El bloque de poder que sustentó a la Alianza Cambiemos fue muy extendido e incluyó a buena parte de la clase empresaria. Sin embargo, luego de tres años y frente al evidente fracaso económico del modelo muchos empresarios comenzaron a dudar y a pensar, ellos también, si no se habían equivocado en llevar a uno de sus pares al gobierno sin más plan que un típico programa económico ortodoxo.
No es que súbitamente los empresarios cambiaron su ideología y su visión del mundo, sino que el mundo de los negocios se les vino abajo. Las señales sobran y llegan prácticamente a todos los sectores de la economía. No sólo porque se encuentra en curso una profunda y duradera recesión, sino porque el cambio de modelo económico, tal como podía preverse desde la buena teoría, arrasa y continuará arrasando sectores enteros de la economía y de las regiones. El modelo destruye la industria y destruye el mercado interno y por extensión se contrae también el comercio. Los únicos beneficiados son los sectores ligados al mercado externo y a las finanzas.
La “financiarización” no es una cuestión de alta teoría, es la descripción de una forma de funcionamiento de la economía en la cual el sector financiero gana en términos de su peso relativo y en el nivel de su tasa de ganancia. Es, entre otras cosas, el producto de un régimen de las altas tasas de interés permanentes. El modelo de Cambiemos beneficia a las finanzas, a las actividades extractivas destinadas al mercado externo y a los sectores energéticos y de servicios regulados. Todo lo demás, es decir el grueso de la economía y el empleo, languidece. El sueño de la alta burguesía vinculada a los pocos sectores ganadores es que el modelo sea sustentable en el tiempo. El problema serio es que no lo es. El ocaso ocurrirá antes o después. Los empresarios relegados comenzaron a darse cuenta por la fuerza de los hechos. Es lógico que en este contexto el gobierno hable con insistencia de su reelección, es parte de sus necesidades de supervivencia.
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Mientras tanto los aliados incondicionales en el mundo empresario padecen el mal gobierno. Sobran los ejemplos incluso entre las firmas más importantes del país. Arcor, la gran empresa regional de la alimentación y las golosinas, siguió el consejo oficial de endeudarse en dólares y la fuerte devaluación multiplicó sus pasivos. Al mismo tiempo sus ventas se contraen por la recesión. La ecuación resultante, según los rumores del mercado, podría llevarla prontamente a una convocatoria de acreedores. Resulta notable que sus dueños, desde tiempos de la Fundación Mediterránea de Domingo Cavallo, se encuentren entre los principales apoyos morales y materiales de los regímenes neoliberales vernáculos.
Un caso similar, muy mentado en los últimas semanas a partir de la operación de inteligencia de las fotocopias de los cuadernos, es el de la multinacional Techint, un grupo que siempre aprovechó a su favor las relaciones con el Estado, incluso en la actualidad a través de los precios subsidiados que recibe en Vaca Muerta y que, sin embargo, hace política como enemiga del Estado. Su apoyo explícito, también contante y sonante, al triunfo de Cambiemos, no le evitó sin embargo padecer el sarandeo judicial, una movida que amenaza producirle fuertes pérdidas patrimoniales, aunque al final del camino sus dueños sean salvados por el Poder Judicial.
También resultó emblemático el cambio de postura del titular de la Unión Industrial Argentina, Miguel de Acevedo, quien ya no despotrica contra el “populismo”. Resulta lógico que un sector que ya perdió más de 100 mil empleos no esté contento, pero de Acevedo proviene de la industria aceitera, que se suponía sería una de las grandes ganadoras del modelo de “supermercado del mundo”. Sin embargo, firmas como Aceitera General Deheza también padecen la contracción del mercado interno para sus productos. El titular de la UIA estuvo además vinculado a CIARA, la cámara de la Industria Aceitera, otro presunto ganador del modelo que, sin embargo, fue viendo como se caían uno a uno sus mercados de exportación, por suba de aranceles (EEUU y pronto la UE) y mala política exterior (China), especialmente para el biodiesel. Hasta Héctor Méndez, quien fuera titular de la central fabril durante el buena parte del gobierno precedente, y gran adversario expresó que se siente defraudado por Mauricio Macri. Al parecer para los empresarios no hay nada más clarificador que perder plata.
La muestra indica que si bien existe en el presente una alta mortalidad de Pymes, también a la mayoría de las grandes empresas les va mal. El dato lleva inmediatamente a preguntarse por qué los empresarios, la clase con mayor conciencia de clase en las sociedades capitalistas realmente existentes, apoyan regímenes de ajuste de los mercados internos. Se trata de una pregunta apasionante de la economía política en tanto el proceso encierra una contradicción: los regímenes neoliberales siempre terminan perjudicando a una mayoría de empresarios y beneficiando sólo a una parte. Insistimos en que la pregunta es universal, no local. No se trata de un fenómeno típicamente argentino, es una de las grandes cuestiones de la economía política.
Una de las repuestas más conocidas, que funciona generalmente como punto de partida, la brindó el economista polaco Michal Kalecki. Su tesis era que a los empresarios les preocupaba la persistencia en el tiempo de la expansión económica porque ello conducía al pleno empleo y “empoderaba” a los trabajadores. En pocas palabras, preferían ganar menos frenando la expansión pero “mantener la disciplina en la fábrica” y que nadie, incluido el Estado, se meta en el control del mundo interno de la producción.
La de Kalecki es una gran explicación que seguramente da cuenta de buena parte del problema. Sin embargo contiene un supuesto fuerte: la existencia entre los empresarios de una gran conciencia de clase. Cabe entonces una pregunta complementaria ¿Y si los empresarios no tuviesen tanta conciencia de clase? ¿No podría ocurrir que en realidad simplemente se equivocan en la valoración de las pérdidas y ganancias que les provocará un determinado modelo económico, algo similar a lo que pasa, por ejemplo, con una parte de las clases medias? La pregunta conduce a la hipótesis de la ideología y su sostén: la mala teoría económica. Acerquemos la lupa.
Los talentos y saberes para conducir un país no son los mismos que se necesitan para conducir una empresa. No es verdad que “un país funciona como una gran empresa”. Las empresas se gobiernan con la lógica de la contabilidad, los países con las de la macroeconomía. Sin embargo, la idea de que un país es como una empresa forma parte de la lógica interna de la corriente principal de la economía. Esta corriente sostiene que se deben dar incentivos a las empresas por el lado de la oferta, como bajar impuestos y salarios, lo que al aumentar las ganancias se traducirá en mayor inversión y crecimiento. Al mismo tiempo, dado que se cobran menos impuestos, se necesita reducir el gasto del sector público, es decir achicar las funciones del Estado.
Para los empresarios sin formación económica estos conceptos son música. Son cantos de sirena similares a bajar Ganancias para las clases medias. La idea de una administración austera les parece lo más lógico del planeta, es lo que ellos intentan hacer en sus empresas. El problema es que la economía no funciona así. Los ajustes de salarios y del gasto público contraen la demanda y el mercado interno, lo que hace que se ingrese en un círculo vicioso de contracción económica que termina afectando sus ganancias. Ni hablar si se combina con un régimen de endeudamiento externo y de transferencias en favor de solamente unos pocos sectores de la economía, con alta inflación y supertasas de interés que afectan hasta la financiación del capital de trabajo. El resultado es el presente y algunos empresarios comienzan, por las malas, a darse cuenta. En la historia ya ocurrieron procesos similares. La última vez fue desde mediados de la década del 90 y hasta 2002, una lección al parecer olvidada no solo por los empresarios, sino por todas las clases sociales.-