Pausa. Silencio que busca palabras. Explicaciones que no aparecen. Recetas que no funcionan. Todos inmersos en este desconcierto preocupados por no desafinar. Es difícil detectar qué instrumento está fuera del tono que se interpreta esta sinfonía fatal en la que cada día son más los infectados. Seguimos perdiendo. Eso es lo único que no podrá ser desmentido, más allá de tanta renegación.
En estos días percibo el hartazgo, manifestado en todas sus formas. Hemos escuchado hablar de estructuras psíquicas tal cual las ha clasificado Freud – neurosis, psicosis y perversión – de manera ligera, desconsiderada y hasta irresponsable. Aparecen personajes que se dedican a hablar sin decir, a argumentar sin argumentos dando conceptualizaciones falaces, fuera de contexto, sin medir los efectos que algunas palabras tienen en una sociedad desasociada, que sigue perdiendo la referencia del otro relativizando el valor de la vida y el costo de cada muerte, descuidando las consecuencias de lo que vendrá ante la fragilidad de la existencia. De los autores de “Alberto dice que no existe la angustia” ha llegado “Fue un momento de psicosis”. Ante tanto bla bla, elijo detenerme. Hago silencio. Intento escuchar otro tipo de resonancias. De repeticiones. Sensaciones que no terminan de lograr ser dichas. Frases balbuceadas que aparecen de la mano del miedo a morir, a enfermar, a quedarnos solos, desenlazados de los otros que extrañamos. Aquellos que nos devuelven miradas, familiares, amigos, vecinos con los que conversábamos sin distancia social.
Pensarnos en estos tiempos donde casi nadie quiere hacer un rodeo para la satisfacción es un acto de insurrección. En nuestro país, donde el virus ya circula sin pagar peaje, en nombre del “ya no aguanto más” sigue creciendo la cantidad de argentinos que reniegan de una realidad tremenda que al momento de escribir estas líneas cosecha casi 10.000 muertos. Mientras tanto, seguimos discutiendo sin poder ponernos de acuerdo. Y no creo que tengamos que estar de acuerdo en todo. Ahora, mientras el país está en llamas – no sólo por la circulación del Coronavirus, sino por los incendios, la inseguridad, los reclamos sociales de quienes no tienen techo, trabajo y comida – continuamos discutiendo cómo apagar el fuego. O lo que es peor, relativizamos el daño que dejarán las llamas cuando el humo se extinga y volvamos a ver con claridad la postal pospandémica.
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Los medios convocan a quienes en nombre del discurso universitario – muchas veces con las mejores intenciones – intentan explicar lo que pasa, lo que nos pasa. ¿Por qué actuamos de un modo o de otro? ¿Qué habría que hacer? ¿Cómo se sale de esta? Hemos escuchado a los expertos en medicina, infectología, economía, sociología, salud mental y a los terapistas, quienes esta semana han hecho sonar todas las alarmas que durante meses muchos argentinos prefirieron desoír. El presidente los ha escuchado, y bienvenido sea el diálogo. Pero no alcanza con palabras. Es momento de hacernos cargo. Ser libres a la manera Sartriana. Esa que enuncia que la libertad implica responsabilidad.
Así como un psicoanalista – al que se le adjudica un saber – lee lo que el analizante interpreta sin darle respuestas a sus propias preguntas, quizás debamos empezar a interpretar nosotros, los ciudadanos comunes, lo que pasa y lo que a cada uno de nosotros nos pasa ante esta realidad que nos impacta momento a momento. Leer un poco menos todo lo que se nos impone desde las redes, los medios y nuestras viejas creencias, y apagar un poco el ruido. Detenernos para ser esa página en blanco que hoy somos, los argentinos, si silenciamos por un momento el griterío que no nos permite empezar a escribir otra historia.
*Edgardo Kawior es Lic. en Psicología, psicoanalista. Da talleres para escribir. Seguilo en Instagram / Twitter / You Tube / licenciadokawior@gmail.com
* Ilustración: Ro Ferrer.