Una nueva concepción de la amistad política

08 de marzo, 2023 | 00.05

Las derechas de la región derrotadas electoralmente para renovar su hegemonía política y económica se han radicalizado, volviéndose violentas y antidemocráticas. Esta complicada coyuntura regional se produce en el contexto de un mundo que está mutando, que se ha complejizado por la revolución cibernética, la pandemia, la crisis hegemónica, la guerra, el endeudamiento, la inflación y las comunicaciones concentradas, que mienten e intoxican los debates. 

Los progresismos de la mayoría de los países de Latinoamérica han comprendido que no se trata de sostener melancólicamente un pasado que quedó atrás, sino de construir presente y futuro. Entendieron también que, en el actual momento histórico, el presidente no garantiza la estabilidad democrática de un país. 

De ahí que la respuesta en casi toda Latinoamérica consista en la construcción de frentes antifascistas, que incluyen un amplio espectro de fuerzas diversas. Estas construcciones se componen de heterogeneidades que deben articularse, pero no de manera irrestricta, sino a partir de una barrera que traza un límite e instituye un enemigo: el neoliberalismo, que en la actualidad ha devenido fascismo antidemocrático.

Es necesario comprender muy bien esta lógica parteaguas de la barrera antagónica: consiste en una frontera simbólica que divide dos campos, el del enemigo y el de los compañerxs. 

En el campo compañerx se juegan las diferencias internas que incluyen turbulencias visibles e invisibles y conflictos que muchas veces no se cancelan, mientras que las diferencias frente al campo enemigo se tornan equivalencia. 

Al interior del frente también se juega la disputa hegemónica, una lucha política por la instauración de sentidos, produciéndose articulaciones inesperadas, contingencias no calculadas ni imaginadas, que van a propiciar distintos modos de organización de los discursos y los afectos. 

La lógica de lxs compañerxs no se basa en la igualdad ideológica ni se funda en la mismidad partidaria –espejo de unx mismx, que siempre funciona de modo narcisista y sectario. En la política compañera, las configuraciones no son estáticas, sino que van mutando. Con esto no nos referimos al oportunismo individualista del denominado “panqueque”, sino a una asunción de responsabilidad frente a la coyuntura que exige sumar diferencias, circunstancia que en ocasiones puede sorprender o no armonizar. 

Ahora bien, ¿es posible mantener una relación de compñerxs que no se funde en lo igual, sino que se constituya por la diferencia?

¿Cómo se construye un “nosotrxs” que no tiene a la identidad como punto de partida? Hay que asumir que en la Argentina la política frentista no funcionó.

Alberto Fernández, basándose en la tradición presidencialista, posicionándose como “dueño de la lapicera”, no estuvo a la altura de la época. No supo, no pudo o no quiso articular políticamente las diferencias: nunca convocó a la “mesa de conducción” que pedían las bases y los dirigentes kirchneristas.  Al no articularse las diferencias, inexorablemente se puso de manifiesto la forma partidaria que obstaculizó la unidad consensuada frente al enemigx común, deviniendo la construcción un mero frente electoral.

En vísperas de elecciones, varios representantes del Frente de Todxs  convocaron a una mesa política y finalmente Alberto Fernández, a pesar de sus reticencias,  cedió al reclamo de la fuerza interna. 

Con ese capital político aprendido, algunos dirigentes del FdT comprendieron que no es conveniente alimentar nuevos capítulos en la interna con el presidente.  Por ejemplo, el ministro del Interior, Eduardo De Pedro, dejó atrás el reciente conflicto con Alberto Fernández por haberse sentido excluido, y llamó a “aportar sensatez”: “No es mi intención seguir abonando a esa polémica”, afirmó. Sí estamos todos convencidos que la mejor alternativa es seguir reafirmando este sentido de unidad y fortalecer al FdT, tendremos que saldar todas las discusiones que haya que saldar y encarar con más fuerza la dirección y lo que representamos”.

En sintonía con la declaración de Wado, Juan Grabois planteó la necesidad de “cambiar el chip” y expresar las diferencias “sin agresiones”, mientras que Katopodis planteó que “ningún compañero puede hablar en contra de nadie. Esa tiene que ser una regla”.
El frente antifascista constituye una respuesta política de unidad ante la amenaza de una derecha que hace peligrar la democracia. Este movimiento de resistencia antifascista tiene como objetivo principal interrumpir las lógicas neoliberales, disputar sus valores, economías, afectos y privilegios, por lo que no puede ni debe caer en rivalidades e individualismos antipolíticos que desunen.
Sabemos que no es fácil habitar una construcción plural y sostener una actitud frentista que supone una nueva concepción de la amistad política, que nada tiene que ver con la lógica identitaria y la imposición partidaria. 

Si somos capaces de deconstruir egos e identidades establecidas y descentrarnos de las coordenadas tradicionales de la política, si superamos una concepción individualista, sectaria y rígida que se antepone a la acción colectiva, si aprendemos a construir consensos con el disenso y el conflicto, estaremos a la altura de lograr que el frente constituya una verdadera resistencia democrática.
Entonces, podrán advenir diversas formas de configuración del campo político entre compañerxs y habrá lugar para la reinvención de una democracia no dogmática ni partidaria, sino radicalmente plural, que se reconfigure permanentemente y se abra al porvenir.