Todos los 24 de marzo desde hace décadas millones de personas en Argentina y en el mundo levantan las banderas de Memoria, Verdad y Justicia para reflexionar sobre la última dictadura cívico militar y exigir avances en el juicio a los culpables. Lo característico de dicho lema y la importancia de recordarlo cada año reside en su potencia como mensaje sintetizador del proceso social, político y cultural que se sostiene hace 38 años en el marco de la consolidación democrática de nuestro país. No hay justicia social posible sin verdad, y no habrá verdad sin una memoria activa. El rol de estos tres ejes en la reconstrucción de la historia reciente tiene consecuencias muy importantes en la representación y significación de nuestro presente inmediato y, por supuesto, de nuestro fututo.
En este sentido, los relatos que explican y narran la experiencia de la Dictadura sus modalidades de organización, el por qué de la emergencia de las prácticas genocidas, y los factores que fueron su condición de posibilidad, impactan en nuestro modo de entender el presente, la forma de vincularnos, y cuáles serán los alcances de la política. En definitiva, las formas de representación de la Dictadura, que están todavía en disputa, condicionan las prácticas sociales en el presente inmediato y el modo en que construimos la sociedad. Pero, ¿de qué verdades hablamos si los medios de comunicación que persisten son los mismos que se beneficiaron entonces y hoy siguen poniendo en debate hasta los 30 mil desaparecidos? ¿Qué justicia puede haber con un poder judicial corporativo que no acompaña las políticas públicas de memoria y DDHH impulsadas por los gobiernos? ¿Qué memoria es posible cuando quienes crean el sentido común niegan el pasado a su imagen y semejanza?
En el marco del Día de la Memoria miles de personas se sumaron a las diferentes actividades y propuestas posibles de forma presencial o a distancia. Pero también fuimos testigos de la multiplicación de consignas y análisis negacionistas en las redes sociales y medios del sistema, hasta el punto de convertir el #Nofueron30mil en trending topic. La foto que compartió Juan José Gómez Centurión en sus redes sociales con la consigna “Ni fueron 30 mil ni fueron inocentes”, rodeado de veinteañeros militantes de una agrupación libertaria, llamó la atención en ese sentido por lo explícito y violento de un mensaje que hasta hace una década era indecible. A esto se suma el “no detalle” que significa el apoyo ideológico de una porción, en principio no significativa, de la juventud, una etapa vital históricamente vinculada con las ideas del progresismo. Sin caer en un alarmismo vacío por inercia o la práctica de la indignación fácil, podemos decir que la escena es representativa de una tendencia discursiva y política regresiva que creció y se consolidó en los últimos años en Argentina. El ingreso de estos discursos a la conversación social fue habilitado por el macrismo y su llegada a la Presidencia de la Nación, producto de la puesta en marcha de mecanismos simbólicos y políticos que quebraron el consenso social.
¿Es la llegada del macrismo al poder el único hecho responsable de estas expresiones? Por supuesto que no, se trata de un fenómeno dialéctico. ¿Acaso todxs lxs votantes o militantes jóvenes de Juntos por el Cambio son negacionistas o defienden con cierta nostalgia el denominado Proceso de Reorganización Nacional? Tampoco. La relación entre los jóvenes y la política no es lineal ni sencilla, y no puede analizarse en términos generales. Sin embargo sí pueden identificarse en el mapa de los comportamientos colectivos, algunos factores como los climas de época, las condiciones socioeconómicas, los debates públicos, las políticas públicas, los relatos y los imaginarios sociales que pueden ir moldeando los modos de acercamiento, participación y compromiso de los jóvenes con la vida democrática y la política. La historia puede ser contada de múltiples maneras, pero la forma de hacerlo tiene consecuencias en el presente y en el futuro.
Macrismo y negacionismo como política de Estado
En 2014, en plena campaña electoral, Mauricio Macri afirmó que con su llegada al poder se terminaba “el curro de los derechos humanos”. Al mismo tiempo algunxs miembrxs de su partido, como Darío Lopérfido, pusieron en duda en varias oportunidades públicamente la cifra de 30 mil desaparecidos. Ya en el Gobierno Nacional Macri dijo que no sabía cuántos eran los desaparecidos, que “era una discusión que no tiene sentido” y utilizó el término “guerra sucia” para referirse a la última dictadura. Entre 2015 y 2019 se multiplicaron las expresiones similares de funcionarios, escenario que tuvo su correlato ejecutivo en el desfinanciamiento y la destrucción de las áreas vinculadas a las políticas de la memoria, entre otros espacios. Ingenuo sería pensar que ya fuera del poder cambiarían el discurso. Laura Alonso, quien entonces auspiciaba de titular de la Oficina Anti Corrupción, dijo esta semana que el Gobierno de Alberto Fernández “es peor que la dictadura militar”. La misma que hace solo semanas había atacado a Estela de Carlotto en las redes sociales. Mientras tanto Patricia Bullrich, ex ministra de seguridad y actual Presidenta del PRO expresó que "hoy, como ayer, hay violación a los derechos humanos en nuestro país. La línea de pensamiento puede tener ciertos matices pero es bastante clara de identificar".
Así como durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner se impulsó la derogación de las leyes del perdón, hecho que fue clave para habilitar la reapertura de causas judiciales por crímenes de lesa humanidad, con el macrismo la justicia retrocedió varios casilleros. En mayo de 2017 en un gesto político desafortunado y sin precedentes un fallo de la Corte habilitó el 2 x 1 a genocidas, lo que podía dejar en libertad a muchos ex represores que habían sido encarcelados en el marco de los juicios de Lesa Humanidad. Dicho revés impactó profundamente en toda la sociedad, y particularmente sobre las víctimas, los testigos, los nietos recuperados y lxs familiares de detenidxs desaparecidxs. Es importante remarcar que no fue un hecho aislado ni casual. El papel que juega el derecho es fundamental en la construcción de la memoria histórica, como ámbito de producción de discursos oficiales legitimados desde el Estado, y por lo tanto, productores de “verdad”. Daniel Feierstein en ese sentido dice que “si se entiende a la memoria como una construcción social, no puede dejarse de lado el análisis ya no sólo de la etimología sino de las discusiones del derecho- y su sanción en leyes y convenciones- con respecto a estos asuntos. La discusión jurídica impone ciertos discursos de verdad como también la posibilidad material de actuación, por ejemplo a través de los procesos penales.”
Los modos de representación de la dictadura militar, la estigmatización de los Derechos Humanos, y la banalización de los mecanismos sistemáticos de exterminio y terror construyen sentido sobre los hechos materiales. La lucha simbólica por la interpretación del pasado tiene consecuencias sobre la construcción actual del orden social y de las políticas. Por esto mismo no se puede subestimar la forma en que desde la principal fuerza opositora se describe y comprende la experiencia de los setenta en Argentina. El Gobierno de Mauricio Macri procedió deshistorizando, fijando el sentido de las palabras de una forma funcional a su proyecto.
La juventud deshistorizada y descolectivizada
En tanto sujeto social la juventud es el saldo de un momento histórico preciso y encarna determinadas características, que, si bien pueden variar territorial o culturalmente, permiten de alguna manera anticiparse a tendencias de la cultura política. Quienes atravesamos dicha etapa vital hacia finales del siglo XX y principios del XXI en Argentina fuimos protagonistas de una tendencia a la repolitización que no se vivía hace mucho tiempo. A partir de la llegada de internet y las nuevas tecnologías el acceso al conocimiento y la información estaba al alcance de la mano. Según datos de la UNESCO se trató de la juventud más educada de la historia. Sin embargo la contracara de eso, consecuencia de la crisis neoliberal, fue la falta de oportunidades en el mercado de trabajo. José Natanson en el libro “La Cultura Argentina Hoy. Tendencias!” explica que “rebotando en la cama elástica de la mayor crisis de la Argentina moderna, en un contexto marcado por la proliferación de piquetes, cacerolazos y asambleas, y el surgimiento de breves pero muy visibles sujetos reclamantes, un creciente número de jóvenes comenzó a salir de sus “mundos privados” para acercarse a la política”.
La tendencia actual es, en algún sentido, un proceso inverso cuyo clivaje fue el arribo de la antipolítica a la política formal. Hoy en día una gran proporción de los jóvenes parece relacionarse con el mundo de la política de una forma distante y recelosa. Luego de cuatro años de macrismo explícito, y un año de pandemia, se conjugan la incertidumbre frente a un futuro que cada vez genera más exclusión social, y la pérdida de confianza en las instituciones y los partidos políticos tradicionales. Quienes hoy comienzan a pensar en términos proyectuales se mueven entre las pocas oportunidades y los múltiples riesgos que ofrece un mundo de significaciones pesimistas y un sistema cada vez más restrictivo. Más allá de la heterogeneidad social y cultural lógica, en general existe un grado sostenido de desentendimiento juvenil hacia la cultura política tradicional. Por supuesto que en el medio resuenan movimientos sociales como el feminismo y el ambientalismo, que han presentado una alternativa transversal y disruptiva al escenario predominante. Pero por fuera, a diferencia de las décadas anteriores, la politización queda reducida a un fenómeno básicamente individualista condicionado por el incremento del escepticismo frente al sistema político democrático.
El modelo de “militante de base partidaria” ha entrado en crisis y fue sustituido por outsiders y formas diversas de implicación política que reflejan los rasgos culturales de una parte de la juventud actual: el individualismo, la defensa de la propiedad privada, la orientación al mero consumo, y la maximización de la libertad de las personas. En Argentina este sector esta fuertemente representado por los jóvenes libertarios que han ganado visibilidad por su omnipresencia en las redes sociales y el acompañamiento a referentes que acumulan un fuerte caudal de consumo irónico como Javier Milei, José Luis Espert o la misma Pato Bullrich. Su intervención en la opinión pública se sostiene a partir de un discurso de “rebeldía juvenil” que convoca a la participación por fuera de la política tradicional. Desde esa posición cuestionan cualquier forma de solidaridad social y colocan la potestad irrestricta del individuo por sobre todo lo demás. Su mayor audacia reside en el hecho de haber corrido los límites de lo discutible, lo decible y lo pensable, y defender ideas de extrema derecha con “orgullo” que hasta hace unos años eran del orden de lo inaceptable.