La nueva marcha de la suma de lo peor del autodenominado “campo” contra un gobierno popular es un momento propicio para repasar algunos dilemas de la economía local.
Resulta sumamente negativo estigmatizar sectores productivos que, además, son exportadores dinámicos. El capital agrario local es uno de los más productivos del mundo. Su realidad no es la de los viejos tractores destartalados que la prensa ultramacrista intentó enfocar en la asonada de este sábado. Si de graficar con maquinaría se trata, la foto más representativa sería cualquier tractor de más de 250 hp con guía satelital y tirando una sembradora de directa. Su estructura social está lejos de ser la vieja foto de patrones y peones, hoy se trata de un complejo entramado empresario que integra a grandes prestadores de servicios de tareas culturales hasta proveedores de insumos, maquinarias y servicios financieros. También existe una pata fuertemente tecnológica, que va desde la producción de bienes de capital, como la maquinaria agrícola, a las empresas biotecnológicas y una parte del complejo de ciencia y técnica. Las clases sociales involucradas son todas, basta con husmear en cualquier poblado de la Pampa húmeda para comprenderlo. Dicho de otra manera, el agro no se agota en “los oligarcas del campo”, aunque nunca falten, sino que es uno de los sectores más productivos de la economía local y el principal proveedor de divisas. La parte negativa es que más allá de la complejización de su estructura productiva, por ejemplo durante la etapa de la industrialización sustitutiva, la argentina nunca dejó de ser una economía predominantemente agroexportadora.
Luego, en la historia de los procesos de desarrollo a los sectores dinámicos preexistentes siempre les toca la desagradable tarea de financiar a los sectores nuevos. En todos los procesos de industrialización de la historia siempre se disputó alguna porción de la renta agraria. Ser el sector más productivo de la economía nunca es gratis. El dueño de la tierra puede sentir y disfrutar la propiedad absoluta de su explotación, pero su tierra, que es apenas una parte del capital agrario, no flota en el vacío. Su campo se encuentra dentro de una sociedad, aunque haya un papel que diga que puede mantener al resto de la humanidad del otro lado del alambrado.
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El sistema impositivo local, como todo sistema, tiene sus defectos. Se caza en el corralito, aunque debe reconocerse que no se lo hace con saña. Alcanza con ver lo subvaluados que se encuentran los valores de referencia sobre los que se calcula el impuesto inmobiliario rural. Sin embargo, también debe reconocerse que el productor primario se cuenta entre los más afectados por los sistemas de desdoblamiento cambiario, ya que vende al dólar oficial y le cargan las retenciones. Quizá no entienda que llegó a esta situación gracias a los gobiernos que encaramó, pero no necesita entenderlo. Para él existe un afuera de su campo donde habita la clase política fuente de su malestar y que, en su visión del mundo, “vive de la suya”. El resto de los mortales fuera de su mundo son los desarrapados de la historia, los “planeros”, su otra amenaza latente. Acá tampoco entiende que con un Estado activo desarrollando sectores se generaría un afuera mucho menos contrastante y amenazante para su cotidianeidad. Al “hombre de campo” que ayer bajó a la ciudad, estos pocos elementos, rápidamente asequibles y sencillos, le alcanzan para construir su ideología, que es la misma que la del capitalismo más salvaje, aunque se queje por los problemas de infraestructura y la calidad de los servicios su gran panacea es bajar el Gasto, lo que a su vez permitiría la más ansiada de sus metas, bajar los impuestos. Ideología y bolsillo en perfecta armonía.
Ahora bien. La marcha de este sábado, con su contenido ideológico, sus proclamas, sus tractores para desguace, sus “devuélvanme mi país” y sus amenazas de “por las buenas o por las malas”, intentó mostrar a un sector agropecuario agobiado por los impuestos y con su rentabilidad esquilmada por la presión tributaria. La imagen es falsa. Hasta la segunda semana de febrero las ganancias sectoriales eran récord y crecientes. La razón era la ya muy explicada suba de los precios internacionales de las commodities como producto del corte de las cadenas de abastecimiento por la pandemia y la recomposición de stocks. Este dato, maravilloso para los exportadores, fue el que le metió presión a la inflación local en un contexto, 2021, en el que lograron plancharse los precios básicos (dólar, tarifas y salarios). Si se despeja el nada desdeñable componente inercial, la inflación local de 2021 fue principalmente producto de la inflación importada. En el agregado las ganancias de los sufridos productores agropecuarios y su humilde maquinaria tuvieron como contrapartida la imposibilidad de que los salarios le ganen a la inflación. La desgracia fue también bendición, pues 2021 fue un año de superávit comercial.
La guerra en el este de Europa profundizó estas tendencias: mayores precios internacionales significaron mayores ingresos de divisas por exportaciones, más inflación importada y más límites sobre el poder adquisitivo del salario. Para el campo la guerra significó todavía más renta extraordinaria. Sí, también “inesperada”, como lo es mayormente el devenir de la historia, pero esencialmente extraordinaria. Para cualquier Estado preocupado por el poder adquisitivo de los salarios para sostener la demanda agregada, intervenir era una tarea indispensable. Por ahora apenas comenzaron las transferencias a los sectores más afectados y, con un poco de creatividad, el Gasto podrá compensarse con mayores ingresos que no demanden la intervención del Congreso.
En este nuevo contexto y dos meses después de los primeros misiles sobre territorio ucraniano, a lo que se agrega un creciente descontento social por la pérdida de ingresos derivada de los mayores precios internos, la oposición macrista vuelve a recurrir al ala más radicalizada del autodenominado campo para promover una vez más la agenda más fracasada de la historia económica local: el enemigo es el Estado, los impuestos y la política, el más primitivo de los programas políticos.
Sin embargo, a diferencia de las movilizaciones de 2008, hoy no se discute quien se apropia de la renta agraria, sino cómo evitar que la renta extraordinaria de guerra provoque una caída de ingresos extraordinaria. Puede ser que la asonada alcance a generar alguna empatía entre sectores capturados por la antipolítica, pero esta vez el apoyo social ocurrirá principalmente en las páginas de los medios de comunicación.
Finalmente, la principal diferencia con 2008 es que en el presente se advierten nuevas potencialidades que por entonces no estaban sobre la mesa. Se trata de la potencial transformación de la estructura exportadora local a partir del desarrollo de nuevos sectores dinámicos, como hidrocarburos y minería, los que están llamados a jugar dos roles históricos muy potentes. El primero será alejar definitivamente la restricción externa y proveer las divisas para un proceso de desarrollo. Y el segundo consistirá en relegar al sector agropecuario de su rol de principal proveedor de dólares de la economía, lo que podría incidir en la transformación de la alianza de clases necesaria para consolidar el desarrollo con inclusión social.