La verdad, un problema político: neoliberalismo y medios de comunicación

14 de abril, 2018 | 21.00

El neoliberalismo sólo es posible con represión y producción de “verdades” autoritarias, ambas modalidades violentas de imposición. Esta clase de verdad, estrategia privilegiada de los medios de comunicación concentrados, implica una violencia simbólica e imaginaria que daña la democracia. El poder impone sus certezas manipulando la libertad de elección de los ciudadanos y cercena el derecho a la información verídica, transformando la cultura en un totalitarismo de la significación.

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La apropiación de “la verdad” es el "modus operandis" empleado por los medios de comunicación corporativos en toda la región. Un despliegue de espectaculares puestas en escena junto con un “sinceramiento” de la supuesta corrupción de líderes y gobiernos populistas, proveniente de fuentes falsas e indicadores tergiversados. Operaciones que incentivan la hostilidad entre semejantes y profundizan la división social, conformando relatos cuyo objetivo es justificar la persecución y el desprestigio de los adversarios.

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La apropiación de “la verdad” es el "modus operandis" empleado por los medios de comunicación corporativos

Con este propósito disponen de un aparato de imposición de “verdades”: compran los servicios de profesionales de informática y marketing, contratan “intelectuales” y periodistas “neutrales e independientes”, que justifican cada medida de gobierno y condicionan las decisiones de los jueces. Todo un aparato irresponsable carente de escrúpulos y vergüenza, cuya función es engañar para dominar voluntades buscando la aceptación de medidas antipopulares.

Los mensajes que emiten poseen un componente argumental o ideacional y otro afectivo, consistiendo este en la apelación a la indignación, el temor, el odio y la venganza articulados en un discurso que refiere al mal y al enemigo.

Los medios concentrados de comunicación determinan qué es verdad y qué es mentira, portan sentidos clausurados pretendiendo adueñarse de la significación de palabras que son patrimonio común: justicia, república, democracia, etc. Terminan funcionando en forma totalitaria en contra de la democracia, en tanto se caracteriza como el sistema en el que no hay sentidos clausurados ni verdades últimas o dogmáticas. Una cultura democrática se construye a partir de un debate permanente respecto de su forma de vida, el poder, la ley y el saber. Si una élite corporativa se arroga la propiedad de la verdad, la vida en común se transforma en totalitaria y en la administración de un saber dogmático cuyos contenidos responden a los intereses de ésos propietarios: los “señores del poder” con su supuesta objetividad pretenden imponer una verdad autoritaria. Concluimos que la verdad establecida y naturalizada en lo social depende de las relaciones de poder y dominación. Cuando un gobierno además de instalar sus dogmáticas certezas o verdades autoritarias utiliza la mentira, falsea datos y recurre a la censura limitando la pluralidad de información, se opone a la emergencia de lo que definimos como “verdad democrática”, herramienta fundamental del espacio público.

La vida democrática requiere la necesidad de cotejar otras perspectivas. La calle aporta los datos duros que resisten la manipulación mediática, mentirosa y antidemocrática. La angustia de la mayoría desfavorecida por este gobierno se impone con su realidad de carne, hueso y estómago excediendo las imágenes construidas y formateadas por los expertos comunicacionales. Esa otra realidad está a la vista de los que se animan a ver más allá de la pantalla del televisor.

Aunque no hay verdades objetivas ni absolutas es necesario asumir una posición respecto de la verdad o falsedad de los hechos sociales, sin tener que inmiscuirse en asuntos de lógica formal.

La verdad se construye políticamente en un acuerdo democrático basado en la pluralidad, el conflicto de intereses y la condición de la libertad. El debate entre ciudadanos iguales, merecedores de un respeto equitativo, es la mayor garantía de veracidad. Las significaciones políticas deben ser el resultado de un proceso público deliberativo que incluya el mayor número de perspectivas. Se trata de construir lo común con otros desde la diversidad configurando un espacio público de convivencia, de narración, de acción, con sentidos que se debatan y no se coagulen. La democracia implica movimiento permanente, un devenir de razones, pasiones y afectos, así como el reconocimiento a través del debate de los argumentos y las iniciativas de los comunes.

La verdad democrática, en oposición a la verdad autoritaria que intenta imponer el poder, supone la responsabilidad de hacerse cargo del mundo común, comprender e interpretar lo que en él acontece, asumir sus marcas históricas, lo que implica un diálogo constante y un conflicto que encuentra inscripción provisoria.

La verdad no es natural, objetiva ni producto del sometimiento, sino una forma instituyente que construye la realidad democráticamente.

El campo popular tiene la tarea de disputar la verdad autoritaria dando la batalla por la verdad democrática, que no cierra del todo, es parcial y subjetiva. En el neoliberalismo la verdad se vuelve un problema político central: la verdad se milita.