A menudo pienso en los primeros cuadritos de MAUS II -de Art Spiegelman- el cómic sobre la experiencia del padre de Spiegelman en el Holocausto, y en los esfuerzos de su hijo para, a su vez, contárnoslo. La primera imagen de la tira muestra al autor en su mesa de dibujo, usando una máscara en forma de ratón, reflexionando sobre el éxito de su primer volumen; solo unas pocas moscas revoloteando en el aire señalan que quizá no todo esté bien. La segunda imagen se aleja para revelarnos que el artista está sentado en su escritorio haciendo equilibrio sobre una pila de cadáveres. Representar el Holocausto –no importa a través de qué medio- coloca al narrador al borde de lo obsceno: da un paso en falso, y estarás pisoteando a los muertos.
Obligada a mantener el equilibrio, que se hace aún más difícil por la cuerda floja que ha tendido entre dos genocidios, Manuela Irianni vuela como el colibrí azul que es el leitmotiv de su nueva e inspirada película. Ella revolotea a través del tiempo y el espacio, siendo testigo de conexiones con sutileza, gracia, compasión y la férrea resolución de alguien que sabe que pietas1 sin acción no es suficiente.
VERA es la historia de Vera Jarach, una mujer judeo-italiana que escapó, en 1939, de las leyes raciales de Italia y encontró en Argentina un refugio, al menos, temporario. Vera cuenta su historia en ese tono modesto y suave de tantos refugiados, reacios a hacer de su propia historia el centro de atención. Entienden, instintiva e intelectualmente, algo que a menudo pasamos por alto en nuestro afán de perseguir lo excepcional, la catarsis o los arcos narrativos: que el genocidio se define por la experiencia de pérdida colectiva y que la función principal de las narrativas de supervivencia no es darle un cierre, sino trazar los vastos contornos de una tumba compartida pero ausente. Como escribió Primo Levi: ‘Nosotros, los sobrevivientes, somos una minoría anómala y pequeña: somos aquellos que -por nuestras acciones o por la suerte– no llegamos a tocar fondo. Quienes lo hicieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin voz".
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Habitando el difícil papel de testigo, no dispuesta a hablar en nombre de aquellos que no regresaron -como su amado abuelo- Vera nos cuenta su pérdida y el doble trauma de haber sido expulsada, primero, de su escuela en Italia, y luego de la escuela italiana a la que asistió brevemente al radicarse en Buenos Aires. Irianni percibe el tremendo efecto de sentirse apátrida, con el que semejante discriminación confinaba a los judíos, a pesar de que su ciudadanía no fuera revocada, y establece una conexión con formas contemporáneas de desplazamiento. Los refugiados, los exiliados, los desplazados hablan, e Irianni escucha, consciente de la mediación en la que se involucra al hacer su película.
La voz de Irianni se hace explícita en todo momento para evitar la ilusión de empatía, por un lado, y para mostrar que como historiadora/periodista/artista trabaja para darle sentido a los fragmentos de esos recuerdos de infancia, evitando superponer su propia agenda.
Con su editor Roberto Bernasconi y el animador Yiyo Adam, Irianni recompone esos fragmentos. Las animaciones son artísticas y elegantes, y demuestran una inusual y preciosa moderación para no cruzar el límite entre testimonio y voyeurismo.
¿Cuántos habrían dado un paso en falso? De hecho, ¿cuántos ya lo han hecho? Aparte de su valor histórico y político, esta película es una pequeña obra maestra de la moderación artística, que navega con instintiva brillantez por los límites entre realidad y ficción, pasado y presente.
La gracia del colibrí de Irianni cohabita con la devastadora retórica del texto “Negación del olvido” de Julio Cortázar, de la misma manera que la tranquila moderación de Vera coexiste con su poderosa y decidida búsqueda de justicia para su hija Franca, desaparecida2.
Más conexiones: los lugares de los genocidios toman muchas formas y los muertos sin sepultura se aúnan, ya sea que hayan sido quemados en los crematorios de Auschwitz o echados al mar, o marchitados en los desiertos o ahogados en el Río Grande, solos o de la mano con sus seres queridos.
Por eso la pietas no es suficiente. Es por eso que decir "nunca más", como un mandamiento moderno, no es suficiente: ¿nunca más qué? Como Alain Resnais y Jean Cayrol escribieron en su obra maestra de 1956 Nuit et brouillard (Noche y niebla):
‘El crematorio ya no se usa, la astucia de los nazis pasó de moda. […] ¿Quién está cuidando desde esta extraña torre de vigilancia para avisarnos de la llegada de nuevos verdugos? ¿Son sus caras realmente diferentes a las nuestras? [...] Entre nosotros todavía están aquellos de los nuestros que no lo creyeron, o solo de vez en cuando, [...] aquellos de los nuestros que pretenden que esto sucedió una vez y en un solo lugar, y se rehúsan a mirar a su alrededor, sordos al grito interminable.'
Cada evento histórico es único, pero las acechanzas del poder persisten y nuestra vigilancia debe ser renovada y adaptable. No hay alternativa para tomar partido. Y entonces parece apropiado dejarle la última palabra a Vera: “Cuando estoy acá digo ‘soy una militante de la memoria‘ porque así me entienden, (...) cuando estoy en Italia uso una palabra que me gusta muchísimo más que la palabra ‘militar‘, porque esa palabra mucho no me puede gustar, entonces ahí digo: ‘Sono una partigiana della memoria‘, y ahí tiene otro significado, quiere decir, participar. Tomar Parte3”
Irianni –artesana y partisana– ha tomado partido. Ha terminado de escuchar, y nos pide que elijamos de qué lado estamos.
Traducción: Andrés Castagno @andripi_ok
1 Pietas: para los romanos virtud que consistía en el cumplimiento de los deberes con los dioses, la patria y la familia.
2 En español en el original. N. del T.
3 En español e italiano en el original. N.del T.