Solemos confundir causa y efecto. Buscamos respuestas que calmen la angustia de no saber. Muchas veces, inventando falsas certezas, comprando opiniones ajenas, llenando el tiempo y el espacio con ruido. Aturdidos sostenemos el adormecimiento. Repitiendo sin saber por qué las mismas rutinas que obturan una respuesta diferente, postergada, aparece una pregunta común que nadie puede responder: ¿cuándo terminará todo esto?
Pareciera que ubicando un enemigo, cuánto más alejado de nosotros, mejor, logramos adormecer la ira o, lo que es peor, retroalimentarla.
Hace algunos días el gobierno redobló la apuesta. A través de un decreto de necesidad y urgencia se dictaminó la prohibición de reuniones sociales para detener la ola de contagios. Los medios tomaron el tema como cuestión de Estado. Y sí. Es un asunto de “estados”, con todas las significaciones posibles que el término nos ofrece para jugar con las palabras y la construcción de frases hechas y frases por hacer. ¿Qué Estado queremos como ciudadanos para nuestro país? No faltaron quienes denunciaron un estado de sitio. Otros pusieron el foco en el estado anímico en el que nos encontramos después de varios meses de aislamiento en sus diversas fases. Hubo quienes plantearon el estado de preocupación respecto a la pérdida de ingresos para el sustento de sus familias. Estados alterados en los que nos vemos sumergidos. Estado físico, psicológico, mental…
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Todos estos son estados unidos a un tiempo de desencuentros y encuentros que van más allá de la cercanía de los cuerpos. Sin embargo, hecha la ley, hay quienes buscan hacer trampa eligiendo desafiar al virus y hacer la suya más allá de las consecuencias. Pero no todos responden de la misma manera. Mientras algunos reclaman “morir en su ley”, prefiero poner el foco en los que encuentran en la prohibición una posibilidad que habilite algo diferente. Otro tipo de reunión social. Y pienso en estos acontecimientos como “reuniones sociales” que se producen, a veces, en soledad y otras con uno mismo después de apagar las pantallas de los Zooms, porque al encontrarse solo, el sujeto es mucho más que uno. En el silencio resuenan otras voces y voces otras. Y, una vez más, las crisis enfrentan a los seres humanos ante una pregunta que tarde o temprano resulta ineludible: ¿y yo qué puedo hacer?
En estas últimas semanas, a partir de derivaciones de colegas, de algunos escritos y de conversaciones que mantuve en vivos de Instagram, han llegado a mi “Taller para Escribir” y a mi “consultorio virtual” algunas personas que, finalmente, tomaron la decisión de darle lugar al deseo y a la angustia. Esta última es una emoción que tiene mala prensa. Quizás, porque quien se angustia no produce para el sistema. Tal vez, porque nos empujan a seguir, incluso cuando necesitamos detenernos. La ausencia de visitas ha generado un vacío. El silencio ante el barullo de las reuniones postergadas estableció un clima propicio para replantearse algunas cuestiones. Y me permito celebrar cuando un malestar implica una nueva posibilidad más allá de la queja. Diferenciar las palabras del “bla, bla, bla” no es una tarea sencilla. Reescribir la historia personal es uno de los modos de reelaborar esas voces que retumban y silencian el deseo, muchas veces, rehén de la angustia de sentirnos solos y no ser lo que otros soñaron que fuésemos.
Si como alguna vez dijo Lacan, “actuar es arrancarle a la angustia su certeza”, hablar en el marco de un análisis y escribir son dos de los modos de reuniones sociales que nadie nos puede prohibir. Nadie se analiza solo. Nadie escribe solo. Poner en palabras en soledad no deja de ser un encuentro con el otro. Escribimos con los otros. Leyendo e interpretando aparece la palabra como resonancia, un estado que nos acerca, nos humaniza, nos habilita a atravesar las fronteras de aquellos espejos que no reflejan otra cosa que aquello que más nos aleja del encuentro con nosotros mismos.
Los últimos días de Julio me contactó una chica nacida en Sudamérica que está viviendo desde hace varios años en Europa. En un mail planteó su deseo de iniciar un análisis.
- Me gustaría comenzar con un psicoanálisis y vi que ofreces psicoanálisis en línea. Me gustaría encontrar un analista que hable español.
Después de algunas entrevistas, surgió en mí la pregunta respecto al por qué de su deseo de iniciar un tratamiento psicoanalítico.
- Probé dos veces con terapia on line. – me dijo en el tercer encuentro virtual – No sé cómo se llama la psicología en la que el terapeuta te dice “escribe en un papel 100 veces voy a ser feliz”. A algunas personas le funcionará, no a mí.
- ¿Y por qué me contactaste? – le pregunté. – Habiendo tantos analistas en el mundo que hablen español…
- Porque el otro día escuché tu conversación con Alexandra Kohan y pensé “esto parece ser algo diferente, me gustaría probar”.
La prohibición de las reuniones sociales posibilita otro tipo de reuniones. Pensar y pensarnos es uno de los nombres de esas posibilidades. Sentir y escribir son verbos que nos alejan del ruido y nos acompañan a abrir puertas que han estado cerradas. Permitirnos abrir esas puertas puede ser, quizás, el decreto de necesidad y urgencia que cada uno de nosotros se permita escribir basándose en las leyes de la angustia y el deseo.
Edgardo Kawior es Lic. en Psicología. Psicoanalista. Da Talleres para Escribir. Seguilo en YouTube, Instagram y Twitter.
Ilustración: Ro Ferrer.