Quienes tienen algún conocimiento de la ideología económica de los funcionarios del área económica --no es una redundancia-- saben que en el presente ocurre algo bastante atípico en la historia política local: nunca hubo tantos economistas heterodoxos en el directorio y en las gerencias del Banco Central, tradicional antro de la ortodoxia más ultramontana que, gobierno tras gobierno, fue dejando en el personal de la entidad sus capas geológicas.
Es probable que para el gran público, que no tiene por qué estar metido en estos debates intra ciencia económica, el dato no diga nada. Para quienes sí participan de estos debates, en cambio, siempre resultó un poco sorprendente que la actual conducción del Banco Central haya demorado casi 10 meses en tomar medidas en la dirección correcta para resolver lo que se supone es una de las principales tareas de la autoridad monetaria: “preservar el valor de la moneda”.
De nuevo. También es probable que para muchos esto de “preservar el valor de la moneda” suene a lugar común con múltiples interpretaciones, la más generalizada de todas es que preservar el valor de la moneda significa “que no haya inflación”, lo cual es cierto, pero tampoco dice mucho.
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Se necesita entonces definir cuáles son los problemas principales de la economía local desde la perspectiva heterodoxa, lo cual exige un esfuerzo de síntesis. Los “viejos” estructuralistas explicaron que el principal problema de las economías de la periferia del capitalismo era la restricción externa. Dadas sus estructuras productivas cuando estas economías crecían las importaciones se expandían mucho más rápido que las exportaciones y se quedaban sin dólares. Quedarse sin dólares significaba a su vez que no se podía sostener el nivel del tipo de cambio, es decir el precio de la mercancía escasa, y se producía un shock devaluatorio. La devaluación, antes que a un aumento de las exportaciones, conducía a una recesión que finalmente hacía caer las importaciones y eso volvía a equilibrar las cuentas externas. Esta es la raíz de lo que se conoció como los ciclos de Stop & Go. Este perpetuo parar y arrancar indica que macroeconómicamente las devaluaciones nunca resolvían nada, sólo volvían a poner a cero el reloj, pero pagando el costo social de las recesiones.
Sin embargo, tras la salida de la ISI, la etapa de industrialización sustitutiva de importaciones y el auge del neoliberalismo, la naturaleza estructural de esta restricción externa cambio de forma. Una manera de describir este cambio es decir que en la era de auge de la financiarización la restricción externa se volvió también un problema financiero.
Acercando nuevamente la lupa al problema, se supone que las divisas que cualquier país genera se necesitan para hacer frente a los compromisos externos. Por ejemplo, los ingresos de las exportaciones se usan para pagar importaciones, remitir utilidades y pagar deuda. Sin embargo, dada la histórica inestabilidad macroeconómica generada en muchos países periféricos por los regímenes neoliberales, entre ellos y especialmente en Argentina, las monedas locales perdieron una de sus funciones clave: la de ser reserva de valor, función que pasó a ser ocupada por el dólar.
En un reportaje de esta semana, el vicepresidente del BCRA, Sergio Woyecheszen lo expresó de manera contundente generando algún revuelo interno. Sostuvo que si se guardaban 100 dólares en el cajón a mediados de los 1970 y se desencajonaban en el presente se seguían teniendo 100 dólares, pero sí en cambio esos mismos 100 dólares se cambiaban a pesos y se circulaban desde entonces por el sistema financiero, hoy se tendrían 60 dólares. Para los memoriosos lo de Woyecheszen sería algo así como la inversa de Lorenzo Sigaut, aquel ministro de Economía de la dictadura cívico-militar que pasó a la inmortalidad por decir “el que apuesta al dólar pierde”. Lo que graficó el vice del Central es la verdad histórica, desde mediados de los ’70 para acá “el que apostó al peso perdió”.
¿Se entiende entonces por qué en la Argentina los excedentes económicos se transforman en dólares? No se trata de la maldad intrínseca de los “fugadores de divisas” que acuden a cuevas ilegales en cohabitación con narcotraficantes, se trata apenas de no perder plata. En general el que no tiene dólares no es porque es bueno, es porque no tiene excedentes.
El problema macroeconómico que esto genera es que cambia radicalmente la naturaleza de la restricción externa. A algunos centros de estudios les gusta presentar gráficos que homologan deuda externa con fuga de capitales. Las curvas de estos gráficos son verdaderas, la correlación entre deuda externa y formación de activos externos efectivamente existe, lo que es equivocado es su lectura: no se toma deuda para fugar, lo que en realidad sucede es que es imposible que las exportaciones alcancen para hacer frente a los compromisos externos y además para dolarizar todos los excedentes económicos que genera la economía. Se está frente a un modelo intrínsecamente inviable y que sólo se sostiene transitoriamente en los momentos en que hay entrada de capitales, sea por descapitalización pública (privatizaciones), inversiones directas o endeudamiento. De nuevo, el problema no reside en la maldad intrínseca y fugadora de la clase capitalista local, sino en las malas reglas de juego, en todo lo que hace que la moneda local no pueda cumplir con la función de reserva de valor.
El problema entonces continúa siendo el de siempre: alejar la restricción externa. Para ello sigue siendo necesario aumentar las exportaciones y sustituir importaciones, pero al mismo tiempo debe atacarse de lleno la dolarización de los excedentes económicos. En economía no existe el bien y el mal, no es una ciencia moral, lo que existe es la lógica del comportamiento de los actores. Si se quiere atacar la dolarización de los excedentes lo que se necesita son estímulos muy claros y persistentes en el tiempo. En concreto: a diferencia de lo que ocurrió en el último medio siglo el que apueste al peso tiene que ganar, no perder. Y si con el paso del tiempo el que apuesta al peso gana hasta es posible que saque sus dólares del colchón y se deshaga de ellos.
El BCRA, a pesar de todas las internas gubernamentales y las discusiones ociosas sobre déficits fiscales y cuasifiscales vinculadas a la inminente negociación con el FMI, finalmente dio señales de que avanzará en este camino. Se espera que pronto se conozcan instrumentos financieros muy sencillos con “tasas de interés reales positivas y estables”. Es el camino que en la región ya recorrieron países como Brasil, que de paso acumuló reservas internacionales por cerca de medio billón de dólares. Cuando la dirección es la correcta nunca es tarde.