¿Dos potencias se saludan? La Cumbre EEUU-China en la ante sala del G20

El encuentro entre Xi Jinping y Joe Biden, si bien revela que ambos países se necesitan, no garantiza el fin de las tensiones comerciales, diplomáticas y militares.

21 de noviembre, 2022 | 18.19

En la localidad de Bali, Indonesia, y un día antes que se inaugurará la Cumbre del G20, los mandatarios de China y Estados Unidos estrecharon sus manos por primera vez desde que Joe Biden es presidente. Allí prometieron al mundo “gestionar sus diferencias” para evitar conflictos, de cara a los desafíos globales.

La reunión ocurrió en un momento de alto voltaje de las relaciones entre ambos países. La misma duró tres horas y contó con la presencia de altos funcionarios de seguridad y economía de lado y lado.

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El encuentro no arrojó acuerdos concretos ni grandes anuncios más allá de la próxima visita del Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken a China. Sin embargo, cada uno de los países logró poner sobre la mesa y arrancar, al menos, un pronunciamiento a la otra parte respecto de sus preocupaciones.

En las declaraciones de Biden y los comunicados de la Casa Blanca, se subrayó que se seguirá compitiendo a nivel económico, pero que se evitará “rebasar los límites y llegar a un conflicto”. También se destacó que ambos países coinciden en “que nunca se debe librar y nunca se puede ganar una guerra nuclear”. Eso hizo referencia a una de las principales preocupaciones que EEUU llevó a China: el potencial nuclear ruso y los ensayos norcoreanos.

China, por su parte, fue determinante respecto de Taiwán. Según el comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, la isla representa la “primera línea roja” que “no debe cruzarse”.

Si se analizan los últimos hitos de la relación China-EEUU, entre sanciones económicas y la tensionante visita de la funcionaria demócrata Nancy Pelosi a Taiwán el pasado mes de agosto, el encuentro parece poner paños fríos a una relación recalentada. De hecho, hace apenas unas días se conoció la dimisión de Pelosi a la presidencia de la Cámara de Representantes, tras 20 años en ese cargo y luego de la pérdida de la mayoría demócrata en las elecciones de medio término del pasado 8 de noviembre.

Los altos niveles de tensión no impidieron, sin embargo, que se progresara en la planificación de esta reunión. Según las declaraciones de funcionarios, esta reunión entre Biden y Xi Jinping, en el marco de la Cumbre del G20, se venía preparando desde hace varios meses, incluso en medio del cese de diálogos producido por las medidas que China aplicó luego del viaje de Pelosi a Taiwán y las sanciones comerciales que Estados Unidos aplicó a China.

En este contexto, la Secretaría del Tesoro (ministra de economía), Janet Yellen, declaró que el encuentro intenta “estabilizar las relaciones y crear una atmósfera más segura para los negocios estadounidenses”.

La reunión fue, además, el preámbulo al encuentro del G20 en Indonesia, donde se pronunciaron en pos de trabajar en conjunto para afrontar las consecuencias de la post pandemia y la guerra en Ucrania, la escasez de alimentos a nivel mundial, los procesos inflacionarios y la potencial aparición de nuevas pandemias. Además se anunció una discusión profunda sobre un tema central de nuestra época: la transformación digital y la transición energética

El encuentro del G20 en Indonesia

En esta nueva cumbre del G20 el lema fue “recuperarnos juntos, recuperarnos más fuertes”. Del mismo, además de los presidentes de los países miembros, participaron la directora del FMI y el presidente del Foro Económico Mundial, dando una señal de cierto relanzamiento de esta instancia multilateral. Hay que recordar que este organismo vivió un evidente declive luego de que Donald Trump apostó por licuar su centralidad a partir de implementar una estrategia de dominio global de matriz unilateral, y Biden, por su parte, se recostara centralmente en el G7 y la OTAN.

Aunque este año EE.UU apostó fuertemente a expulsar del G20 a Rusia, que estará ausente de la cita, la declaración final puso el centro en el compromiso conjunto de los países asistentes para afrontar la emergencia alimentaria y promover el diálogo como solución de las crisis. También definió como “inaceptable” el uso o la amenaza de la utilización de armas nucleares, y fracasó en el intento de una declaración homogénea en contra de Rusia sobre el conflicto bélico. El texto final expresó que la mayoría de los países del G20 condena la operación militar especial de Rusia en Ucrania, pero mencionó también que “hubo otros puntos de vista y diferentes evaluaciones de la situación y las sanciones”.

Pese a querer presentarse como condenatorio de la guerra y propulsor de la “democracia”, Estados Unidos sigue intentando, como lo hace desde el año pasado, escalar el conflicto que se desarrolla en Europa. Hace dos semanas atrás el Departamento (Ministerio) de Defensa estadounidense anunció un nuevo paquete de asistencia militar a Kiev por otros U$S400 millones, y esta semana responsabilizó rápidamente a Rusia sobre un misil que impactó en Polonia, importante país miembro de la OTAN, pese a que el mismo gobierno polaco admitió que el misil era de origen ucraniano.

No es un dato menor, para interpretar la falta de declaraciones concretas respecto  a Rusia, que la Cumbre se realizó en territorio asiático, y que la presidencia protémpore quedara en manos de India, miembro de los BRICS, que ha evitado pronunciarse en contra de Rusia.

EEUU-China: ¿Qué mensaje envían al mundo?

“En estos momentos se están produciendo grandes cambios que nunca antes se habían visto. El mundo espera que China y Estados Unidos sepan actuar adecuadamente. Tenemos que trabajar junto a otros países para lograr una mayor confianza, estabilidad e ímpetu para el desarrollo común”, declaró Xi Jinping, luego del encuentro con Biden. Así el mandatario deja un mensaje al mundo luego de asumir el rol central de ambos países en el escenario mundial, en el marco de la disputa por poner las reglas del juego, en un proceso de descalabro global producto de una suerte de empate catastrófico. 

En ese marco ¿podría interpretarse este encuentro, en medio de la escalada de tensiones, como una especie de tregua que anuncia un nuevo reparto del mundo entre proyectos estratégicos al estilo del acuerdo de Yalta o la conferencia de Viena? A la luz de las acciones previas, el mensaje parece opuesto.

En el Documento de Estrategia de Seguridad Nacional, publicado el mes pasado, un Biden golpeado por la crisis y derrotado en el terreno especulativo de las encuestas, de cara a las elecciones de medio término, identificó a China como “el desafío geopolítico más importante para Estados Unidos” y escribió que el país es el “único competidor con la intención de remodelar el orden internacional y, cada vez más, con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para avanzar en ese objetivo”.

Sin embargo, la demoledora derrota que anunciaban las encuestas en favor del republicanismo no ocurrió. Esto mejoró la posición de Biden en el escenario interno y externo, pese a que los demócratas perdieron la mayoría de la Cámara de Representantes. 

Tanto a nivel interno como externo, el proyecto globalista del gran capital de origen angloamericano, que se personifica en Biden, se muestra en la tensión que produce una suerte de empate técnico que le avisa que no está muerto quien pelea, pese al balance negativo que arrojan los últimos meses de gestión.

Por el lado chino, faltando menos de una semana para la visita, el Diario Popular  publicó fotos de Xi Jinping, vistiendo el uniforme militar, e informó que el presidente le ordenó al Ejército Popular de Liberación que “concentre toda su energía en la lucha” en preparación para la guerra. Xi Jinping salió fortalecido en su liderazgo del último Congreso del Partido Comunista Chino, ocurrido a principios de este mes. Allí no sólo consolidó un tercer mandato presidencial, sino que logró desplazar a sus opositores. En un discurso pronunciado en el Congreso, el mandatario anunció “tormentas peligrosas” en el horizonte.

A inicios de septiembre, un mes después de la incursión de Pelosi a territorio taiwanés y la respuesta china con imponentes ejercicios militares en la zona, la administración de Biden aprobó una venta de armas de mil millones de dólares a Taiwán. Mao Ning, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, dijo, en ese entonces, que “responderemos resueltamente a los actos que socaven la soberanía y la seguridad de China e interfieran en nuestros asuntos internos”. 

No olvidemos que en Taiwán se encuentra la fábrica de semiconductores más grande e importante del mundo, un eslabón estratégico para el control de las cadenas de agregado de valor de uno de los sectores fundamentales para la economía global en esta nueva fase digital del capitalismo. 

En ese plano, la disputa entre ambos países está candente. El gobierno de Biden mantuvo los aranceles que el expresidente Donald Trump (2017-2021) impuso a las importaciones chinas. De hecho, también a comienzos de septiembre de este año reafirmó tales medidas. Además, el 7 de octubre pasado, Estados Unidos avanzó en un conjunto de sanciones que golpean de forma directa sobre la industria de semiconductores de alta tecnología, principalmente ligadas a la transferencia tecnológica. El Ministerio de Asuntos Exteriores de China acusó a Estados Unidos de intentar imponer un bloqueo tecnológico para mantener su hegemonía en esta materia.

Estados Unidos busca, con estas sanciones, reconfigurar las cadenas productivas de la industria de microchips frenando el avance de China que, según informó esta semana el Financial Times, vio entre 2018 y 2021 la triplicación de los ingresos por equipos de semiconductores, impulsados por la expansión de fabricantes nacionales. Sin embargo, el medio británico también afirmó que sólo el 15 por ciento de la demanda de equipos de los fabricantes de chips chinos fue cubierta por proveedores locales. 

En definitiva, mientras Biden sigue reafirmando su "competencia con China por el siglo XXI", Xi empuja, ahora con renovadas fuerzas, el "sueño chino" de volver a "la normalidad histórica" posicionando a China nuevamente como el reino del centro, en el marco de un plan de desarrollo global de integración en materia de infraestructura, economía y finanzas. Ambos proyectos, tienen una dimensión económica, pero también una militar. En ese sentido, estrechar las manos frente a la prensa, aunque revela que han reconocido que se necesitan, no garantiza el fin de las tensiones comerciales, diplomáticas y militares.

La disputa entre proyectos estratégicos, enfrentados como redes financieras y tecnológicas por imponer un orden favorable a sus intereses, transita momentos decisivos. La Cumbre del G20 es una ventana de negociación que puede ser el punto de inicio de un desescalamiento de las tensiones, o una pausa en un conflicto de alcance planetario. Esta crisis, como tantas otras veces en la historia, abre la oportunidad de empujar proyectos alternativos que tuercen el destino en favor de los pueblos.