La coalición de gobierno frente al mundo que viene y la “densidad nacional”

19 de febrero, 2022 | 19.00

El pasado 4 de febrero -el mismo día en que el presidente argentino llegaba a China- ese país y Rusia dieron a conocer una declaración conjunta llamada a constituirse en un importante acontecimiento histórico-mundial. Como es habitual, el texto del acuerdo pasó de largo por las redacciones periodísticas argentinas, casi sin excepción.

En el comienzo mismo del texto se afirma: “Actualmente el mundo está experimentando cambios trascendentales” y el primero de esos cambios que se enuncia es la multilateralidad y, después de mencionar cambios tecnológicos, culturales y sociales característicos de estos tiempos mundiales, se sostiene que ha surgido una tendencia a la redistribución del poder en el mundo. Según esta perspectiva estamos asistiendo al fin de la etapa unipolar de dominio mundial de Estados Unidos. Claro que no es, en sí misma, una novedad lo que enuncia el documento. Pero una cosa es que la afirmación circule en la discusión político-cultural mundial, y otra que encabece una declaración firmada por Rusia y por China. Por las dudas hay que decir que las dos potencias tienen su silla en el Consejo de Seguridad de la ONU. Sin mencionar a Estados Unidos, las partes sostienen que “algunos actores” que no representan más que a una minoría a escala internacional siguen defendiendo estrategias unilaterales para resolver los asuntos internacionales y recurren a la fuerza. Los firmantes hacen un llamado a todos los Estados para que trabajen por una auténtica multipolaridad en la que Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad desempeñen un papel central y de coordinación. En este punto, claro está, un país como el nuestro estaría obligado a compartir el punto de vista con la salvedad de exigir un cambio en la estructura del organismo, de modo que los países que no forman hoy parte de ese Consejo de Seguridad tengan posibilidades verdaderas de hacer valer sus derechos en el mundo global. Pero el fortalecimiento de la ONU en detrimento de las decisiones unilaterales del estado que rigió el orden mundial y le impuso -sin ahorrar prepotencia y violencia-  sus intereses entre 1990 y nuestros días es un eje de cualquier reformulación del orden mundial.

El documento se explaya ampliamente en relación a la pretensión de Estados Unidos de ejercer el control sobre la vigencia de la democracia y los derechos humanos en cada uno de los estados del mundo. Sostiene que la democracia no está atada a ningún manual de estilo de los que suelen construirse en el “primer mundo” y particularmente en Estados Unidos. Dicho de otro modo: la democracia tiene las formas y las prácticas que derivan de la historia y la cultura de los pueblos que la adoptan como régimen.

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El documento se adentra en una gran cantidad de materias centrales para el desarrollo mundial en esta época, pero claramente su eje conceptual es la demanda de un nuevo orden internacional; no es nada azarosa la coincidencia de la reunión y el documento con la grave situación que se vive alrededor de las amenazas de intervención norteamericana en la situación interna de Ucrania. Es probable que una gran parte de la población del mundo crea en la inminencia de una invasión rusa a ese país porque así lo dicen las poderosas cadenas de comunicación que propalan sistemáticamente la interpretación política de Estados Unidos. Si del “orden mundial” se trata, está clara la importancia que la cuestión tiene para nuestro país. El “orden mundial” vigente reconoce a un organismo internacional estatutariamente controlado por Estados Unidos la potestad de decisión sobre la política interna de Argentina. Un organismo internacional cuya actuación, extendida por todo el mundo, no guarda ninguna relación con los objetivos del tratado de Bretton Woods firmado a la salida de la segunda guerra mundial y se ha convertido en un instrumento norteamericano para ejercer su dominio mundial. Es decir, nuestro país está sufriendo en carne propia al “viejo régimen” que el documento sino-ruso denuncia. Mientras tanto el bloque de poder real en Argentina oculta sistemáticamente la evidente crisis del orden mundial y sigue difundiendo la imagen del mundo que corresponde a los comienzos de la década de los noventa. Un mundo unipolar, una Rusia colapsada, una China que ocupaba un sitio marginal en la economía y en la política global. Por eso, el primer punto de un debate político real en nuestro país consiste en discutir cómo es el mundo en que vivimos. Y cuál tiene que ser la política interna y externa de Argentina para aprovechar sus enormes potencialidades y aventar sus innegables riesgos.

El recordado Aldo Ferrer solía afirmar que una política de desarrollo para nuestro país demandaba crecer en la “densidad nacional”. Consiste según el pensamiento de este gran pensador, en la combinación de cohesión y movilidad social, liderazgos nacionales, fortaleza institucional y pensamiento crítico. La sola enunciación sugiere la crítica situación que vivimos actualmente: nuestra democracia electoral ha subsistido en medio de crisis violentas y recurrentes. Pero al mismo tiempo la monopolización de la riqueza en pocas manos, la concentración de la propiedad y el dominio político-cultural que ejercen los grandes grupos económicos a través de los conglomerados comunicativos monopólicos sistemáticamente alineados con los intereses geopolíticos de Estados Unidos constituye un enorme pilar defensivo contra cualquier idea de “densidad nacional”. No hay más que leer la opinión de los periodistas de estos medios sobre la negociación argentina con el FMI para medir la gravedad del problema. La defensa del mundo unipolar y el sostén de los intereses de los poderosos ha llegado al punto de constituir una interpretación colonialista de nuestra realidad y de nuestra historia. Con frecuencia llamamos a ese fenómeno con el nombre de “neoliberalismo”; no hay necesidad de cambiar ese nombre porque el mundo de la concentración nacional y social de la riqueza, mundialmente triunfante desde los años setenta y consolidado a fines de los ochenta sigue rigiendo en gran parte del mundo y con características ominosas en aquellos que, como el nuestro, se mantienen en situación de dependencia económica. Pero el neoliberalismo no es más que una forma del colonialismo. La guerra ideológica contra lo nacional es, entre nosotros, agresiva y permanente. En los últimos veinte años se concentra en el enfrentamiento contra el proceso político que abrieron Néstor y Cristina Kirchner. Pero esa concentración tiene una dirección evidente: no solamente bloquear el ascenso al poder de ese movimiento -heredero innegable de la mejor tradición peronista- sino en establecer una clara amenaza a cualquiera que intente ocupar ese lugar que es el “sitio prohibido” de la política, la nueva forma del “hecho maldito” del país burgués del que hablara Cooke.

Por eso, el objetivo central del bloque colonialista es la división del Frente de Todos. O dicho de otro modo el aislamiento político de Cristina y quienes la siguen. Lo intentaron durante el gobierno de Macri sin hacerle asco a la violencia, la persecución, el buchoneo y la calumnia. Seguirán intentándolo. Por eso, la unidad -aún con las enormes limitaciones que la recorren- es una cuestión de importancia estratégica. No hay una nueva clase política impecable a la espera de la ruptura del frente para hacer realidad el proyecto nacional-popular. Lo único que hay afuera es el vacío, el oportunismo y la derrota. 

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