El asesinato del comandante iraní Qassem Soleimani no tiene precedentes y plantea una escalada militar muy peligrosa en una zona históricamente conflictiva.
El jueves 2 de enero drones no tripulados de EE.UU. atacaron el aeropuerto de Bagdad, la capital de Irak, asesinando al militar más importante de Irán, el comandante Qassem Soleimani. Junto a él estaba Abu Mahdi al Muhandis, líder de las Fuerzas de Movilización Popular (FMP), un grupo armado pro iraní que combate al Estado Islámico en territorio iraquí.
El gobierno estadounidense reconoció el crimen y aseguró que se trató de una acción preventiva. Por su parte, Teherán prometió tomar represalias.
¿Quién era Soleimani?
Qassem Soleimani estaba a cargo, desde 1998, de la Fuerza Quds, una unidad de élite de la Guardia Revolucionaria de Irán que se ocupa de las operaciones militares y de inteligencia en el exterior. Se trataba de un dirigente respetado en todo Medio Oriente tanto por sus aliados como por sus enemigos.
Durante los últimos años se convirtió en uno de los principales artífices de la derrota del Estado Islámico colaborando directamente en la guerra en Siria (donde Irán puso muchísimos recursos económicos y militares para sostener a su aliado) y, en el último tiempo, en Irak. Por eso se encontraba allí en el momento de su asesinato.
También era muy cercano al líder supremo de Irán, el ayatollah Ali Khamenei, y un hombre fuerte del gobierno iraní que tenía diálogo con todas las facciones.
¿Por qué fue asesinado por EE.UU.?
El argumento oficial de Washington fue que buscaba prevenir atentados contra objetivos estadounidenses y frenar una supuesta escalada del conflicto tras el intento de asalto a su embajada en Bagdad el 31 de diciembre. Así lo señaló en varios tuits el secretario de Estado, Mike Pompeo, aunque no presentó una sola prueba de esta amenaza. Sin embargo existen otras razones que explican este crimen.
Irán es, de hecho, un aliado en la lucha contra Estado Islámico, pero también es una potencia regional que disputa la hegemonía norteamericana y, por lo tanto, el control de los enormes recursos naturales de Medio Oriente. Soleimani era la figura clave de esa proyección política y militar de su país.
Logró influencia en El Líbano -a través de la milicia Hezbolá que es parte del gobierno-; en Siria como aliado fundamental del presidente Bashar Al-Assad; en Yemen donde hay una guerra entre una milicia pro-iraní y Arabia Saudita; y en Irak donde, tras la guerra de 2003 impulsada por EE.UU., los musulmanes chiitas (mayoritarios en el país) ganaron influencia y se acercaron a Teherán.
En lo que respecta a la política interna, el presidente estadounidense Donald Trump busca restablecer su vínculo con los sectores más conservadores del Partido Republicano y el complejo militar-industrial de cara a las elecciones de este año. Tiempo atrás este vínculo se había deteriorado tras la salida del gobierno del asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, que era partidario de ser más agresivo con Irán.
¿Cómo cambió la relación entre Irán y EE.UU. durante la presidencia de Trump?
En 2015 se firmó un histórico acuerdo entre Irán y seis potencias mundiales: EE.UU., China, Rusia, Alemania, Francia y el Reino Unido. Allí Teherán se comprometía a desarrollar su programa nuclear de manera pacífica, es decir no producir la bomba atómica. Como contrapartida se levantaban las sanciones económicas que Washington aplicaba contra el país.
No obstante, Donald Trump se retiró del acuerdo en 2018 y restableció la política de sanciones. Irán respondió señalando que si la Casa Blanca no cumplía, el país persa tenía derecho a revisar lo firmado.
¿Puede desatarse una guerra?
El ataque estadounidense supone un asesinato extrajudicial, sin conflicto bélico de por medio, contra un funcionario de un Estado soberano. En ese sentido se trata de un hecho de gravedad sin precedentes similares desde la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, Irán prometió “vengarse”, según las palabras del propio ayatollah Khamenei.
Sin embargo, la retórica -muy útil para la política interna- no necesariamente tendrá efectos concretos. Al menos no en esa escala. Teherán se ha manejado durante los últimos años con un amplio pragmatismo en su política exterior y sus acciones militares han sido siempre bien premeditadas. Asimismo, los líderes iraníes saben que una guerra abierta con EE.UU. tendría consecuencias catastróficas para su país.
Por eso es de esperarse algún tipo de reacción pero más bien localizada y menos espectacular que crimen de Soleimani. Se puede tratar de un ataque contra tropas u objetivos norteamericanos en Medio Oriente o también contra algunos de sus aliados como Arabia Saudita (histórico adversario regional de Irán) o Israel.
A esto hay que sumar el rol de contención que pueden jugar Rusia y China a quienes no les conviene un conflicto en una zona tan cercana a sus fronteras. En el caso chino, se trata además del principal comprador de crudo iraní y la región es uno de los puntos estratégicos de su proyecto de Nueva Ruta de la Seda.
¿Cómo afecta esto a la Argentina y América Latina?
En términos económicos, la mirada tendrá que estar puesta en lo inmediato en los precios del petróleo. Una posible escalada militar en la región afectaría el precio de los hidrocarburos empujándolos al alza.
Pero desde una mirada más política hay que tener en cuenta que, aunque América Latina plantea un escenario distinto -alejado de conflictos bélicos como los de Medio Oriente-, es una zona de interés prioritario para la estrategia global estadounidense.
En ese marco resulta clave el concepto geopolítico de “caos constructivo” o “caos periférico”. Desarrollado por el politólogo polaco-estadounidense y ex asesor de Seguridad Nacional de Washington, Zbigniew Brzezinski, apunta a generar crisis “dirigidas” con el fin de desestabilizar regiones enteras. El objetivo es impedir que se desarrollen mecanismos de integración autónomos y evitar que surjan potencias -locales o globales- que puedan competir con EE.UU.
Esto se puede ver en la desestabilización constante de los gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina durante los últimos 10 años que tuvo en el golpe de Estado en Bolivia su último hito relevante pero que incluye las destituciones de Manuel Zelaya en Honduras (2009), Fernando Lugo en Paraguay (2012), Dilma Rousseff en Brasil (2016), la persecución judicial contra Lula da Silva y Cristina Fernández y el asedio constante -económico y militar- sobre Venezuela.
Como consecuencia, el actual gobierno argentino casi no tiene aliados para proyectar políticas soberanas y de integración independientes o con autonomía relativa de Washington. Es, en los hechos, un límite impuesto por la política estadounidense y un condicionamiento que favorece los intereses norteamericanos en el cono sur.