La moneda volvió a devaluarse, prepárese. Lo que viene es tan previsible como lo que ya sucedió. Habrá más inflación y la actividad económica caerá. Si usted no es un exportador o gran empresario sus ingresos disminuirán. Como los ingresos de la mayoría serán menores también caerá el “consumo”. El diagnóstico del gobierno es que todo lo ocurrido es producto de que durante mucho tiempo “se gastó más de lo que ingresa”, es decir, del déficit fiscal. En consecuencia sus acciones de política se concentrarán en continuar, ahora de manera presuntamente menos gradual que en los últimos 30 meses, con reducir el “Gasto” del sector público, la eterna búsqueda de la piedra filosofal de la ortodoxia económica.
El nivel de producción de cualquier economía está determinado por “la demanda”. Como esta demanda es una suma de varios componentes los economistas la llaman “demanda agregada”. La demanda determina el nivel del producto, el PIB, que es la suma del valor agregado durante la producción de bienes y servicios en un determinado período. Está compuesta por la suma de cuatro componentes: el Consumo, el Gasto, la Inversión y el resultado neto del comercio exterior, Exportaciones menos Importaciones. En la estructura económica local el Consumo representa alrededor de dos tercios del total de la demanda. El Gasto es una decisión política y la Inversión es una función de la evolución del producto.
El párrafo que antecede presenta una regla muy sencilla para prever, en todo tiempo y lugar, la evolución de la actividad económica. En el presente se espera una evolución negativa para tres de los cuatro componentes que traccionan la demanda. El restante, la Inversión, es una función de los otros tres. La predicción económica no es una cuestión de gurúes, sino de relaciones causa-efecto a partir de la teoría correcta. Luego, también es posible observar qué pasa cuando la teoría es incorrecta.
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La promesa inicial del gobierno, sostenida mediáticamente por afirmaciones ya icónicas como las de Javier González Fraga –ex presidente del Banco Centralde Carlos Menem y ¿ex? presidente del Banco Nación de Macri– acerca de los sueldos medios que no debían aspirar a celulares y televisores, es que la tarea que durante el kirchnerismo correspondía al Consumo correspondería en adelante a la Inversión, el famoso reemplazo del Consumo por Inversión. El modelo teórico que está por detrás es el de la economía “por el lado de la oferta”, la creencia en que si se mejora la rentabilidad del capital, por ejemplo mediante la reducción de impuestos y salarios, mejorará la Inversión y, con ella, el conjunto de la economía. Se creía además que esta inversión provendría abundantemente del exterior. Con la sola existencia de un gobierno “amistoso con los mercados” el país se convertiría en tierra de oportunidades para el capital global, que no dudaría en hundir sus inversiones en la nueva tierra prometida del sur.
En el camino, además de pagarles sin chistar a los fondos buitre para iniciar las señales amistosas, se comenzó a tomar deuda aceleradamente para financiar el déficit de la cuenta corriente del Balance de Pagos, urgida por la apertura importadora y la desregulación financiera, y acumular reservas, aunque se decía que era para “financiar el gradualismo”, la “regla autoimpuesta” de endeudarse en dólares para financiar gastos en pesos. La proyección era que tomar deuda en divisas no importaba, primero porque se había heredado un país desendeudado y luego porque el propio crecimiento licuaría con los años la relación deuda producto. Nótese la doble vara teórica: el crecimiento resulta válido para combatir el déficit externo, pero se lo desdeña para el interno.
Mejorar la rentabilidad del capital suponía además cambiar los precios relativos de la economía, que son básicamente tres: salarios, tarifas y tipo de cambio. Los salarios debían bajar en dólares, las tarifas subir y dolarizarse, y a la vez limpiarse de subsidios para no afectar el déficit, y el tipo de cambio debía ser “competitivo”. El gobierno cumplió con estos objetivos centrales de su gestión. El precio del dólar aumentó más del 150 por ciento, las tarifas se dispararon y, junto con los combustibles, se dolarizaron y los salarios habían perdido, hasta marzo, alrededor de 8 puntos de poder adquisitivo. El problema (depende para quien) fueron los efectos inflacionarios de los cambios en estos precios relativos.
Para el ex secretario de Política Económica de Domingo Cavallo durante la gestión de Fernando de la Rúa y actual titular del Banco Central macrista, Federico Sturzenegger, la relación entre precios relativos e inflación respondía a una “teoría vernácula”, distinta al consenso de “la profesión”. Resulta notable que alguien a quien le gusta cultivar su perfil académico desconozca que la teoría de inflación de costos surgió en la Inglaterra de entreguerras entre los discípulos de J. M. Keynes y que ya forma parte del corpus teórico global de la heterodoxia. La propuesta alternativa, sin teorías vernáculas, del banquero central fue la continuidad del viejo monetarismo ramplón encerrado en el sistema de Metas de Inflación. Su resultado práctico fue una inflación que, según el Instituto Estadístico de los Trabajadores acumula desde noviembre de 2015 alrededor del 100 por ciento, sin incluir todavía los efectos de la devaluación del 24 por ciento de las últimas semanas.
Otra visión que Sturzenegger compartía con González Fraga y que repitió en distintos foros fue la peregrina idea de que los aumentos tarifarios no tendrían efecto inflacionario dada la existencia de la restricción presupuestaria. Traducido, como gastar más en tarifas reducía el poder adquisitivo, ello disminuiría a demanda del resto de los bienes (ley de Walras). O sea, todos los supuestos mal.
El titular de la autoridad monetaria reforzaba su creencia en la inflación como un fenómeno monetario en que es lo que creen “los banqueros centrales de los principales países del mundo”. El detalle que quizá no haya considerado es que los precios relativos son también variables distributivas y que los países con baja inflación tienen la puja distributiva un poco más resuelta que Argentina. Vale reconocer, no obstante, que resolver esta puja excede las atribuciones de quien a lo sumo puede fijar la tasa de interés de referencia.
Al final del camino y de las presunciones teóricas erróneas, es decir, luego de treinta meses de política económica de Cambiemos, el resultado fue la creación de dos grandes globos monetarios: el impresionante aumento de la deuda en divisas y su “contrapartida” (bajo el esquema elegido) en pesos, absorbida por las Lebac y potenciada por las súper tasas de interés. Como el sostenimiento del equilibrio entre ambas proporciones crecientes sólo puede mantenerse con una importante entrada de capitales y como estos flujos ya no fluirán como lo hicieron en los primeros dos años de gobierno, se abre un escenario que tendrá dos características principales: una alta inestabilidad macroeconómica, con ciclos cada vez más cortos marcados por cada megavencimiento de Lebacs, con tremendas presiones sobre el precio del dólar, y una mayor dependencia con el exterior, que ya se tradujo en la desesperada recaída en un programa Stand by con el FMI. Los grados de libertad de la política económica quedaron reducidos al mínimo. Las decisiones sobre el futuro ya no dependen del gobierno nacional. El actual esquema no podrá sostenerse en el tiempo. En el camino se agravarán todos los indicadores.