Liderazgos y continuidades en América Latina

22 de junio, 2015 | 15.11
El problema de la sucesión en los liderazgos fuertes, que terminan su mandato con un alto índice de imagen positiva, es la piedra en el zapato de cualquier gobierno progresista y de izquierda de América Latina.

Continuar el rumbo con una nueva conducción o dirigir desde las sombras se ha vuelto el desafío en varios países de la región ¿Es posible transferir el liderazgo? ¿Se puede conservar la capacidad de conducción desde los márgenes invisibles del poder? ¿Cuán viable es continuar un proyecto político con ausencia de un liderazgo carismático? Las respuestas no están en esta nota, sin embargo repasar algunos de los casos puede aclarar el escenario.

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En primer lugar cabe señalar que este tipo de decisiones se presentan como algo novedoso en la región. La gran mayoría de los liderazgos fuertes de mediados del siglo pasado fueron derrocados por golpes militares antes de poder terminar su mandado y enfrentarse a la presión de resolver estos dilemas. Podemos rescatar casos como el del presidente de Bolivia Víctor Paz Estenssoro, quien lideró la Revolución Nacional de 1952 que concretó una reforma agraria y la nacionalización de las principales empresas mineras del país, antes de poder definir alguna estrategia para su continuidad, Estenssoro vio interrumpido su mandato por un golpe de Estado promovido por su vicepresidente René Barrientos.

En Guatemala, Jacobo Arbenz fue derrocado en 1954, luego del bombardeo de la capital como respuesta violenta a la reforma agraria que terminó en la expropiación de los extensos terrenos de la poderosa United Fruit Company. En Panamá, Arnulfo Arias, quien llevó adelanto una importante labor reformista y modernizadora en su país también sufrió un derrocamiento violento en 1941, dirigido por el general Ricardo Adolfo de la Guardia, ministro del interior que aprovechó la ausencia del presidente de visita en La Habana para tomar el poder.

Casos más conocidos como los controvertidos suicidios de Getulio Vargas en Brasil y el de Salvador Allende en Chile, desde la casa de gobierno ambos, presionados por sectores la oposición y facciones militares, también es un muestra más de que diseñar estrategias de continuidad resulta algo nuevo, donde no existen todavía largas páginas escritas sobre estas experiencias sin el freno de mano de los golpes de Estado.

Pero la historia cambia y las lecciones se aprenden a sangre y fuego. El caso del Brasil de Lula y el Uruguay de Mujica, son dos escenarios en que los presidentes salientes contaron con una alta imagen positiva y el respaldo de un partido fuerte, sin embargo el mecanismo para resolver la sucesión fue en cada caso distinto.

En el caso de Brasil, fue el ex presidente Luis Ignacio Lula Da Silva quien definió la candidata a sucederlo en el cargo. Dos años antes de las elecciones presidenciales de 2010, Lula anunció desde Roma, durante una visita al Papa que todavía no era Francisco, que había decidido que su continuadora sería una persona de su máxima confianza. Eligió a una mujer con trayectoria militante y el partido legitimó su decisión al año siguiente, en 2009. Sin embargo, por aquella época no faltaron dudas al interior del PT que veían en Dilma Rousseff una dirigente más lulista que petista que nunca había tenido cargos ni gran presencia dentro del partido.

Hay quienes la consideraban una recién llegada a la estructura partidaria, a la cual se afilió en 1999 luego de alejarse del Partido Democrático Laborista que fundó en 1980, el mismo año en que Lula creaba la agrupación con la que llegó al poder en 2003. Sin embargo, que la candidata a suceder a Lula no haya sido del corazón del PT también fue leído como una estrategia oficialista para garantizas las alianzas entre los diferentes partidos. Mujer de extrema confianza del entonces presidente, por los cargos que ocupó, Lula repetía en sus discursos que la única condición que tendría Dilma es seguir gestionando como lo estaba haciendo como en cuando ejerció el cargo del Ministerio de la Presidencia, puesto que dejó vacante el líder histórico del PT José Dirceu, acusado de graves irregularidades en medio de la aguda crisis de corrupción. Su perfil fue criticado porque no era carismático como el de Lula y a éste lo acusaban ya en 2008 de estar tejiendo una estrategia para su retorno en 2014, algo que de hecho no sucedió.

El caso uruguayo es distinto. La elección del sucesor a Pepe Mujica se jugó libremente al interior del Frente Amplio entre dos facciones diferentes. El entonces presidente Mujica, que terminó con un 65 por ciento de imagen positiva, a diferencia del caso brasileño, no definió quién sería su continuador sino que el Congreso del Frente Amplio de noviembre de 2013 habilito las candidaturas las candidaturas de Tabaré Vázquez y Constanza Moreira para dirimir en las internas el candidato presidencial para las elecciones generales de octubre de 2014, siendo el ex presidente de 74 años, el que se alzó con la victoria dentro del izquierdista Frente Amplio con más del 80 por ciento de los votos.

La estrategia electoral de la presidenta Cristina Fernández parece haber mostrado una combinación de estos dos modelos, en definitiva una forma propia. En donde la disputa interna entre varios candidatos parece haber posicionado a uno de ellos con claras ventajas sobre el resto. La presidenta no instala un candidato propio sin embargo termina por dar la puntada final a una fórmula electoral en la quiere dejar su impronta.

Nietzche nunca fue un optimista, tampoco cunado escribió en El ocaso de los Ídolos que "el peligro que hay en los grandes hombres y en las grandes épocas es inmenso, porque a ellos les sigue muy de cerca un agotamiento de todo tipo y una esterilidad. El gran hombre es un final; la gran época, como el Renacimiento, por ejemplo, es un final."

Suceder significa continuar y creo que de eso se trata, de esquivar el final. Sin embargo no puede negarse que lo que se inicia ahora es una nueva página, que incluso de ganar el candidato oficialista seremos testigos de al menos formas diferentes de gobierno. Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador serán los próximos que deban resolver estos dilemas, si no es que avanzan en una reforma constitucional que los habilite a un nuevo mandato. Lo bueno es que ya contarán con algunas de estas experiencias previas para revisar y ajustar los aciertos.

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