En los años 80 el dirigente radical César “Chacho” Jaroslavsky dejó una famosa frase sobre Clarín: “Hay que cuidarse de ese diario, ataca como partido político y si uno le contesta se defiende con la libertad de prensa”. La idea puede aplicarse a la Corte Suprema: hay que cuidarse de esos jueces, atacan como voceros del establishment y si uno les contesta se defienden con la independencia judicial y la división de poderes.
Carlos Rosenkrantz, vicepresidente de la Corte Suprema, difunde la idea de proscribir al peronismo. La frase que circuló estos días, su definición de que no hay un derecho detrás de cada necesidad y que cada derecho es un costo, revela su rol de vocero de las grandes corporaciones -de las que fue abogado hasta que llegó a la Corte- pero no resume cabalmente lo que expuso durante casi una hora en una universidad chilena. Allí se dedicó a arengar sobre la supuesta amenaza que el peronismo, al que identifica como populismo, representa para la democracia. Es grave, porque integra el máximo tribunal del país. Pero más grave es que no fue el único:
- Ricardo Lorenzetti, ex presidente de la Corte, dijo hace unos días que “la Corte no puede hacer populismo judicial”.
- Horacio Rosatti, actual presidente de la Corte, fue a un evento de Clarín y dijo que "conjugar mercado y Estado es muy importante. Después, un Gobierno será más neoliberal, más neointervencionista, pero lo más importante es erradicar algunos temas que se ven como malas palabras", en alusión al progreso (eufemismo de enriquecimiento) y a la teoría del derrame.
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Tres de los cuatro miembros de la Corte Suprema hicieron explícita y pública su defensa del establishment y su rechazo a lo que denominan populismo o neointervencionismo. Luego de frases como esta enseguida repitieron el salmo de la independencia judicial y la idea de que tienen que estar por encima del resto de los poderes, un rol de primus inter pares que la Constitución no les asigna.
No son meras opiniones: tienen en sus despachos expedientes que pueden hacer tambalear al gobierno e impulsar candidaturas de la derecha mientras construyen, en paralelo, sus propios perfiles presidenciales. No es un secreto esa aspiración tanto de Rosatti como de Lorenzetti aunque el segundo, el titiritero del lawfare, ya parece que quedó en offside en esa carrera frente al ex intendente de Santa Fé, más acostumbrado a ver su nombre en una boleta.
Que tres cortesanos coincidan con Mauricio Macri, que en plena pandemia aseguró que “el populismo es mucho más peligroso que el coronavirus”, no es casual. El ex presidente es miembro del bloque de poder antiperonista, del establishment corporativo; Rosenkrantz, Rosatti y Lorenzetti se revelaron ahora como sus operadores. Juan Carlos Maqueda, el cuarto cortesano, está mas mudo que nunca, tal vez influido por las operaciones intra Corte respecto a los manejos de los fondos de su obra social, pero eso es otro cuento.
La buena noticia es que ahora los cortesanos hacen públicas sus posiciones políticas. La mala es que no lo hacen por fe democrática sino por garantía de impunidad. Y que no es algo nuevo, ni estas posturas ni el peligro real que significan para la democracia. En el libro “¿Usted también, doctor?”. Que relata las complicidades de jueces, fiscales y abogados durante la dictadura, los académicos Juan Pablo Bohoslavsky y Roberto Gargarella (a quien ni de cerca se puede llamar kirchnerista) señalan que en el Poder Judicial “históricamente, una mayoría de sus miembros ha profesado o profesa una ideología conservadora o liberal-conservadora. Dicha ideología se caracteriza, por una parte, por la convicción de raíz elitista, basada en la desconfianza hacia las capacidades políticas de las mayorías”. El populismo. Agregan que ese conservadurismo o elitismo político “resulta manifiesto en toda la historia de la Corte” y citan como más notorio de esto “la nefasta doctrina de facto, elaborara por el tribunal, para avalar los sucesivos golpes de Estado” bajo la premisa del “estado de excepción en el que se encontraba el país”.
Ahora los cortesanos hablan del populismo/peronismo (desconfianza de las mayorías) y de la amenaza que implica para la democracia. ¿Cuán lejos están de plantear que si gobierna el peronismo no se trata de una democracia?
El puntapie inicial de esta nueva avanzada cortesana fue hace unas semanas, cuando movilizaron un centenar de jueces federales a Rosario para dar una señal de unidad y fuerza bajo el paraguas de una asociación que, como reveló El Destape, no tenía un solo papel al día y es conducida por los jueces del lawfare. La seguridad jurídica es materia opinable, parece.
“Nosotros hemos logrado la unidad del Poder Judicial Federal. Hemos trabajado hace muchos meses en la unidad interna. No hay una grieta, como a veces se analiza políticamente. En la Corte estamos unidos, hay un tema muy superior a nosotros”, señaló Lorenzetti. La pregunta es cuál ese ese tema. Frenar el populismo parece algo que los une. Deberían formar un partido político, pero están más cómodos en el Palacio de Tribunales. Sus cargos son tan vitalicios como los de los CEOs de las corporaciones y los miembros de la Asociación Empresaria Argentina. Que a las elecciones vayan otros, siempre y cuando no gane el peronismo.
Vade retro populismo
Pocos vieron completa la conferencia de Rosenkrantz, titulada “Justicia, derecho y populismo”. Lo presentó Pablo Ruiz-Tagle, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Dijo que los une una amistad de años y resaltó que Rosenkrantz resistió una manifestación de 600.000 personas (cifra, según dijo, que le contó el cortesano) para resolver en base a sus convicciones en casos como el 2x1 a genocidas. “Quizás por esto el juez Rosenkrantz ha sufrido injustas campañas, incluso de desprestigio personal. Ha recibido embestidas políticas, tuits y operaciones de prensa, que han sido directas y personales, estrategias populistas de erosionarlo a él como persona y erosionar así la Justicia y los mecanismos de control constitucional, y eso tal vez explica la importancia de la conferencia que hoy dictará”, afirmó Ruiz-Tagle. También es populismo, parece, repudiar beneficios a genocidas. Pero hubo más.
En la introducción, el amigo de Rosenkrantz dijo que “el tema del populismo es un fantasma que ronda nuestra historia política y que parece que no ha desaparecido y ahora toma cuerpo” y concluyó: “existen muestras históricas del populismo en Latinoamérica como son el peronismo en Argentina, el varguismo en Brasil o el cardenismo en México. Y algunos neopopulismos como lo fueron el de Fujimori o Menem, el de Chávez o Evo Morales o quizá Cristina Fernández hoy en Argentina”. Una ensalada, producto de leer la solapa de los libros de Ernesto Laclau. Pero lo concreto es que sostuvo una oposición entre populismo y democracia y dentro del populismo colocó al peronismo y a CFK. Rosenkrantz no contradijo a su amigo, todo lo contrario: dedicó toda su exposición a señalar los riesgos de que el peronismo, al que enmascaró bajo la figura de populismo, sea parte de la democracia.
“Hay muchas dudas sobre si las formas del populismo son compatibles con la democracia constitucional”, comenzó Rosenkrantz. Y largó una parrafada explícita: “El cambio en una democracia constitucional requiere consensos muy extendidos en el tiempo. No hay posibilidad de saltos revolucionarios. Eso es así porque el cambio requiere cambios legales y constitucionales y es siempre dificultoso y lento. El populismo es maximalista porque pregona la necesidad de un cambio instantáneo y radical. Se caracteriza por demonizar a nuestro modo de hacer política, a la política tradicional, a la que reprocha centralmente su carácter retardatario. Concibe a la política tradicional como la promotora y la reproductora del statu quo, como la mascarada perfecta de la continuidad. Por eso todo populismo pregona el cambio ya. El populismo no ve ninguna virtud en la resistencia al cambio”.
La operación de Rosenkrantz es clara. Acusa al peronismo de populista y al populismo de negar el consenso, de demonizar el statu quo y de querer cambiarlo. Pero toda esa construcción oculta el camino inverso: que este statu quo donde reina la desigualdad -y donde Rosenkrantz goza de privilegios- no tiene consenso y que los dueños (y voceros, en su caso) de ese statu quo se ocupan de demonizar al populismo por querer cambiarlo. La operación es efectiva ya que cuenta con los medios corporativos que son parte de las grandes empresas del país, que a su vez los financian para que reproduzcan la normalización de ese statu quo y la demonización de todo aquel que lo ponga en discusión. No por nada Rosenkrantz fue abogado del Grupo Clarín.
Proscripción
Que el peronismo es antidemocrático no es un invento de los actuales cortesanos, es una construcción histórico-mediática a cuyo revoque fino se dedican los medios corporativos. En ese eterno ministerio de la verdad orwelliano, ocultan que el peronismo siempre llegó al Gobierno por las urnas, que fue derrocado dos veces por dictaduras cívico militares y lo más importante: es el único partido en la Argentina que fue proscripto (y 18 años) desde que existe el voto universal.
Rosenkrantz explicitó su intención proscriptiva bajo una pátina academicista. Pero el esquema de su pensamiento quedó claro:
- El populismo es anti individuo y maximalista, es decir, cree en el pueblo y en cambios profundos y rápidos
- El populismo quiere ampliar derechos pero no toma en cuenta el costo de esos derechos y que “todos los costos son pocos para terminar con el statu quo que se demoniza”
- La democracia tiene que actuar frente al populismo ya que “el populismo es un problema”
- El peronismo es populismo
- Por ende, el peronismo es un problema para la democracia y la democracia tiene que reaccionar frente al peronismo.
“¿Y en qué medida sí constituye una amenaza? Más precisamente cuando el populismo genera una dinámica política que socava la confiabilidad de las instituciones constitucionales y degrada el espíritu que anima a nuestras democracias constitucionales liberales”, sintetizó Rosenkrantz.
El vicepresidente de la Corte no usó la palabra proscripción, la dejó implícita. “La democracia por suerte permite y fomenta convivencia de quienes están en lo cierto y quienes incurren en errores”, sentenció Rosenkrantz. Él, los liberales, están en lo cierto; los peronistas, los populistas, incurren en errores. “Si se utilizan los canales constitucionales y legales para resolver las disidencias y el sistema de frenos y contrapesos funciona el populismo no debería constituir un inconveniente -agregó Rosenkrantz- Nuestra reacción debería ser una pasiva tolerancia y el único mecanismo de defensa que deberíamos tener es mantener nuestro disenso y usar nuestros votos”. En síntesis: toleramos a los peronistas mientras no sean mayoría y no cambien nada. Pueden existir, pero no ganar elecciones y menos gobernar.
“La peligrosidad del populismo – siguió Rosenkrantz- dependerá de si en la sociedad en cuestión el sistema político está gobernado por la regla de la mayoría, como sucede en toda la democracia. Si existen límites constitucionales infranqueables que definen derechos civiles, políticos, económicos y sociales como en toda democracia constitucional. Si existe un poder contra mayoritario con métodos consagrados de interpretación de los textos canónicos, constitucionales o legales, que asume el deber de hacer respetar dichos límites como en todo Estado de Derecho”. O sea, si está la Corte Suprema para ponerle un freno al peronismo.
Costos
Macri, en 1999, ya decía que “los salarios son un costo más”, que lo que teníamos que hacer era “bajar los costos” y lograr que cada uno “cobre lo mínimo por lo que hace”. Rosenkrantz, en el 2022, coincide. “En las proclamas populistas hay siempre un olvido sistemático de que detrás de cada derecho hay un costo”, dijo Rosenkrantz. El salario, que es un derecho, pasa a ser un costo.
La frase de Rosenkrantz que tanto circuló en estos días vino incluida en una larga parrafada donde dijo: “El populismo es relativamente insensible a la cuestión del costo que involucra las reformas que propone. Esto es así porque la urgencia del cambio es solo posible cuando los costos del cambio no se hacen explícitos, cuando no se identifica con precisión quienes son los que pagarán esos costos. La insensibilidad al costo se sintetiza en modo patente por ejemplo en una afirmación muy insistente en mi país, que yo veo como un síntoma innegable de fe populista, según la cuál detrás de cada necesidad siempre debe haber un derecho. Obviamente un mundo donde las necesidades son todas satisfechas es deseado por todos, pero ese mundo no existe. Si existiera no tendría ningún sentido la discusión política y moral. Discutimos política y moralmente justamente porque nos encontramos en situación de escasez. No puede haber un derecho detrás de cada necesidad sencillamente porque no hay suficientes recursos para satisfacer todas las necesidades. A menos, claro, que restrinjamos qué entendemos por necesidad o entendamos por derecho aspiraciones que no son jurídicamente ejecutables”.
De atrás hacia adelante, para Rosenkrantz hay aspiraciones imposibles, si se quiere decir que a cada necesidad hay un derecho hay que limitar el concepto de necesidad, no hay suficientes recursos para todos (o sea, la concentración de la riqueza no existe), hay que ser sensibles con los que pagarían los costos de los derechos (los empresarios), y todas estas exigencias de derechos son “un síntoma innegable de fe populista”.
De nuevo, Rosenkrantz no está solo. El ex presidente de la Corte Lorenzetti no se quedó atrás. “Hay todos mecanismos electorales que implican siempre dar beneficios para ganar elecciones. Nadie promete costos para ganar elecciones. Entonces todos los grandes problemas complejos requieren costos, decisiones complejas, y nadie las toma. Por esto hay que sacarlos de la agenda electoral”, afirmó Lorenzetti. Otra vez los costos, y con un agregado. En la proclama de Lorenzetti hay un mensaje de que los cargos electivos, los que se someten al voto popular, no pueden resolver los problemas. Que para eso están ellos, los jueces.
Lorenzetti lo remarcó así: “Al Presidente, a los diputados y senadores los eligen en elecciones. Las mayorías se pueden equivocar y hay que proteger a las minorías. Vivimos en un país con diversidad cultural. Si nos guiáramos por las elecciones, habría mucha gente que sufriría, porque son minorías: opiniones minoritarias, conductas sexuales, discriminación a la mujer, discriminación racial. Para eso hay un sistema que no se rige por las mayorías: el Poder Judicial”. Vaya virtud.
La prédica por un modelo económico concentrado también estuvo en boca de Rosatti. “Todo está en la Constitución. La Constitución argentina tiene un modelo no solamente de convivencia sino un modelo económico, que es el capitalismo humanizado. Propiedad privada (artículo 14), iniciativa particular (artículo 19), competencia (artículo 42). Este es el modelo, que además no plantea la lucha de clases (artículo 14) sino una relación amigable entre capital y trabajo con las tensiones propias de esos actores”, explicó Rosatti, presidente de la Corte, en un evento organizado por Clarín. Omitió, claro, el artículo 14 bis, que dice que en ese “capitalismo humanizado” los trabajadores deben tener “participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección”. Un olvido muy oportuno.
Rosatti agregó que “la Constitución utiliza la palabra progreso. El progreso no es una mala palabra. Acá hay una costumbre de castigar al que progresa. Castigar a aquel que le va bien. Es una cuestión cultural, es absurdo. No hay nada para distribuir si previamente no se acumuló. Conjugar mercado y Estado me parece muy importante. Después, un Gobierno será más neoliberal, más neointervencionista, pero me parece que lo importante es la raíz cultural nuestra. Erradicar algunos temas que se ven como malas palabras, como el progreso. Yo también me preguntaría cuantos de nuestros gobernantes conocen en profundidad nuestra Constitución. Cuantos de nuestros candidatos conocen la Constitución”.
Un canto a la teoría del derrame que no está prevista en la carta magna. Pero más aún, Rosatti usó ese espacio para criticar tanto al neoliberalismo (Macri) como al neointervencionismo (CFK). ¿Quién queda? Ellos. El discurso es similiar al de Javier Milei, la lógica del fracaso del bipartidismo y la esperanza puesta en los nuevos actores no contaminados por “la política”. Pero hay una diferencia: Milei es un dirigente político, Rosenkrantz, Rosatti y Lorenzetti jueces de la Corte Suprema.
“Acá hay que acatar los fallos de la Corte, porque es la última instancia y es donde confía la gente de que sus derechos van a estar protegidos”, insistió Rosatti en el evento de Clarín, a pocos días de tomar por asalto el Consejo de la Magistratura y autoproclamarse su presidente al igual que se autovotó para presidir la Corte. "Cuántos de nuestros gobernantes conocen en profundidad la Constitución. Cuántos de nuestros candidatos", planteó. Él considera que la conoce.