Williams- de una nueva “estructura de sentimientos”
La nueva estructura de sentimientos se conforma a partir de causas materiales como las descriptas, pero alimentada con anabólicos por la tiranía del algoritmo, que exhibe pornográficamente en el ágora digital, consumos felicidades y deseos inalcanzables para las grandes mayorías canalizando el resentimiento just on time contra el prójimo, blanco fácil para sublimar las frustraciones.
La toxicidad se expande como nitroglicerina por los microprocesadores, estallando a través de smartphones y pantallas de TV donde entrenados conductores nos señalan con precisión milimétrica hacia donde orientar la ira y el resentimiento.
¿Qué ves cuando me ves?
Hace pocos días, el Centro de Estudios Latinoamericanos de Geopolítica (CELAG) difundió un trabajo de opinión con base a 2001 entrevistas de carácter presencial cara a cara, realizadas a lo largo de todo el territorio nacional entre el 16 de septiembre y el 4 de octubre de 2022.
El trabajo arroja conclusiones interesantes. El 52,2% de los encuestados manifestaron que se debería nacionalizar el litio y que el Estado debería administrarlo por tratarse de un recurso estratégico.
A su vez, el 62,2% expresó que el gobierno debería otorgar un monto fijo a modo de aumento salarial y un abrumador 68,9% señaló que no es oportuno aumentar (segmentar) tarifas de luz, agua y gas.
Un 62,2% considera que el ataque contra la Vicepresidenta merece un total repudio, mientras solo un 36, 1% no considera que haya sido un atentado.
Por último, el 52% de los consultados afirma que un cambio real sería un gobierno que enfrente a los poderosos para darle a los que menos tienen.
No llama la atención estos guarismos teniendo en cuenta que hace tres años el Frente de Todos logró un aplastante triunfo electoral en primera vuelta con la propuesta explícita de “llenar la heladera” de nuestro pueblo, anclando la promesa en la experiencia concreta de los doce años de gobiernos kirchneristas.
Pero sí, contrastan ostensiblemente los datos con el clima de época que se está prefabricando.
Il transformismo, o la domesticación de la política
En las últimas décadas, a partir de la asunción de Hugo Chávez como presidente de Venezuela en 1999, las clases dominantes fueron desplazadas de los gobiernos por insurrecciones populares y/o derrotas electorales, perdiendo así su condición de clase dirigente, status ineludible para establecer cualquier proyecto hegemónico.
Sin embargo, a través de diversos mecanismos lograron mantener su capacidad de veto o bloqueo de los proyectos populares. Golpes de Estado clásicos, persecución judicial, intentos de magnicidios, embargos económicos, corridas cambiarias, fragmentación del bloque popular -entre otros mecanismos- integraron el menú.
A ésta paleta de opciones habría que agregarle -no por viejo menos novedoso- el transformismo, concepto gramsciano aplicado al comportamiento de parte de la dirigencia italiana durante el Risorgimento.
Se trata de un proceso de absorción gradual y continua por la clase dirigente de grupos destacados de un proyecto político, al asumir éstos el advenimiento inevitable de una crisis y la imposibilidad de llevar adelante las transformaciones que antiguamente perseguían.
Estas operaciones de domesticación las padeció la izquierda y la socialdemocracia en Europa y los movimientos de origen popular en América Latina durante la década del 90. El auge del neoliberalismo, la implosión del socialismo real y la hegemonía militar de Estados Unidos permitieron ese proceso.
No es el caso actual. Hoy asistimos a un mundo distinto: multicéntrico, con hegemonías en crisis, donde el capitalismo en su versión neoliberal es incapaz de trazar rumbos de esperanza para los pueblos, con América Latina como territorio en disputa.
Por lo tanto, resulta interesante pensar “la derechización de la sociedad” en términos performativos. No como dato, sino como búsqueda creadora de sentido.
Este concepto tiene aires de familia con la “correlación desfavorable de fuerzas”.
En ambos casos la debilidad para impulsar transformaciones de fondo se sitúa por fuera de la voluntad de quienes gobiernan. El culpable es el espíritu santo.
Contaba un viejo dirigente peronista (que pagó con la cárcel su militancia en más de una oportunidad) que las tapas de Clarín y La Nación “impactan más en la dirigencia -excepto en Cristina y algunos más- que en el pueblo”.
Ahí está el nudo del problema.
Si no se confronta al relato predominante en los mass media con un discurso radicalmente opuesto que señale a los verdaderos responsables de las inequidades, la derechización se afianzará.
Si se tiene prejuicios para avanzar en la creación de Empresas Públicas de Alimentos para diversificar la oferta de bienes y si desde el gobierno se omite señalar a los 20 empresarios monopólicos que fijan precios, una parte importante del pueblo nos hará responsable por los aumentos, cuando en realidad asistimos a una inflación por ganancias extraordinarias.
Si no se propone extender la soberanía sobre los bienes comunes como el litio, los hidrocarburos o la Cuenca del Paraná, prevalecerá la idea que en manos privadas estáran mejor administrados. Y perderemos una oportunidad única para el desarrollo con inclusión de nuestro país.
Si se pretende gobernar agrediendo a la base electoral propia sin revisar el acuerdo con el FMI por temor a “desequilibrios macro”, absolveremos de facto a Macri, que saldrá ileso del mega endeudamiento y con chances de volver a ser Presidente. A su vez quedaremos atados de pies y manos para desatar un shock distributivo.
Si se le pone techo a los aumentos salariales como mecanismo para bajar la inflación, ésta no sólo no bajará sino que caerá la demanda y se frenará el crecimiento.
Perón advertía que no se puede pretender hacer tortilla sin romper huevos.
Si en nombre de ese legado se resguarda un orden injusto, y prevalece una alta aversión al riesgo en la clase gobernante, la rebeldía que siempre fue patrimonio del campo popular se abrirá paso por otro lado, tal vez por las tinieblas más oscuras. Si la política se autonomiza del pueblo, y actúa como una esfera independiente distante e indolente, tarde o temprano aparecerán los monstruos.
No se pretende aquí negar la existencia de una constelación de dificultades económicas y sociales, sino de tratar de organizar a partir de ellas la indignación popular y conducirla hacia destinos productivos para regenerar la esperanza en el futuro y convertir las pasiones tristes en potencia creadora.
El mejor antídoto para neutralizar el plan para derechizar a la sociedad es ofrecerle al pueblo una salida radicalmente opuesta.
En el nuevo aniversario de la partida de Néstor vale la ocasión para seguir su ejemplo como modo de rendirle honor a su memoria.