En una columna anterior dijimos que la cuarentena argentina, en su fórmula inicial, había contenido una promesa originaria: “si la cumplís nos das el tiempo necesario para ampliar el sistema sanitario, garantizar la atención de quienes se contagien y evitar muertes”. Es indudable que durante varios meses esa promesa originaria fue efectiva: a pesar de las tremendas dificultades, se adecuó el sistema sanitario y se salvaron innumerables vidas, la promesa logró ser creída y la cuarentena pudo ser sostenida, al menos por un tiempo.
Sin embargo, alrededor del mes de julio el rumbo gubernamental, tanto local como nacional, cambió drásticamente. Tras el anuncio de una nueva fase de la cuarentena, de “apertura escalonada”, se enunció el nuevo principio de orientación del comportamiento social que iba a regir los meses venideros: “la responsabilidad es individual”. A partir de allí, y en una evidente renuncia a intentar regular activamente las actitudes sociales frente a la pandemia, nuestras autoridades optaron orquestadamente por el tristemente conocido laissez faire, laissez passer.
Las causas de esta decisión, de este giro desde una cuarentena estricta a la mera apelación a una difusa “responsabilidad individual” para enfrentar la pandemia, fueron y seguirán siendo bastante inexplicables. Hubo algunas hipótesis en danza: no querer pagar los costos políticos de estrategias más rígidas o impopulares, no tener la autoridad ni las capacidades estatales suficientes para hacer cumplir las medidas, no poder profundizar más aún el profundo deterioro económico que sufrimos, no regalarle a la oposición la imagen de “gobierno con el que, después de todo, fuimos más felices”.
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Entre todo lo inexplicable, lo más insólito fue que no sólo se descartó la estrategia de una nueva cuarentena menos estricta, probablemente insostenible, sino también medidas parciales, realizables, incuestionables, que fueron implementadas en otros países del mundo y con grados de dificultad aceptables desde el punto de vista del diseño y la implementación: desde una campaña pública de concientización sobre el peligro del virus covid-19 con un mensaje unificado y estable en el tiempo, pasando por multas puntuales por la mala colocación del barbijo en la vía pública, entre muchas otras.
La fórmula de la “responsabilidad individual” nos acompaña como un enorme velo, como un flou, que nos permite transitar a media luz la tragedia que atravesamos, convalidada por coyunturales disminuciones de los contagios. Además, fue perfectamente compatible con los micronegacionismos que todos y todas practicamos todos los días: barbijo, sí, pero alrededor del cuello o con la nariz afuera; mate al aire libre, sí, pero compartido entre varios; visita fugaz a la familia, sí, pero nos quedamos un ratito más y otro más. Mientras, vemos pasar a los fallecidos cotidianos en una sucesión de gráficos interminables, y hasta hemos establecido para ellos “niveles razonables”.
¿Podría decirse que aquella forma de regulación social tan denostada durante el gobierno de Cambiemos (“cuidate a vos mismo”) y con la que tanto se identifica hoy a la oposición de Juntos por el Cambio, pasó a ser el principal principio regulador del comportamiento social puesto en juego por nuestros gobiernos, tanto locales como nacional? Pero ¿no se había descartado ese principio por habernos llevado hasta el borde mismo del abismo?
Resultados a la vista. Una nueva ola de contagios parece asomar en el horizonte no tan lejano. Las autoridades de todos los niveles de gobierno se muestran hoy sorprendidas ante este nuevo “rebrote”: tampoco parecen reconocer que cuando a la sociedad se la convoca a la “responsabilidad individual”, la sociedad tiende a actuar…individualmente. Que cuando a la sociedad se le dice “cuidate a vos mismo”, cada uno hace lo que puede y/o lo que quiere, se cuida si le parece, si lo considera necesario, si le resulta posible.
Afortunadamente, el gobierno nacional ya concretó un primer paso contundente en la obtención de una primera tanda de vacunas contra el covid-19, lo que debe ser aplaudido por propios y ajenos. Sin embargo, esa jugada a fondo que supone implementar un titánico plan de vacunación antes de que el escenario interno se desmadre, no será suficiente de mantenerse la actitud gubernamental pasiva en la regulación de las actitudes sociales frente a la pandemia.
En el plano interno los caminos no son muchos, y los costos llegarán, bajo las formas imaginadas o bajo otras. Por un lado, cualquier intento de retornar a medidas más restrictivas tendrá necesariamente un nivel de aceptación o cumplimiento menor, porque la sociedad está exhausta, económica, física y psicológicamente, y no es para menos. Por otro, insistir en el “cuidate a vos mismo” jamás evitará el aumento de los fallecimientos cotidianos, que seguirán creciendo por un largo tiempo más, aún con el plan de vacunación iniciado.
¿Y en el plano externo? Es evidente que aquella “humanidad unida contra la amenaza del covid-19” que supimos ser en los inicios de la pandemia se disgregó cuando llegó la vacuna. A partir de allí, los países de todo el mundo comenzaron a jugar fuerte al “cuídate a vos mismo”, pero con recursos económicos y políticos inmensamente superiores a los nuestros. Y sabemos muy bien quién tiende a llevarse la peor parte cuando esas fuerzas se desatan.