Masa crítica

El ex vicepresidente, en coautoría, plantea la necesidad de un cambio en la estructura del Estado para que la democracia sea contrahegemónica. Y la importancia de la organización, de la acción colectiva, para lograrlo.

24 de mayo, 2020 | 00.05

“El mal y el bien están en constante lucha,

y el campo de batalla es el corazón del hombre”

Dostoyevsky

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En la actualidad, tanto entre las discusiones entre actorxs de la disputa como en la discusión pública, el debate sobre lo “político” se centra abrumadoramente en las distintas estrategias para llegar al “poder”. Queda así cubierta y postergada la cuestión central: ¿para qué? Y entonces se pierde mas lejos aún la dimensión programática, cuales son los cursos de acción concretos (políticas adecuadas) para lograr dichos objetivos y el grado de profundidad necesario en las transformaciones estructurales una vez alcanzado el “poder”. Finalmente en esta “geología” de la emancipación existe otra capa que dispara un debate recurrente en el movimiento nacional y popular cada vez que discutimos “cuanto” se puede avanzar. ¿Nuestro Estado es una herramienta útil para lograr la igualación de derechos y la redistribución de los resultados del trabajo productivo? ¿O acaso es el resultado de un diseño y organización que responde a intereses distintos a los nacionales y populares?

En definitiva, pensamos que la situación actual del Estado no solo es el resultado de las fuerzas dominantes de la sociedad, sino un mecanismo de reproducción de la remanida correlación de fuerzas. Por esta razón para avanzar en el objetivo de una sociedad efectivamente mas libre y mas igualitaria (cuestiones que de ninguna manera se contraponen definidas adecuadamente) se requieren no solo reformas estructurales en las políticas, sino también en la organización y funcionamiento del Estado. De esto trata en realidad el debate de medir las fuerzas entre quienes desean mantener el statu-quo y quienes buscamos avanzar en el sentido de una sociedad mas equitativa.

Y es que la conformación estructural de la sociedad argentina es el resultado de muchos años de prevalencia de gobiernos oligárquicos, de coptación del sistema judicial, de las Fuerzas Armadas y del aparato productivo. De la normativa y legislación tendiente a proteger el capital y deteriorar los derechos de los trabajadorxs. Aún en nuestro país, con una enorme tradición de organización política y lucha popular efectiva, esto es cierto. Y por supuesto cabe también, y muy especialmente, para el diseño y la organización del Estado.

Mas aún, esta situación se ha visto profundizada a nivel global por el sentido “religioso” del neoliberalismo en cuanto entronización de la ganancia monetaria a corto plazo como el objetivo central (¿único?) de cada una de las acciones y decisiones de la humanidad, tanto a nivel individual como “colectivo”. El correlato institucional ha sido la financiarización de la economía, la cultura y hasta las actividades recreativas. Por supuesto este sistema neoliberal no requiere como proponían los liberales un “Estado mínimo”, por el contrario busca un modelo de Estado muy potente para favorecer al sistema financiero, la precarización laboral y la desterritorialidad de la actividad económica.

Por lo tanto, los gobiernos populares se han visto forzados a convivir con el Estado Oligárquico, a actuar dentro de él, tratando de hacer cambios mas o menos estructurales en los tiempos exiguos de un período de gobierno, si su tiempo se mide contra la magnitud de los cambios deseables, las fuerzas materiales que operan en la sociedad y el contexto de la globalización conducida desde Washington. Claro, al mismo tiempo tienen la responsabilidad de “gestionar” el día a día (ni que hablar de un gobierno popular como el actual que, además de lo descripto, tiene que intentar reparar el desastre económico y social producido por la administración Macri y sobre esto tratar con el desastre sanitario global).

Si contáramos la cantidad de años que gobernaron proyectos populares durante los últimos 100 años, veríamos que suman ente el Yrigoyenismo, el primer peronismo, el alfonsinismo y el kirchnerismo, tan sólo 38 años.

Lo anterior es demostrativo de la persistencia de modelos regresivos tanto en derechos como en la distribución del ingreso. Y de la enorme potencia que ha acumulado la Dictadura del Capital en el último medio siglo, arrasando con los proyectos democratizadores y redistribuidores de la riqueza, debilitando al sector público y a la política como herramientas de corrección de los desequilibrios y abusos del mercado.

¿Cómo cambiar esta tendencia? ¿Cómo contener la iniciativa voraz de la versión neoliberal del capitalismo?

Existe consenso en torno a que el régimen económico social imperante está gravemente herido por el fracaso de la globalización y sus secuelas en los países centrales. La desindustrialización junto a la pérdida de salarios y empleos de calidad han provocado niveles de desigualdad intolerables para los sistemas democráticos.

Mas aún, hemos sostenido que la crisis mundial desatada en 2009 no fue superada, que los estados neoliberales sólo movilizaron sus estrategias para salvar al sistema financiero mundial, condenando a los trabajadores a un grave deterioro de su calidad de vida. La privatización de “todo” no es ajena a esta tendencia. En definitiva, los estados han operado favoreciendo a los que mas tienen y las consecuencias no podrían ser distintas al estado actual de cosas. No es solo la dignidad humana lo que ha deteriorado el sistema neoliberal, pone en riesgo todos los días las condiciones mínimas de supervivencia mientras genera en unos pocos niveles de riqueza nunca antes imaginables.

No hay duda alguna de que después de aquella crisis las principales instituciones que constituyen el armazón institucional del sistema mundial (las Naciones Unidas, la Unión Europea, la Organización de Estados Americanos, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, el Banco Interamericano de Desarrollo, entre otros) estaban fuerte desprestigiadas. El desgaste es anterior incluso a la crisis de 2009. Sin embargo continuan “regulando” el funcionamiento del sistema como si nada ocurriera.

Dice Walden Bello, autor de numerosos libros sobre la globalización y Premio Nobel Alternativo en 2003: “Mi sensación es que la crisis financiera mundial de 2009 fue una profunda crisis del capitalismo, pero el elemento subjetivo aún no había alcanzado una masa crítica para forzar un cambio de rumbo”.

¿A que refiere Bello con la expresión “el elemento subjetivo no había alcanzado una masa crítica”? ¿Acaso a la voluntad popular de terminar con el gobierno desbocado del mercado? ¿O a la falta de movimientos sociales y populares, partidos políticos y estructuras sindicales suficientemente poderosos para enfrentar a los responsables de la descomunal crisis mundial desatada?

La ciencias sociales han incorporado en diversos campos de análisis el concepto de la “masa crítica” para significar que a un proceso, a un agrupamiento o a una situación le falta la maduración o el tamaño mínimo suficiente para lograr un objetivo. Y es así. Los procesos sociales para generar transformaciones profundas, requieren de la condensación de circunstancias y elementos que los hagan posible y sobre todo exitosos.

¿De dónde proviene la expresión, la metáfora?

La Física experimental de finales de la 2da Guerra mundial y en particular los físicos europeos que como Fermi y Oppenheimer que habían huido del teatro bélico hacia los Estados Unidos convirtiéndose en una pieza clave del Proyecto Manhattan ayudaron a los aliados a disponer de las bombas atómicas que se arrojaron luego en ciudades japonesas causando mas 250.000 muertes.

Fermi descubrió que el Uranio 235 podría generar una reacción en cadena a partir de el decaimiento radiactivo sí y solo si se juntaba una cantidad suficiente del isótopo. A esta condición la bautizó “Masa Crítica”

Vinieron los tiempos de la guerra fría y con ella la decisión de las 5 grandes potencias integrantes del Comité de Seguridad de las NNUU de impedir que otros países consiguieran acumular la misteriosa Masa Crítica enriqueciendo el Uranio natural, luego de haber desarrollado ellas la tecnología necesaria. Y aprovecharon además el argumento del riesgo bélico para cerrarle el camino del desarrollo científico y tecnológico autónomo a otros países, aún con probados y consistentes fines pacíficos.

Resulta notable que la historia de la ciencia física asociada con objetivos bélicos haya terminado dando nombre a una consideración también histórica sobre las revoluciones y los cambios en la estructura social. Sin masa crítica no habrá bombas... ni cambios sociales.

Algo de esta misma alquimia bélica y social hicieron los fundadores de la Sociedad Mont Pelerín para construir a lo largo de 30 años el gigantesco poder económico, pero sobre todo intelectual y cultural necesario para instalar el llamado neo-liberalismo a escala planetaria. La consigna fue construir un sentido común singular, ajeno a todo humanismo y frio como el hielo que hay en el alma del poderoso, sosteniendo que el destino de las personas depende de su voluntad, empeño y capacidades. Individualismo extremo. Cada uno librado a su suerte.

La versión más descarnada de esta visión es la famosa retórica de Tatcher "¿quién es la sociedad?" y su propia autorrespuesta "no existe tal cosa, tan sólo individuos, hombres y mujeres". ¿Clarito no? Pocas falacias han tenido resultados mas devastadores.

Para ello era central derrotar las ideas asociadas con la igualdad y la fraternidad, con la idea del Estado de Bienestar, con que el gasto público sirva para proteger a los débiles. O sea menos impuestos, menos Educación y Salud Públicas. Por supuesto la gran obsesión del neoliberalismo: menos Seguridad Social -la única política pública a la que exigen que se autosustente, como si existiera este concepto “científico” en abstracto y por fuera de definiciones políticas-.

En sentido contrario, habrá también que juntar masa social crítica si queremos revertir la historia. En una nota anterior sostuvimos que las llamadas relaciones de fuerza en la lucha social son el resultado de condiciones objetivas pero también de la voluntad de cambiar y del empeño de las fuerzas sociales por lograrlo. Y que esas condiciones pueden lograrse estructurando un programa de acción y de gobierno que incluya a todos los perjudicados por el orden social oligárquico. Es así. Los procesos sociales para generar transformaciones profundas, requieren de la condensación de circunstancias y elementos que los hagan posible y sobre todo exitosos.

Pero también debemos decir que nada puede ser mas funesto para el movimiento nacional y popular que sentarse a esperar tiempos mejores. No vendrán solos. Hay que “traerlos”; es decir soñarlos, imaginarlos, organizarse, luchar y construirlos. Mejorar la situación es una “tarea” y por lo tanto requiere acción. Y como es una “tarea” social requiere organización, requiere acción colectiva.

Como tampoco pensar que podremos sostener un gobierno transformador en el “poder” de un país sin atacar las raíces de la estructura económico-social retardataria y clasista, patriarcal y depredadora, oligárquica y racista, individualista y discriminatoria.

El Estado realmente existente es una estructura orquestada para perpetuar la dictadura de los poderosos, con cualquier gobierno. Todo intento de cambiarlo despierta la reacción virulenta del sistema de poder conservador, del capital monopólico, del sistema financiero, del poder judicial elitista, de los medios de comunicación concentrados.

Para complejizar mas estos procesos, a aquella crisis del neoliberalismo que describimos le sucedió esta pandemia del covid-19 surgida en un sistema global ya desestabilizado que sufría una profunda crisis de legitimidad. El pueblo, las clases medias tenían la sensación de que las cosas estaban realmente fuera de control.

La ira, la frustración y la sensación de que las elites y los poderes gobernantes perdieron el control, y que el sistema se fue al diablo está muy extendida hoy, en contraste con las secuelas inmediatas de la crisis de 2008. Es este torbellino, es precisamente este elemento subjetivo el que puede ser desencadenante de cambios profundos.

El Estado como concepto liberador y protector ha reaparecido con singular expectativa en el imaginario social, esta claro que no volveremos simplemente a la vieja “normalidad”. Y que si hubiera una “normalidad” en el futuro, sería seguramente una normalidad nueva. Pero tengamos presente que como lo señalara José Pablo Feinmann en estos días, “la pandemia no viene para crear un nuevo mundo, sino para destruir éste. Que es injusto y destructivo y se destruirá solo, con o sin pandemia”.

El futuro que emerja será consecuencia de las fuerzas materiales que operan sobre las sociedades, pero también de la capacidad de organización y la voluntad política de avanzar durante la pandemia. Cuando la misma amaine el “nuevo mundo” ya estará conformado.

Quienes defienden al capital, lo seguirán haciendo a cualquier precio. Lo están demostrando en estas horas. Hay que optar y comprometerse. El resto es silencio. O será furia y estruendo. Como escuchamos alguna vez: una fuerza política popular será contrahegemónica o solo administrará bajo el mandato de las corporaciones. Una democracia será contrahegemónica o será una farsa.