Los desafíos de la oposición para terminar con el saqueo del país

03 de noviembre, 2018 | 18.43

El domingo pasado Silvio Rodríguez dio un recital, en la localidad bonaerense de Avellaneda, al que asistieron más de 100.000 personas y en el cual hizo un recorrido por sus canciones más emblemáticas. Una de ellas es El Necio, una hermosa composición musical que acompaña una poética de gran profundidad. En los tiempos que vivimos vale la pena detenerse y prestarle atención a la letra de esa canción.

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Para no hacer de mi ícono pedazos, Para salvarme entre únicos e impares, Para cederme un lugar en su Parnaso, Para darme un rinconcito en sus altares.

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La instalación de la idea de que no hay vuelta atrás, que nuevamente impera un pensamiento único –el único posible-, que no es factible ni deseable todo populismo por ser sólo en esos regímenes donde impera indefectiblemente la corrupción, que nos enfrentamos otra vez al fin del trabajo tal cual lo conocíamos y valorábamos –digno, con derechos-. Que es inexorable rendirse a los avances tecnológicos aunque sólo sean en beneficio de unos pocos, se presentan recurrentemente en relatos cargados de datos falsos que forman parte, eufemísticamente, de la llamada “posverdad”.

Neologismo que significa la adopción de una cultura en la que las mentiras pueden sobrevivir en tanto beneficien a quienes las sostienen y sean acríticamente admitidas por la sociedad.

En ese mismo orden de ideas, la desigualdad –cada vez mayor- se naturaliza, al punto de planteársela como propia de los esfuerzos y capacidades de cada cual que sería lo que genera tanta disparidad, proponiendo como salvación el empeño individual.

La meritocracia sería, en definitiva, la que serviría para ascender en la escala social y obtener un lugarcito en las proximidades –pero a cierta razonable distancia- de quienes ocupan la cima con o sin prontuario como antecedente de la altura alcanzada.

Me vienen a convidar a arrepentirme, Me vienen a convidar a que no pierda, Mi vienen a convidar a indefinirme, Me vienen a convidar a tanta mierda.

Claro está que los nuevos paradigmas vienen acompañados, a falta de convicciones firmes, de condescendencias, pasividades incomprensibles, desinformaciones dolosas y una buena cuota de complicidades con quienes nos imponen los cambios en su exclusivo beneficio.

Los arrepentidos inducidos, en su propio e inmediato provecho, se victimizan como si fueran Carmelitas Descalzas, se presentan hasta imbuidos de responsabilidad social en el pago de supuestas coimas –a quienes les dicen que deben acusar- para salvar fuentes de trabajo, o sin ningún empacho mandan al frente a comedidos empleados jerárquicos para que se hagan cargo de las eventuales consecuencias penales, seguramente prometiendo generosas recompensas por la obediencia debida.

También los hay entre las filas del campo nacional y popular que hasta ayer integraban, o que con desenfado sostienen seguir conformando. Unos cuantos, más de los podíamos ingenuamente imaginarnos.

Los que se pegaban a Néstor llenándose la boca de elogios que, aunque merecidos, exhibían una sobreactuación que a la vista de sus actuales actitudes sólo puede atribuirse a alcahueterías, en las que persisten pero con diferentes destinatarios. Los que se rasgaban las vestiduras por Cristina, adjudicándose el rol de calificadores de las cuotas de lealtad demostradas por la militancia. Los que vivaban a Perón y agitaban las Tres Banderas del Justicialismo, que ahora se postulan para abanderados de otra insignia, la que tiene por emblema una calavera y dos tibias cruzadas, que identifica a los usureros internacionales y a sus socios y empleados nativos.

Los indefinidos frente a temas candentes vistiendo el ropaje de lo políticamente correcto, son otros de los que pueblan la realidad en que estamos inmersos y a los que se suman quienes se sienten “apolíticos” que terminan siendo funcionales a la acelerada degradación de la Democracia.

La mierda que siempre proponen las mismas usinas y voceros del capital concentrado, excede en mucho la bosta que –en módica medida- Perón consideraba un componente para la construcción de un rancho.

Yo quiero seguir jugando a lo perdido, Yo quiero ser a la zurda más que diestro, Yo quiero hacer un congreso del unido, Yo quiero rezar a fondo un "hijo nuestro".

Lo apabullante de procesos y retrocesos como los vividos en Ecuador, Brasil o Argentina, por la vertiginosidad del abandono de principios rectores en políticas sensibles que, incluso, era válido pensarlas como reales políticas de Estado: en derechos humanos (laborales, migratorios, de igualdad de género, alimentarios y de acceso a la salud, de libertad de expresión, a la información), en la integración regional y en las estrategias supranacionales para conformar un bloque, que nos permitiera la mejor defensa de los intereses nacionales; lógicamente provoca un enorme desaliento, que invita a muchos a descreer de lo colectivo como alternativa.

Ayuda a esa desazón descubrir con espanto, que esos feroces ataques al anhelo de una Patria justa, libre y soberana, sin prescindir de la principal responsabilidad de factores externos, han sido posibles por la actitud asumida –por acción u omisión- por muchos de los que formaban el círculo más próximo de los líderes que impulsaron en los comienzos del Siglo XXI transformaciones sociales sin precedentes.

La unidad del Pueblo a través de las diversas –tradicionales y nuevas- formas de organización, mediante un tremendo esfuerzo para superar diferencias menores en pos de una toma de conciencia de los reales objetivos de las actuales políticas depredadoras, venciendo la fabulosa maquinaria de construcción de sentidos en base a la mentira, es el camino que debemos andar.

Es preciso convencernos de que es posible, rechazar la idea de que todo está perdido frente a tal desafío, saber que –como suele con razón decirse- la única lucha que no es posible ganar es aquella que se abandona.

Yo no sé lo que es el destino, Caminando fui lo que fui, Allá Dios, que será divino, Yo me muero como viví, Yo me muero como viví.

El panorama descripto no es sólo local, el proceso que vive Brasil y su segura incidencia en las futuras alternativas regionales constituyen un riesgo cierto para la evolución política que es dable esperar, con sus consiguientes repercusiones en la calidad de vida y de las instituciones democráticas.

Los deterioros en el campo económico, acentuados por los manejos financieros y el endeudamiento serial, que no tiene por objeto el desarrollo de las potencialidades productivas sino el mero aseguramiento del pago -de los intereses crecientes- de las deudas contraídas con el FMI y otros prestamistas carroñeros, provocarán –más temprano que tarde- que el caldero social adquiera infernales temperaturas.

Encauzar las legítimas rebeldías que derivan de un persistente empobrecimiento de la población, brindarles la organicidad imprescindible para convertirlas en un vector político capaz de ponerle fin al ignominioso saqueo del país, es factible en tanto se esté dispuesto a poner los intereses de la Patria por encima de cualquier otro y que ello sea lo que identifique la verdadera conformación de un bloque opositor.

El destino no está escrito ni marca un rumbo inexorable, sigue estando en manos de todos definirlo, ejemplos de conductas regidas por convicciones inalterables los encontramos en figuras como Néstor, Cristina, Lula, Evo, Correa y Chávez, pero también en muchos otros dispuestos a morir como vivieron.