Las primeras horas del gobierno de Alberto Fernández

Ha vuelto la premisa de un Estado activo, en manos de un Presidente que emite respuestas a la sociedad, acompañado de mujeres y de hombres que conocen y les agrada hacer políticas desde el Estado.

15 de diciembre, 2019 | 00.05

Las prospectivas siempre son riesgosas. En diciembre de 2023 podremos afirmar muchas ideas que aquí me atreveré apenas a esbozar, lejos de ser categórico. Gobernar no consiste en desplegar un manual del usuario; gobernar implica leer correctamente la coyuntura y el escenario internacional para tomar las mejores decisiones en pos de beneficiar a aquellos que se busca representar, apoyado en los proyectos, los programas diseñados, los cuales entran en juego y definen la calidad de un gobierno. Las herramientas técnicas son, desde luego, imprescindibles. Los hechos políticos cotidianos, las tensiones internacionales, algunos escenarios inesperados, definen mucho a un gobierno porque lo ponen en el corazón de la historia; es frente a ella que tiene que generar las respuestas políticas que la sociedad le demanda. Y en ocasiones ello demandas la combinación entre saberes y creatividad.

No podemos dejar de mencionar al macrismo. Los intereses que venía a defender fueron cuidados, pero su impericia para generar un modelo político sostenible se evidenció en la derrota de octubre último. La inexperiencia en el manejo de la cosa pública, la ausencia de un plan básico para llevar adelante las políticas públicas y por sobre todo, un elitismo que pretendía cambiar “la Argentina de los últimos 70 años”, generó que finalmente se retirara sin un aporte significativo a la democracia reciente. No hubo saberes, no hubo experiencia, no hubo creatividad.

El martes de 10 de diciembre, Alberto Fernández pareció hacerse cargo frente a la repetida afirmación respecto a que no contaría con la “luna de miel”, ese impreciso tiempo en el que la sociedad (y en particular los poderes fácticos) le otorga un margen de acción para sus políticas. Hacía minutos que portaba la banda presidencial, y pronunció un discurso que reservó el generalismo para los principios que orientaran su gobierno pero no para las medidas. En un gesto poco común enunció decisiones en el área social (la lucha contra el hambre), en seguridad (la intervención de la AFI y el fin de sus fondos reservados), una reforma de consideración en la distribución de la pauta publicitaria estatal, en el Poder Judicial (una reforma de la justicia federal), un proyecto para desconcentrar la institucionalidad del Estado nacional (mudando oficinas a provincias), un sistema de monitoreo abierto de la obra pública. Medidas concretas, todas presentes en la agenda pública. Quizás el mismo Alberto percibió que no tendrá “luna de miel” y en ello basó su decisión de salir a la cancha con la iniciativa alta. Durante el mismo martes, periodistas y políticos opositores fueron prudentes para sopesar la palabras del nuevo presidente; solo algunos continuaron con sus relatos desaforados; el resto leyó que ya se perfila un gobierno y cuáles implicancias tendrán sus políticas. Hubo silencio, pero la estocada y había sido dada.

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Porque en esas decisiones definió también con cuales sectores ha planteado ya que está dispuesto a jugar el juego de la política. En un tono moderado y amable, pero con  claridad dijo cuáles realidades busca cambiar y por tanto cuáles intereses uno sospecha que serán afectados. Peronista al fin, para gobernar utilizará todos los recursos que el mismo Estado provee para enfrentar una crisis, mucho más cuando se trata de una de un tamaño considerable. Aquí la mayor diferencia con el macrismo, que jamás contó con un modelo de gestión estatal. Alberto se ha rodeado de ministro que en su casi totalidad tienen experiencia en el manejo de la cosa pública. Saben de qué se trata, dónde están “los botones” y cómo funcionan. Esta semana sucedió algo que bien podemos calificar de inédito: varios funcionarios, el propio Presidente, fueron recibidos con aplausos, cantos y abrazos al llegar a sus dependencias del Estado. El macrismo no solo despidió empleados sino que el maltrato abundó en dosis increíbles. Pero junto con esas prácticas inadmisibles, se multiplicaban los funcionarios que no sabían muy bien de qué se trataba su trabajo y por tanto carecían de un programa, un plan para dar respuesta a las realidades que su ministerio debería atender. La valoración que se hizo de las nuevas autoridades tiene que ver con el recupero de algo perdido: mejores relaciones sí, pero también el expertis en la función pública y en el área específica de cada dependencia. Eso enuncia la recuperación del varias dimensiones del Estado (no olvidemos que se habían cerrado los ministerios de Salud, Trabajo y Cultura. Aquel abandono, potencia esta reivindicación. Nombrar a numerosos funcionarios que ya ejercieron roles en distintas dependencias no son gesto: son decisiones. Y los empleados estatales lo saben y por eso saludaron así este recambio; un festejo del que no creo existan muchos antecedentes. Es de esperar que el Estado vuelva a recuperar espacios, presencia pero sobre todo capacidades en la aplicación de políticas, sin dudas también en la económica. El viernes a la noche se anunciaron nuevas medidas. Aun cuando son iniciales, fortalece el rumbo que señalamos; como el retorno de dólar turista (los argentinos no podemos seguir subsidiando una balanza de turismo altamente deficitaria) la suba de retenciones ajustando el esquema ya previsto, la doble indemnización. En esta misma semana, el Ministro de Economía Martin Guzmán, descartó que el camino del ajuste sea la receta para salir de la crisis. 

Si hay una imagen de estos primeros días que aún no completan una semana es que ha vuelto la premisa de un Estado activo, en manos de un Presidente que emite respuestas a la sociedad, acompañado de mujeres y de hombres que conocen y les agrada hacer políticas desde el Estado. Unos días. No es poco. 

Sergio De Piero es politólogo UBA/UNAJ y miembro de Agenda Argentina.

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