Hace semanas que los medios occidentales vuelven sus miradas hacia China y sus nuevas políticas de confinamiento estricto dictadas a fines de marzo y basadas en la premisa de “cero Covid” que el país definió para afrontar la pandemia. Desde diversos medios digitales se publicaron imágenes de video que circularon por redes sociales y que luego fueron retiradas de la web por el Gobierno chino: relatos de habitantes de Shangai discutiendo con funcionarios estatales, cacerolazos, “invasiones del gobierno” a las unidades habitacionales para desinfectar, estudiantes protestando en contra del aislamiento en campus universitarios, entre otras escenas que suscitaron polémicas. El caso emblemático fue el de las y los trabajadores de Quanta, una empresa que es socia fundamental de la cadena productiva de Apple, en la que un conjunto de trabajadores desoyó el pedido de las autoridades de no retornar a sus dormitorios y forzó las barreras de contención para pasar hacia las zonas de descanso, restringidas temporalmente por la identificación de nuevos casos.
Para evitar el cierre de las plantas de producción, el Gobierno permitió los procesos de producción de "circuito cerrado". Bajo este sistema, los trabajadores viven en dormitorios en el lugar, se someten a testeos periódicos y son trasladados a otra zona si se contagian. Según informó Bloomberg, la mayoría de los principales fabricantes de tecnología, desde Semiconductor Manufacturing International Corp hasta Taiwan Semiconductor ManufacturingCo. y Foxconn Technology Group (2354), el fabricante de iPhone, congelaron sus operaciones en los primeros días del brote de Shanghai. Sin embargo, muchos han reanudado su actividad tras establecer sistemas de circuito cerrado.
La política de "cero Covid" estipula también una cuarentena para las personas positivas -incluso si son asintomáticas- y testeos masivos de la población. En Shanghai, el puerto y la capital económica del país, donde habitan 25 millones de personas, las medidas han sido estrictas. "Nuestro país es muy poblado, con desequilibrios regionales en términos de desarrollo y una falta de recursos médicos. Si relajamos (las medidas) y dejamos que el virus se propague, muchas personas se infectarán", dijo a la prensa el viceministro de Salud, Li Bin.
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El pasado 9 de mayo, la alcaldía de la ciudad china informaba que el número de contagios diarios había caído a menos de 4.000 ese día, tras haber superado los 25.000 a finales de abril, lo que estaría demostrando, más allá de las valoraciones, la efectividad de las medidas contra el Covid.
Ante el revuelo mundial por la estrategia china, acusada de “violar los derechos humanos”, Tedros Adhanom Gebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud - un organismo que no se mantuvo neutral ni emitió posturas homogéneas en el dilema “economía versus vidas” que produjo la pandemia- instó al Gobierno chino a revisar su política de contención, que consideró “insostenible”. Lograr un equilibrio entre las medidas de control sanitario y su impacto en la sociedad y la economía “no siempre es una ecuación fácil”, subrayó Michael Ryan, director de emergencias de la organización, quien juzgó entendible que las autoridades quieran controlar los últimos brotes, pero pidió “consideración por los derechos humanos”.
A nadie le caben dudas ya de los efectos psíquicos negativos que produce el confinamiento. Sin embargo, la preocupación mundial pareciera provenir, principalmente, por el golpe que el aislamiento chino pueda producir en las cadenas de suministro a nivel global y en la ralentización del comercio mundial, si se tiene en cuenta el peso del puerto de Shanghai en las transacciones. Un factor que se agrega a la crisis mundial que causa el conflicto entre Rusia y Ucrania. En el caso de Apple, por ejemplo, un freno en la productividad de Quanta, con sede en Shanghai, supone importantes pérdidas, ya que la empresa es responsable del 50% de los ingresos de Apple, con sede en California, Estados Unidos. Quanta también provee a HP, Dell y Tesla.
Varios actores del ámbito financiero se apresuraron en marzo a “corregir” las previsiones de crecimiento de este año en el gigante asiático. En marzo, por ejemplo, Goldman Sachs lo recortó del 4,8 al 4,3 por ciento. El ajuste en las previsiones para China, que ha prometido crecer al menos 5% este año, no es menor para la imagen del presidente Xi Jinping, quien este año, en el marco del XX Congreso del Partido Comunista Chino que se celebrará en otoño, deberá refrendar su liderazgo. Desde el politburó del partido se expresaron a favor de la “persistencia” como la clave para “la victoria”, en defensa de la política de Covid cero. “En este momento, el trabajo de control de Covid-19 se encuentra en una etapa crítica en la que retrocederemos si no seguimos adelante, como si estuviéramos remando río arriba”, observaron en un comunicado.
Y es que, para los defensores de esta política, como Hu Qimu, investigador principal del Instituto de Investigación Económica de Sinosteel, entrevistado por el Global Times, las medidas aplicadas por el Gobierno chino protegen la cadena de suministro, garantizando, al evitar un brote generalizado, un impacto mínimo en la producción y la vida".
El contexto pandémico pone en evidencia, más que ningún episodio o conflicto, todo lo que está en juego en esta nueva fase del capitalismo global, más allá de los discursos cruzados sobre la situación particular de China. Bill Gates, fundador de Microsoft, declaró este mes que "todavía corremos el riesgo de que esta pandemia genere una variante que sería aún más transmisiva e incluso más fatal" (Financial Times, 1/5/2022), lo que hace pensar que tendremos pandemia y quizás, confinamiento “para rato”. En este contexto entonces, cabe preguntarse: ¿Quién gana con el confinamiento? ¿Quién controla las cadenas de suministros en sectores estratégicos? ¿Quién podrá captar las volátiles inversiones a nivel mundial? ¿Qué se produce y cómo se organizan los cuerpos en un nuevo esquema de producción de valor?
Una nueva economía política de la fuerza de trabajo
Para poder mirar más allá del escándalo que los medios occidentales azuzan sobre el confinamiento en China, lo que se observaría a nivel global, a partir del aislamiento social obligatorio y las restricciones en la circulación, es la aparición de una “nueva” economía política del cuerpo y sus fuerzas físicas y cognitivas, de su distribución en el tiempo y el espacio, su docilidad y productividad, propia de la cuarta revolución industrial que transitamos, y no sólo privativa de la política del gigante de Asia. Puede que esto nos acerque a una revelación de los efectos performativos de la conducta, producto del confinamiento y el traslado de buena parte de nuestras actividades cotidianas al espacio virtual.
La efectividad del ejercicio del poder reside justamente allí donde se nos aparece menos visible, aceptando como natural el orden que se impone a la fuerza de trabajo y las mediaciones de las relaciones sociales, sean estas laborales, educativas, recreativas, sexuales o de cualquier índole. Aunque las transformaciones en la producción de bienes y servicios a nivel global, asentadas en el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) y toda una serie de tecnologías y biotecnologías vislumbran el tránsito a una fase de capitalismo digitalizado, la riqueza sigue emanando de la actividad humana. Aún cuando se vaticina la pérdida mundial de millones de empleos, el trabajo humano sigue siendo lo único que produce valor.
Así, detrás del telón de supuestas libertades en el mundo "freelance" o de "asociativismo" , de las plataformas digitales y de los paradigmas que impulsan la idea de "selfmade man", son las necesidades del capital las que han quebrado los contratos sociales de la modernidad. Y la pandemia no ha hecho más que profundizar y acelerar un proceso que estaba en desarrollo.
Aunque los coletazos del viejo mundo que muere nos muestran situaciones como la de Quanta, los datos sobre los sectores que acumularon pese a la pandemia, dejaron claro que para las nuevas tendencias de acumulación será cada vez menos necesario que nuestros cuerpos se localicen en una fábrica u oficina, ni siquiera en establecimientos educativos, pues ahora producimos datos desde nuestros celulares y otros dispositivos móviles durante todo el tiempo de vigilia cada día, incluidos fines de semana o tiempos que consideramos “de ocio”. Información que generamos y que estaría constituyendo la materia prima de producción de bienes y servicios y que además, dibuja un psicograma de nuestros intereses, posibilitando a las corporaciones que la procesan, anticiparse a nuestras conductas de consumo (desde alimentos hasta candidatos electorales).
El confinamiento entonces cumple una doble función: organiza nuestros cuerpos, es decir, la fuerza de trabajo para la producción, al tiempo que resquebraja aún más los lazos sociales, fogoneando el individualismo y el "sálvese quien pueda". De lo que hablamos hoy es del despliegue por parte de la fracción más adelantada del capital, de una estrategia de ataque directo y permanente a las mentes para el control total de las voluntades, para el adormecimiento, la disociación, la despersonalización y la apatía generalizada, que provocan un elevado sufrimiento individual y social (vastamente documentado por organismos e instituciones de salud mental), con el único objetivo de imponer un sistema productivo más excluyente, redundante en banalidad, vacuidad y miseria.
En tiempos de guerra total y multidimensional, en la que la dimensión económica, psicológica, mediática, biológica y bélica coexisten, no es posible que esta dimensión del conflicto pase inadvertida. No es una novedad que en el campo de la conciencia, las clases subalternas desarrollan condiciones para la lucha política organizada, y que la lucha política eleva los niveles de conciencia, en un proceso dialéctico. Aunque para ello, debemos ser capaces de preservar nuestras mentes y evitar terminar siendo unos "idiotas" como desesperanzadamente propone el filósofo norcoreano Han. No hay salidas individuales y aún menos, evasivas.