Este fin de semana se estrena “Vicentin, de gran empresa a gran estafa”, una investigación documental sobre la cerealera que, con marcha y contramarcha, constituyó el bautismo de fuego mediático del gobierno de Alberto Fernández.
El informe, que recorre la historia económica y criminal de la compañía santafesina que alcanzó la élite de los agro negocios, persigue un doble objetivo didáctico. “Iluminar sobre la desinformación que confundió a la sociedad argentina sobre una de las actividades económicas estratégicas para el futuro del país”, según la gacetilla de presentación. “Y mostrar cómo se hace una buena comunicación”, explicó uno de sus productores, Enrique “Pepe” Albistur.
La alusión del histórico publicista del peronismo -y amigo íntimo del presidente desde hace décadas- no es casual. En el Frente de Todos abundan quienes consideran que el traspié de Vicentin ocurrió por ausencia de “narrativa”, por no haber explicitado las razones que ameritaban la expropiación que se anunció de manera -para muchos- sorpresiva y que luego, ya con la cuerda de la opinión pública ganada por la prensa del sistema, se abortó. Ahora es tarde para remontar la cuesta de Vicentin. Esa oportunidad se perdió. Pero el ejemplo sirve para marcar un déficit del gobierno que sigue vigente: su comunicación.
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En el siglo XXI, gobernar es -también- comunicar. El déficit estructural de la gestión albertista en materia de comunicación se verificó la última semana con la presentación de la nueva fórmula de actualización jubilatoria. La insólita estrategia de filtrar información privilegiada en la prensa del sistema instaló que se trata de un ajuste sobre los haberes futuros de los jubilados. De poco sirvió el esfuerzo explicativo de la titular de la Anses, Fernanda Raverta, que debió sobreactuar supuestos beneficios para batallar contra la negatividad opositora, que cuenta con artillería mediática pesada para instalar su relato.
La matemática, por cierto, no anticipa paraíso ni catástrofe. Como en un juego de ilusión óptica, la fórmula -una réplica de la que en su momento instituyó el gobierno de Cristina Fernández-, mejora o empeora los ingresos de los jubilados según el contexto económico y la perspectiva con la que se la mire. La consultora PxQ, que dirige el exviceministro de Economía Emmanuel Álvarez Agis, realizó una simulación que compara la ecuación del oficialismo con la de Mauricio Macri, que ajustaba por inflación. Según esos cálculos, en el corto plazo y a valores de 2017, la fórmula macrista implicaría una diferencia al alza de 12% en relación a la ecuación que recicló Martín Guzmán. Un buen número por malas razones: el diferencial se explica por la depreciación de los salarios y la disparada de la inflación en la gestión macrista.
Por otro lado, de haberse sostenido la fórmula K que el macrismo volteó y ahora se busca reponer, la evolución habría sido "más beneficiosa para los jubilados" en unos 11 puntos porcentuales (en base al haber mínimo a precios de 2008), con un valor agregado no menor: si la fórmula K se hubiese aplicado desde la modificación fijada por Cambiemos en 2017, la "Argentina podría haber evitado la crisis fiscal 2019-2020", por el impacto de la cuenta previsional en el déficit primario. Para ser precisos: 1,8 puntos de déficit menos, por la diferencia entre los 5 puntos que dejó el macrismo y los 3,2 puntos que se habría alcanzado con la ecuación K, calculó el economista.
El "horizonte de sustentabilidad fiscal" es un deseo expreso del ministro Guzmán en el marco de la negociación de deuda con el FMI. Según la simulación de Agis, con la nueva-vieja fórmula las jubilaciones implicarán un 7,4% del PBI, a medio camino entre los 6,5% de Macri y los 8,7% del gobierno de Cristina. Desde esa perspectiva, la fórmula está lejos de ser el "ajuste" que pregona la oposición. Pero una cosa es la realidad y otra es la percepción social de las cosas. De ahí la necesidad, en palabras de Albistur, de "comunicar bien".
Formado en la política de palacio, pródiga en rosca, el presidente confunde "hacer prensa" con comunicar. Eso explica por qué su WhatsApp explota en comunicaciones directas con columnistas, editores y hasta redactores de medios de comunicación. O que el propio Alberto sea el vocero de su propio gobierno, dedicando horas de la semana a hablar en radio y TeVe.
El formato era útil hace un par de décadas, cuando la palabra publicada era más potente que las imágenes y los símbolos. Pero eso ya fue. Cómo lo demostró Néstor Kirchner con episodios icónicos -como la bajada de cuadros de los dictadores o el pago al FMI-, los hechos comunican mejor que las palabras.
En esa lógica se inscribe el Aporte de las grandes fortunas que el Congreso, finalmente, se apresta a tratar. Con más valor simbólico que recaudatorio -siete de cada diez argentinos la aprueban-, la ley ratificaría en hechos lo que el presidente formuló en verbo: "Debemos construir un continente con más igualdad, un continente con más equilibrio social, un continente que distribuya mejor el ingreso".
Que así sea.