Dos virtudes tiene, al menos, Call me by your name, la película del director Luca Guadagnino estrenada esta semana en Argentina y nominada al Óscar. La primera virtud es algo así como un acto de justicia, un paso adelante. La segunda es una especie de hazaña.
El film, que tiene como protagonista al actualmente adorado entre la crème hollywoodense Timothée Chalamet, cuenta la historia de un breve romance gay entre un adolescente italiano y un hombre americano en sus cuarenta. En la iconicidad de esa disparidad y también en la forma de los cuerpos hay bastante de ese rescate a contracorriente del vínculo maestro-discípulo propio de la Antigua Grecia que hizo la intelectualidad militante durante los 80´s. Pero este no es un relato reduccionista, o excesivamente anclado en el grito de una identidad sexual determinada. Por el contrario, y si bien nunca pierde de vista las singularidades de lo homosexual en la relación, los personajes viven lo que viven abiertamente y sin clasificaciones. En realidad, es la narración la que no pretende un sujeto demasiado histórico, una experiencia sostenida en lo que muchos experimentaron o hicieron propio antes. No se alza ninguna bandera. No hay más placard que el propio, y sus límites no están del todo claros.
Esta es la primera virtud. La historia de amor que protagonizan Elio y Oliver podría ser protagonizada por cualquier persona, de cualquier identidad sexual. Esas puertas las abre, esencialmente, el guión, a cargo de James Ivory. Y se trata de un paso necesario, a esta altura, no solo en lo que atañe a las narraciones acerca de la diversidad sexual, si no a cualquier narración de nuestro tiempo. (Curiosamente, esta transparencia en una relación homosexual que no es alimentada por grandes luchas, que no tiene motivos para defenderse o diferenciarse, es lo que hará que muchos espectadores heteronormados o simplemente heterosexuales consideren el film "demasiado gay", en el sentido de ajeno. La homosexualidad librada de etiquetas transgresoras, esa homosexualidad que remite a luchas y conquistas, es o será pronto reemplazada en el imaginario dominante por la homosexualidad aburrida, que no le importa a nadie.)
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La segunda virtud del film tiene todo y al mismo tiempo muy poco que ver con la primera. Se trata de que Call me by your name cuenta una historia de amor prácticamente sin conflicto. O con el mínimo necesario, diríamos, si quisiéramos rebajar banalmente la apuesta de los realizadores. ¿No estamos hartos de que las historias de amor sean siempre, no sólo grandicuentes, si no trágicas, espectaculares, llenas de no solo de sentido, si no de un sentido inmediato y purificador? ¿Puede contarse un cuento donde veamos a dos personas sencillamente enamorarse, encontrarse y, eventualmente, separarse, solo viviendo lo que les toca? Por supuesto, el dolor está, y es parte tanto del nacimiento como de la muerte del amor entre Elio y Oliver. Pero se trata de acrecarnos a un relato realista de las relaciones amorosas, y realista en el mejor sentido de la palabra. O lo que es mucho mejor: se trata de hacer una ficción que también puede hablar de la felicidad más trivial. La de todos los días. Una felicidad incierta, dolorosa, a veces demasiado intensa. Una felicidad real.