Todavía no conocíamos a ningún Santiago Maldonado cuando ya habíamos aprendido que uno de los grandes dolores que carga nuestro país son los desaparecidos, los hombres y las mujeres que el terrorismo de Estado decidió secuestrar ilegalmente hace poco más de cuarenta años. Es una de las cosas que nos hace particulares, porque si bien hubo terrorismo de Estado en muchos países, la figura del desaparecido en ninguno de ellos se convirtió en símbolo nacional.
Nuestra identidad se nutre de sanmartines cruzando Los Andes, de mazamorreras en el rebusque colonial mientras el Cabildo definía nuestra independencia, y desde hace poco más de cuarenta años también de los y las jóvenes que fueron objeto de un plan sistemático con casi ningún parangón en el mundo.
Hace dos meses nos enteramos que un pibe de 28 años desapareció. Artesano, tatuador, viajero, solidario: se fue a Cushamen, Chubut, a protestar con los mapuches de la Lof para exigir que se respete el derecho de la comunidad a habitar esas tierras. Gendarmería reprimió mientras ellos desocupaban la ruta 40 y, desde ese momento, no se sabe más de él. Desde ese día, ¿dónde está Santiago Maldonado? se convirtió en la pregunta que nos convocó varias veces, como ayer, a decenas de miles de argentinos que pretendemos que la respuesta la dé nuestro Gobierno: porque un funcionario presenció el operativo, por la flagrancia manifiesta en las escasas explicaciones del caso que dieron los funcionarios, porque lo poco que se logra recabar como información en la investigación indica que hay, de mínima, algún grado de responsabilidad de las fuerzas represivas. Y principalmente porque ¿a quién si no?
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Probaron paseándolo por Entre Ríos, por Chile y por Brasil. Probaron haciéndolo hallazgo genético en un pueblo donde todos eran iguales a él, terrorista entrenado por kurdos y colombianos, sobrino de Vaca Narvaja. Cuerpo ahogado en un río, cuerpo faqueado por un puestero. Como en una paradoja de terror, quisieron desaparecerlo haciéndolo aparecer mil veces. Pero, por suerte, somos varios los que todavía no conocíamos a ningún Santiago Maldonado cuando ya habíamos aprendido que uno de los grandes dolores que carga nuestro país son los desaparecidos.